martes, 23 de abril de 2024

PLENA LIBERTAD PARA LA LITURGIA TRADICIONAL

El movimiento laical Renaissance Catholique ha iniciado una campaña internacional en favor de la plena libertad para la liturgia tradicional en la vida de la Iglesia. En una declaración respetuosa y de mucho sentido común, se señala que los tiempos de crisis que atravesamos exigen poner en juego todos los medios que puedan contribuir a remontar la penosa situación que enfrentamos. No es momento de restricciones ni de sospechas; al contrario, son tiempos para que la Iglesia despliegue generosamente el entero abanico de sus tesoros litúrgicos, doctrinales y pastorales en servicio de Dios, de las almas y de la cultura católica. Nos hacemos eco de esta iniciativa con la esperanza de que el Espíritu Santo rompa la cerrazón de muchos corazones. Dejo a continuación el texto de la declaración en español.

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Lutetiae parisiorum, die XXI mensis aprilis, Dominica III post Pascha.

Ser católico en 2024 no es una tarea fácil. Occidente está atravesando una descristianización masiva, hasta el punto de que el catolicismo parece estar desapareciendo de la esfera pública. En otros lugares, el número de cristianos perseguidos por su fe va en aumento. Es más, la Iglesia se ha visto afectada por una crisis interna que se manifiesta en una disminución de la práctica religiosa, una disminución de las vocaciones sacerdotales y religiosas, una disminución de la práctica sacramental e incluso una creciente disensión entre sacerdotes, obispos y cardenales que, hasta hace muy poco, era absolutamente impensable. Sin embargo, entre todas las cosas que pueden contribuir a la renovación interna de la Iglesia y a la renovación de su celo misionero, está, sobre todo, la celebración digna y reverente de su liturgia, que puede ser grandemente favorecida gracias al ejemplo y la presencia de la liturgia tradicional romana.

A pesar de todos los intentos que se han hecho para suprimirla, especialmente durante el actual pontificado, sigue viva, difundiéndose y santificando al pueblo cristiano, que tiene la dicha de poder beneficiarse de ella. Da abundantes frutos de piedad, así como un aumento de vocaciones y de conversiones. Atrae a los jóvenes y es fuente de numerosas obras florecientes, especialmente en las escuelas, y va acompañada de una sólida catequesis. Nadie puede negar que es un vector para la preservación y transmisión de la fe y de la práctica religiosa en medio de una disminución de las creencias religiosas y de un número cada vez menor de creyentes. Esta Misa, por su venerable antigüedad, puede presumir de haber santificado innumerables almas a lo largo de los siglos. Entre otras fuerzas vitales todavía activas en la Iglesia, esta forma de vida litúrgica destaca por la estabilidad que le confiere una lex orandi ininterrumpida.

Ciertamente, se han concedido, o más bien tolerado, algunos lugares de culto donde se puede celebrar esta liturgia, pero con demasiada frecuencia lo que se ha dado con una mano es recogido por la otra, pero sin lograr jamás hacerla desaparecer.

Desde el declive masivo durante el período inmediatamente posterior al Concilio Vaticano II, en numerosas ocasiones se ha hecho todo lo posible para reactivar la práctica religiosa, aumentar el número de vocaciones sacerdotales y religiosas y preservar la fe del pueblo cristiano. Todo menos dejar que el pueblo experimente la liturgia tradicional, dando una oportunidad justa a la liturgia tridentina. Hoy, sin embargo, el sentido común exige urgentemente que se permita vivir y prosperar a todas las fuerzas vitales de la Iglesia, y en particular a aquella que disfruta de un derecho que se remonta a más de un milenio.

No nos equivoquemos: el presente llamamiento no es una petición para obtener una nueva tolerancia como en 1984 y 1988, ni siquiera una restauración del estatuto concedido en 2007 por el motu proprio Summorum Pontificum, que, reconociendo en principio un derecho, en la práctica se ha reducido a un régimen de permisos concedidos magramente.

