martes, 28 de mayo de 2013

EL PAPA FRANCISCO Y EL SACRAMENTO DE LA ADUANA PASTORAL

Si hay algo que a nuestro Papa Francisco no le falta es un sano realismo pastoral. Desde que asumió la Cátedra de Pedro, no ha dejado de insistir en la importancia de estar en contacto con la realidad viva y directa de las almas. No es dado al uso de expresiones o eslóganes grandilocuentes; prefiere más bien aterrizarnos de inmediato con alguna consideración práctica y asequible a todos. Por ejemplo, más que hablar de la importancia de construir una civilización del amor, prefiere que cada uno se  pregunte  diariamente qué gestos de ternura o caridad ha tenido con las personas con que se ha topado; o bien prefiere que cada uno se examine con qué celo, alegría o entusiasmo  sabe acoger a quien se le acerca para solicitar algún servicio pastoral, que hacer un llamado a trabajar en la tarea de una gran misión continental. Este saludable realismo apostólico, que se halla en las antípodas de una pastoral con aires de gnosticismo, es decir, basada en recetas confeccionadas por grupos de iluminados, pero generalmente estériles en la realidad viva y concreta del creyente, me parece ser un valioso aporte que puede ofrecer hoy a la Iglesia universal un Papa latinoamericano.
  En su reciente homilía del 25 de mayo en Santa Marta el Papa ha puesto unos cuantos ejemplos, pienso que a modo de advertencia, para evitar que el católico de hoy –sacerdote o laico- termine por convertirse en un simple teórico o burócrata de la fe.  El cura teórico ha quedado reflejado en la siguiente anécdota de su homilía: “Había una señora humilde que pedía a un sacerdote la bendición: el sacerdote le decía: ‘¡Bien, pero señora usted ha estado en la Misa!’ y le explicó toda la teología de la bendición en la Misa. Le hizo bien: ‘Ah, gracias padre; sí padre’, decía la señora. Cuando el sacerdote se fue, la señora se dirigió a otro cura: ‘¡Deme la bendición!’. Y todas aquellas palabras no le entraron, porque ella tenía otra necesidad: la necesidad de ser tocada por el Señor. Esa es la fe que encontramos siempre y esta fe la suscita el Espíritu Santo. Debemos facilitarla, hacerla crecer, ayudarla a crecer”. Y el seglar burócrata es retratado así: “Pensad –decía- también en una madre soltera, que va a la iglesia, a la parroquia y al secretario: ‘Quiero bautizar al niño’. Y este cristiano o cristiana que lo recibe le dice: ‘No, tú no puedes porque no estás casada!’. Pero mirad, esta chica que ha tenido el valor de seguir adelante con su embarazo y de no ‘quitárselo de encima’, ¿qué encuentra? ¡Una puerta cerrada! ¡Esto no es celo! ¡Aleja del Señor! ¡No abre las puertas! Y así cuando estamos en este camino, en esta actitud, no hacemos bien a los demás, a la gente, al Pueblo de Dios. Pero Jesús instituyó siete sacramentos, y nosotros con esta actitud instituimos el octavo: ¡el sacramento de la aduana pastoral!”.

  ¡El sacramento de la aduana pastoral! Aquí sí que el Papa Francisco pone el dedo en la llaga. No se trata de minusvalorar el derecho, sino de remediar un mal que se ha extendido en la Iglesia durante las últimas décadas: confiar más en la organización de nuestras actividades pastorales o catequéticas que en la eficacia misma de la gracia de los sacramentos o de la predicación de la auténtica Palabra de Dios. E hilvanando estas ideas he comprendido de pronto por qué el Santo Cura de Ars no fue declarado finalmente patrono de todos los sacerdotes, tal como se había anunciado como colofón del año sacerdotal. Probablemente la presión de tanto cura pastoralmente aduanero no consintió un patrono santo cuya sotana estuviera tan sucia e impregnada del olor de su rebaño.

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