lunes, 29 de julio de 2013

NO TODO DEBIÓ SER DEL AGRADO DEL PAPA

Sin haberme hecho grandes expectativas, esperaba más, litúrgicamente hablando, de la Misa de clausura de la JMJ. En todo caso doy gracias a Dios de haber evitado al Papa Benedicto ser él quien bebiera el amargo cáliz de la indiferencia a lo que fuera su magisterio litúrgico, tan profundo, tan insistente y tan grave, durante los años de su pontificado e incluso antes. Me alegra, en cambio, que el Papa Francisco, hombre formado en la recia ascética de San Ignacio, pueda comprobar personalmente los peligros que acosan a la liturgia y la necesidad de velar siempre sobre ella. Ahora bien, siempre que contemplo estas misas multitudinarias, tan difíciles de controlar, donde la cantidad de participantes es inversamente proporcional a la calidad del rito, suelo recordar unas consideraciones del pensador francés Jean Guitton sobre los acelerados cambios que sufrió la Iglesia en el ámbito litúrgico. “Las transformaciones de la liturgia -escribió hace años- se han llevado a cabo demasiado rápidamente. Permítaseme citar la opinión de un observador grave, extraño al catolicismo, André Chevrillon (que era sobrino de Taine). Hablábamos de la reforma litúrgica. Con la gran calma que caracteriza a los prudentes, me hizo esta observación: Las mutaciones profundas en el plano biológico o histórico se han producido de un modo imperceptible y mediante una serie de cambios mínimos. Ud. es joven, pero algún día se dará cuenta de que este nuevo modo que tienen los católicos de celebrar su misa tendrá consecuencias importantes. Pronto el catolicismo difícilmente se distinguirá del protestantismo.” (J. Guitton, Silencio sobre lo esencial, Edicep, Valencia 1988. p. 32).

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