domingo, 7 de abril de 2013

UNA ORACIÓN DESATENDIDA EN FAVOR DEL CONCILIO

   
Hojeando un viejo misal de fieles -que pena que ya casi no existan, pues jugaban un papel catequético formidable en el seno de las familias católicas- me encontré con una sencilla estampa que arriba reproduzco y que lleva por título Oración por el Concilio Ecuménico. La leí con emoción, pues se trata de una ferviente súplica al Espíritu Santo pidiendo por los frutos del inminente Concilio Vaticano II y, según creo, compuesta por el mismo Papa Juan XXIII. Además toda ella rebosa de esa piedad tan propia de la Iglesia anterior al Concilio que suele remover mucho más eficazmente los corazones que tantas oraciones insulsas que plagan la folletería espiritual moderna.
Pero luego de una emotiva lectura inicial me quedé consternado y exclamé: ¡Dios mío, nada de lo que aquí se pedía se ha cumplido! A la difusión de la luz y la fuerza del Evangelio en la sociedad humana, vino a suceder un paulatino oscurecimiento y debilitamiento de la fe, comenzando por las sociedades más católicas de entonces. A la nueva pujanza de la Religión Católica y de su activismo misional que se imploraba, siguió por desgracia una gran desbandada de sacerdotes, religiosos y religiosas, junto a la casi total paralización de la actividad misionera en el mundo. Al más profundo conocimiento de la doctrina de la Iglesia y al mayor establecimiento de las costumbre cristianas entre los hombres, sucedió la siembra de todo tipo de doctrinas dudosas y teorías heréticas y un destierro generalizado de las buenas y sanas costumbres, ya no solo cristianas sino también de las propias de la ética natural más elemental. A la obediencia de las decisiones conciliares y al generoso acatamiento de sus disposiciones, sobrevino un concilio virtual –en expresión de nuestro amado Benedicto XVI- que poco o nada tenía que ver con el Concilio real y sus auténticas decisiones. Al laudable deseo de reunión de todos los que se glorían del nombre de cristianos bajo un solo Pastor, ha seguido una rara práctica ecuménica  -a veces simple sincretismo- que no ha atraído a nadie a la Iglesia Romana, donde se sabe que vive y gobierna el único verdadero Pastor. En fin, los prodigios de un nuevo Pentecostés, por ahora no se han renovado en absoluto. Y la consternación del búho se mudó en interrogaciones: ¿Señor, qué ha sucedido para que te hayas negado conceder un mínimo de fecundidad a este evento conciliar? ¿Hay algo que durante el desarrollo de la gran asamblea conciliar, o bien en los años subsiguientes te haya verdaderamente contristado? ¿Por qué no te has dignado atender a estas súplicas? Pero me consoló el comentario de un amigo historiador: “mira, me dijo, 50 años en la historia de la Iglesia no son nada”.

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