Como laicos, no nos corresponde a nosotros juzgar el Concilio Vaticano II, su continuidad o discontinuidad con la enseñanza anterior de la Iglesia, los méritos o no de las reformas que resultaron de él, etc. Por otra parte, es necesario defender y transmitir los medios que la Providencia ha empleado para permitir a un número creciente de católicos conservar la fe, crecer en ella o descubrirla. La liturgia tradicional juega un papel esencial en este proceso, gracias a su trascendencia, su belleza, su atemporalidad y su certeza doctrinal.

Por esta razón, simplemente pedimos, en aras de la verdadera libertad de los hijos de Dios en la Iglesia, que se conceda la plena libertad de la liturgia tradicional, con el libre uso de todos sus libros litúrgicos, para que, sin obstáculo, en el rito latino, todos los fieles puedan beneficiarse de ella y todos los clérigos puedan celebrarla.

Jean-Pierre Maugendre, Director General de Renaissance Catholique, París, Francia

[Este llamamiento no es una petición que deba firmarse, sino un mensaje que debe difundirse, posiblemente repetirse en cualquier forma que parezca apropiada, y ser llevado y explicado a cardenales, obispos y prelados de la Iglesia universal. Si Renaissance Catholique ha iniciado esta campaña es sólo para expresar un amplio deseo que en tal sentido se manifiesta en todo el mundo católico. Esta campaña no es suya, sino de todos aquellos que participarán en ella, la transmitirán, la amplificarán, cada uno a su manera].

Fuente: renaissancecatholique.fr



 

sábado, 20 de abril de 2024

LA MAJESTAD DEL KYRIOS

Publico traducida al español una nueva parte del artículo de don Enrico Finotti Offerimus praeclarae divinae maiestati tuae, "Ofrecemos a tu excelsa Majestad divina". (Las demás entradas pueden verse aquí y aquí). Ahora se trata del punto segundo que lleva por título La majestad del Kyrios, donde el autor ofrece una respuesta a quienes pretenden privar a la liturgia de todo esplendor y solemnidad basados en una concepción insuficiente (cierto arqueologismo litúrgico) en torno a la sencillez y humildad que acompañó la realización histórica de los misterios de la vida del Señor en su fase terrena y que la liturgia actualiza y celebra. 


La Majestad del Kyrios
Por don Enrico Finotti 

Una sensibilidad bastante extendida hoy en día parece querer oponerse al concepto de majestad divina y manifiesta incomodidad a la hora de realizar debidamente aquellos ritos litúrgicos que pretenden afirmar y adorar dicha majestad. Se recurre al tema de la humildad de la Encarnación, a la vida pobre y sobria del Señor descrita en los Evangelios y, sobre todo, al drama sangriento de la Pasión, tan lejana aparentemente del ámbito sagrado y del protocolo litúrgico del templo. Se piensa que el Señor superó completamente toda sacralidad y sustituyó las grandiosas celebraciones del templo por una liturgia doméstica, humilde y familiar, como fue, según se dice, la Eucaristía, un culto nuevo que debía sustituir y subvertir toda la estructura cultual, no solo de la Antigua Alianza, sino también de la experiencia religiosa anterior de todos los pueblos.

De esta interpretación deriva, sobre todo en los años postconciliares, una notable y amplia secularización de la liturgia, que se propone quitar del culto católico todo aspecto sagrado, conformándolo al modo ordinario de la vida cotidiana. Sobre todo, se tiende a despojar a la liturgia de todo vínculo protocolario, abandonándola al manejo sentimental del grupo informal que la celebra. De forma muy clara se priva al rito de todo elemento de calidad, considerando que el esplendor del arte, la elegancia de los ornamentos y del mobiliario, la sublimidad de la música, la nobleza de la forma literaria y de los ritos en general deben ser despojados de su carácter de excelencia para convertirse en un reflejo del nivel básico y efímero de lo contingente. En realidad, esta mentalidad es completamente engañosa y ha provocado el colapso de la auténtica liturgia en la práctica eclesial, dando paso a su mistificación carente de fe y cerrada al don de la gracia. Tal experiencia ha vaciado los corazones del pueblo cristiano y degradado la gran cultura cristiana.

Nos preguntamos: ¿Realmente el Señor comprendió de este modo el culto evangélico que Él mismo promulgó?

Ciertamente, desde su concepción en el seno purísimo de la Virgen Inmaculada, Él es el Sumo Sacerdote constituido por el Padre para nuestra salvación; toda su vida se ha desarrollado en un permanente ejercicio sacerdotal, pero es sobre todo en la pasión sangrienta y en la muerte de cruz, cuando realiza de modo perfecto aquel Sacrificio único del que todos los sacrificios rituales del Antiguo Testamento y de todos los pueblos no eran más que una lejana figura. Él ha querido ejercer su sacerdocio bajo el velo de la carne del viejo Adán y llevar sobre sí el peso del pecado de todos los hombres: de ahí el sufrimiento vicario y la dimensión sangrienta de su culto inmaculado. Sin embargo, la fase terrena de su vida, en permanente lucha contra el príncipe de este mundo, contra el poder del pecado y consumada en el Calvario, con todas las características históricas que la configuraron, permanece en el pasado sin posibilidad de ser repetida. Pero la virtud interior de aquella vida teándrica y de aquel Sacrificio cruento permanece para siempre, siempre perdura resplandeciente ante la presencia de la Majestad divina, que, mediante ese homenaje de amor infinito, dona perpetuamente la regeneración y la vida eterna a todos los hombres.

Hay que considerar entonces que después de su resurrección el Señor reina soberano sobre todos los tiempos y todas las gentes y su acción es la del Kyrios inmolado y glorioso, que se sienta a la diestra del Padre. Es en este estado de glorificación que nuestro Señor Jesucristo sigue estando presente en la liturgia de la Iglesia. La liturgia, por tanto, no puede ser una mera imitación histórica de lo que el Señor hizo, sino que debe ser el reflejo de su acción sobrenatural que actúa en el hoy de nuestro tiempo. No se trata de realizar una representación sagrada de lo que el Señor hizo, sino, aun siendo totalmente fieles a lo que entonces mandó, se trata de encontrarlo en el poder de su gloria incluso en el régimen de la fe.

En efecto, ya en la experiencia viva de los discípulos, el Señor después de su resurrección, suscita una profunda adoración y un sagrado temor reverencial hasta el punto de que todos se postran en actitud de adoración ante Él. De hecho, Santo Tomás exclama: Señor mío y Dios mío. La liturgia de la Iglesia se relaciona ahora con el Kyrios y se ajusta plenamente al modo de culto atestiguado en las visiones del Apocalipsis y prefigurado en las antiguas teofanías bíblicas.

Incluso la celebración de la Eucaristía no puede, por tanto, limitarse a repetir simplemente la forma histórica de su institución en el Cenáculo, toda vez que ha sido transfigurada por el mismo Resucitado cuando la celebró con los dos discípulos de Emaús en la tarde de Pascua, bajo la forma superior de su presencia en estado de gloria y con aquella oblación incruenta que en adelante será eterna. Es en esta nueva perspectiva que la Iglesia celebra el Sacrificio divino y accede a la majestad del Kyrios que ahora llena todas las cosas. Sin esta visión sobrenatural, nunca se podrá comprender el criterio sagrado y solemne que la Iglesia adoptó al establecer el culto cristiano.

Se trata entonces no sólo de acceder a la presencia de la majestad de la Santísima Trinidad, sino también de comparecer con veneración y temblor ante la majestad igualmente apofática del Kyrios glorioso, como bien se describe en el Apocalipsis. Pues el Apóstol declara: Aunque hemos conocido a Cristo según la carne, ahora no lo conocemos así (2 Cor 5, 16).

Por eso, la liturgia de la Iglesia se encuentra en tensión entre dos polos indisolubles: el histórico que en el Cenáculo nos ofrece la sustancia indefectible del sacrificio sacramental, y el trascendente que, realizado en el Calvario de modo cruento, arde sin cesar ante el trono de la Majestad sobre el altar de oro del cielo. El mero retorno arqueológico a las coordenadas históricas del momento terreno de la acción salvífica de Cristo, sería insuficiente frente a la realidad que se realiza en el hoy imperturbable de la liturgia celestial y que se refleja sobre el altar de la tierra bajo el velo del sacramento.

Por tanto, están lejos del sentir de la Iglesia y de la naturaleza íntima del hecho sagrado los que, en nombre de una mayor fidelidad histórica a lo que hizo el Señor en el tiempo, quisieran despojar a la liturgia de esa vestidura resplandeciente y de aquellos gestos solemnes que el Apocalipsis revela en el santuario celestial. Es esta liturgia del cielo la que ahora está en acto, y es en esta sublime forma que encuentra salida y cumplimiento aquel Sacrificio cruento y aquella Pasión dolorosa que entonces, de una vez y para siempre (semel), redimió el mundo. Hacia este culto inmortal suspira la Iglesia y, con veneración y temor, ofrece aquí abajo los auxilios oportunos para preparar a sus hijos a la gloria.


 

viernes, 12 de abril de 2024

EL DON DE LA CRUZ

«¡Oh don preciosísimo de la cruz! ¡Qué aspecto tiene más esplendoroso! No contiene, como el árbol del paraíso, el bien y el mal entremezclados, sino que en él todo es hermoso y atractivo tanto para la vista como para el paladar.

Es un árbol que engendra la vida, sin ocasionar la muerte; que ilumina sin producir sombras; que introduce en el paraíso, sin expulsar a nadie de él; es un madero al que Cristo subió, como rey que monta en su cuadriga, para derrotar al diablo que detentaba el poder de la muerte, y librar al género humano de la esclavitud a que la tenía sometido el diablo.

Este madero, en el que el Señor, cual valiente luchador en el combate, fue herido en sus divinas manos, pies y costado, curó las huellas del pecado y las heridas que el pernicioso dragón había infligido a nuestra naturaleza.

Si al principio un madero nos trajo la muerte, ahora otro madero nos da la vida: entonces fuimos seducidos por el árbol: ahora por el árbol ahuyentamos la antigua serpiente. Nuevos e inesperados cambios: en lugar de la muerte alcanzamos la vida; en lugar de la corrupción, la incorrupción; en lugar del deshonor, la gloria.

No le faltaba, pues, razón al Apóstol para exclamar: Dios me libre de gloriarme, si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo. Pues aquella suprema sabiduría, que, por así decir, floreció en la cruz, puso de manifiesto la jactancia y la arrogante necedad de la sabiduría mundana. El conjunto maravilloso de bienes que provienen de la cruz acabó con los gérmenes de la malicia y del pecado».

(De los sermones de San Teodoro Estudita [759 - 826]. Sermón sobre la adoración de la Cruz. Oficio de lectura, viernes segunda semana de Pascua).


 

jueves, 4 de abril de 2024

¿POR QUÉ ARRODILLARSE?

Giotto. Noli me tangere
Imagen: wikipedia.org

«¿Cuál es la actitud del engreído? Se atiesa, yergue la cabeza, los hombros y el cuerpo entero. Su continente está diciendo: «Soy mayor que tú; soy más que tú». Pero cuando uno siente bajamente de sí mismo y se tiene en poco, inclina la cabeza y agacha el cuerpo: «se achica». Y tanto más, a la verdad, cuanto mayor sea la persona que tiene a la vista, cuanto menos valga él mismo en su propia estimación.

¿Y cuándo más clara que en la presencia de Dios la sensación de pequeñez? ¡El Dios excelso, que era ayer lo que es hoy y será dentro de cien mil años! ¡El Dios que llena este aposento, y la ciudad, y el universo, y la inmensidad del cielo estelar! ¡El Dios ante quien todo es como un granito de arena! ¡El Dios santo, puro, justo y altísimo!...

¡Él, tan grande!... ¡Y yo, tan pequeño!... Tan pequeño, que ni remotamente puedo competir con Él; que ante Él soy nada.

Sin más, cae en la cuenta de que ante Él no es posible presentarse altivo. «Se empequeñece»; desearía reducir su talla, por no presentarla allí altanera; y ¡mira!, ya ha entregado la mitad, postrándose de rodillas. Y si el corazón no está aún satisfecho, cabe doblar la frente. Y aquel cuerpo inclinado parece decir: «Tú eres el Dios excelso; yo, la nada.»

Al arrodillarte, no seas presuroso ni inconsiderado. Es preciso dar a ese acto un alma, que consista en inclinar a la vez por dentro el corazón ante Dios con suma reverencia. Ya entres en la iglesia o salgas de ella, ya pases ante el Altar, dobla hasta el suelo la rodilla, pausadamente; y dobla a la vez el corazón, diciendo: «¡Soberano Señor y Dios mío! …». Si así lo hicieres, tu actitud será humilde y sincera; y redundará en bien y provecho de tu alma».  (R. Guardini, Los signos sagrados, Barcelona 1965, p. 23 y 24).


 

domingo, 31 de marzo de 2024

CRISTO VIVE

Resurrección de Murillo
Imagen: wikipedia.org

«Es importante reafirmar esta verdad fundamental de nuestra fe, cuya verdad histórica está ampliamente documentada, aunque hoy, como en el pasado, no faltan quienes de formas diversas la ponen en duda o incluso la niegan. El debilitamiento de la fe en la resurrección de Jesús debilita, como consecuencia, el testimonio de los creyentes. En efecto, si falla en la Iglesia la fe en la Resurrección, todo se paraliza, todo se derrumba. Por el contrario, la adhesión de corazón y de mente a Cristo muerto y resucitado cambia la vida e ilumina la existencia de las personas y de los pueblos.

¿No es la certeza de que Cristo resucitó la que ha infundido valentía, audacia profética y perseverancia a los mártires de todas las épocas? ¿No es el encuentro con Jesús vivo el que ha convertido y fascinado a tantos hombres y mujeres, que desde los inicios del cristianismo siguen dejándolo todo para seguirlo y poniendo su vida al servicio del Evangelio? “Si Cristo no resucitó, —decía el apóstol san Pablo— es vana nuestra predicación y es vana también nuestra fe” (1 Co 15, 14). Pero ¡resucitó!

El anuncio que en estos días volvemos a escuchar sin cesar es precisamente este: ¡Jesús ha resucitado! Es “el que vive” (Ap 1, 18), y nosotros podemos encontrarnos con él, como se encontraron con él las mujeres que, al alba del tercer día, el día siguiente al sábado, se habían dirigido al sepulcro; como se encontraron con él los discípulos, sorprendidos y desconcertados por lo que les habían referido las mujeres; y como se encontraron con él muchos otros testigos en los días que siguieron a su resurrección.

Incluso después de su Ascensión, Jesús siguió estando presente entre sus amigos, como por lo demás había prometido: “He aquí que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). El Señor está con nosotros, con su Iglesia, hasta el fin de los tiempos. Los miembros de la Iglesia primitiva, iluminados por el Espíritu Santo, comenzaron a proclamar el anuncio pascual abiertamente y sin miedo. Y este anuncio, transmitiéndose de generación en generación, ha llegado hasta nosotros y resuena cada año en Pascua con una fuerza siempre nueva». (Benedicto XVI, Audiencia general, miércoles 26 de marzo de 2008)

Fuente: vatican.va


 

sábado, 30 de marzo de 2024

DE LOS BRAZOS DE LA CRUZ A LOS BRAZOS DE SU MADRE

Descendimiento de Rubens

Los auxilios que un grupo selecto de almas enamoradas prestaron a Cristo muerto para descenderlo de la Cruz y darle digna sepultura han inspirado páginas bellísimas en la literatura espiritual. He aquí algunas de ellas.

1. «Nicodemo y José de Arimatea discípulos ocultos de Cristo interceden por Él desde los altos cargos que ocupan. En la hora de la soledad, del abandono total y del desprecio, entonces dan la cara audacter (Mc XV, 43): ¡valentía heroica!

Yo subiré con ellos al pie de la Cruz, me apretaré al Cuerpo frío, cadáver de Cristo, con el fuego de mi amor…, lo desclavaré con mis desagravios y mortificaciones…, lo envolveré con el lienzo nuevo de mi vida limpia, y lo enterraré en mi pecho de roca viva, de donde nadie me lo podrá arrancar, ¡y ahí, Señor, descansad!

Cuando todo el mundo os abandone y desprecie…, ¡serviam!, os serviré, Señor». (San Josemaría Escrivá, Via Crucis, XIV, 1)

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2. «Después de esto considera cómo aquel mismo día por la tarde llegaron aquellos dos santos varones, José y Nicodemo que, arrimadas sus escaleras a la Cruz, descendieron en brazos el Cuerpo del Salvador. Como la Virgen vio que, acabada ya la tormenta de la pasión, llegaba a tierra el sagrado Cuerpo, aparéjase Ella para darle puerto seguro en sus pechos y recibirlo de los brazos de la Cruz en los suyos…

Pues cuando la Virgen le tuvo en sus brazos, ¿qué lengua podrá explicar lo que sintió? ¡Oh ángeles de la paz, llorad con esta Sagrada Virgen; llorad, cielos; llorad, estrellas del cielo, y todas las criaturas del mundo acompañad el llanto de María! Abrázase la Madre con el cuerpo despedazado, apriétalo fuertemente en sus pechos (para solo esto le quedaban fuerzas), mete su cara entre las espinas de la sagrada cabeza, júntase rostro con rostro, tíñese la cara de la sacratísima Madre con la sangre del Hijo, y riégase la del Hijo con lágrimas de la Madre. ¡Oh dulce Madre! ¿Es ése, por ventura, vuestro dulcísimo Hijo? ¿Es ése el que concebiste con tanta gloria y pariste con tanta alegría? ¿Pues qué se hicieron vuestros gozos pasados? ¿Dónde se fueron vuestras alegrías antiguas? ¿Dónde está aquel espejo de hermosura en que os mirábades?

Lloraban todos los que presentes estaban; lloraban aquellas santas mujeres, aquellos nobles varones; lloraba el cielo y la tierra y todas las criaturas acompañaban las lágrimas de la Virgen». (San Pedro de Alcántara, Tratado de la oración y meditación, Madrid 1991, p. 99).

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3. «Tras de esto resta considerar con cuánta devoción y compasión desclavarían aquellos santos varones el Sacratísimo cuerpo de la Cruz, y con qué lágrimas y sentimiento lo recibiría en sus brazos la afligidísima Madre, y cuáles serían allí las lágrimas del amado discípulo, de la santa Magdalena y de las otras piadosas mujeres; cómo lo envolverían en aquella sábana limpia y cubrirían su rostro con un sudario, y, finalmente, lo llevarían en sus andas y lo depositarían en aquel huerto donde estaba el santo sepulcro.

En el huerto se comenzó la Pasión de Cristo, y en el huerto se acabó; y por este medio nos libró el Señor de la culpa cometida en el huerto del Paraíso, y por ella, finalmente, nos lleva al huerto del Cielo» (Fray Luis de Granada, Vida de Jesucristo, Madrid 1990, p. 147).



 

viernes, 29 de marzo de 2024

AFECTOS A JESÚS CRUCIFICADO

Cristo de la buena muerte

«Alma mía, levanta los ojos y mira a este Hombre crucificado; mira al Cordero divino sacrificado sobre el altar de la cruz; considera que es el Hijo predilecto del Padre eterno, y que ha muerto por el amor que te profesa. Mira cómo tiene los brazos abiertos para abrazarte, la cabeza inclinada para darte el beso de paz, el costado abierto para darte entrada en su corazón. ¿Merece ser amado un Dios tan bueno y amoroso? ¿Qué respondes a esto? Hijo mío, te dice Jesús desde lo alto de la cruz, mira si ha habido en el mundo quien te haya amado más que tu Dios». (San Alfonso María de Ligorio, Meditaciones sobre la Pasión de Jesucristo, Madrid 1977, p. 175).