viernes, 9 de agosto de 2013

FLORENTINO, DIGNA VICTIMA DEL CORDERO INMACULADO

El martirologio español celebra el 9 de agosto a uno de sus grandes: el beato Florentino Asensio (1877-1936), Obispo de Barbastro y mártir de la persecución religiosa a inicios de la guerra civil. No es necesario retroceder muchos siglos para toparse con esa saña diabólica que cada cierto tiempo golpea a los miembros del Cuerpo Místico de Cristo. Durante el verano de 1936, vastas zonas de la España roja se convirtieron en un circo romano del que brotó un espléndido ejército de mártires; hoy, portando sus palmas gloriosas, aclaman jubilosos al Cordero y embellecen con sus vidas el rostro de la Iglesia contemporánea. La caridad y fortaleza manifestadas por el beato Florentino merecen que su martirio sea leído de rodillas y en sobrecogedor silencio.

"...Cuando el 3 de julio de 1936 los anarquistas, presididos por el alcalde, asaltaron el seminario, el obispo logró salvar lo más valioso, ayudado por jóvenes de Acción Católica. De Zaragoza y de Huesca recibió el obispo la oferta de retirarse de Barbastro, pero él contestaba:
–Yo no abandono la viña que el Señor me ha confiado.
Días después, a raíz de la sublevación del ejército en África y en muchas ciudades de España, Barbastro cayó en manos de los anarquistas. El 19 de julio comenzó la caza de curas en toda la diócesis. De curas, religiosos y católicos de relieve. La cárcel se llenó, hasta límites increíbles. Improvisaron como prisión el salón de los escolapios. A don Florentino le impidieron, primero, salir de palacio, incomunicado. El 23 lo llevaron, vestido de traje talar, al colegio de los escolapios. Desde allí, vio con tristeza la quema de «santos» junto a la iglesia de San Francisco. Lo vinieron a interrogar muchas veces.
En la noche del 8 de agosto recibió la orden de ir a declarar ante el «Comité». Presintió lo peor. Y, antes de salir, le pidió al rector de los escolapios que lo confesase. Al salir vestía sólo pantalón y chaleco. «Estuvo en la cárcel sólo unas horas». El carcelero se asomó por la ventanuca de la celda. Lo vio sentado en el suelo, como meditando. Le chistó: «Oiga usted. Estaría mejor en la tarima. Ahí se va a enfriar».
-Es igual, es igual. ,
El carcelero vio que llevaba un objeto entre las manos. Al llevarle la cena quiso cerciorarse de lo que el obispo parecía sujetar y medio esconder: era un rosario. Le rogó que lo ocultase. Le entregó la cena, que le enviaban de los escolapios. No quiso tomar nada.
-Déselo a uno de sus hijos.
A la hora de la ejecución lo fueron a buscar a la celda. M. A., el «Enterrador", jefe de los pelotones de ejecución, le dio un empujón y le dijo:
-A éste, como es el pez gordo, lo ato yo.
Le ató con alambre, las manos detrás de la espalda. Allí estaban varios del piquete. Lo llenaron de insultos y blasfemias. Y lo condujeron al «rastrillo». Allí se consumó la burla más sangrienta y nefanda de la historia de Barbastro. El «oculista» incitó a un peón analfabeto, A. G.:
Tú, ¿no decías que querías comer co... de obispo?
«Obligaron al obispo a tenderse en el suelo», «en las baldosas». Le bajaron las ropas, entre carcajadas. El revolucionario sacó una navaja cabritera y le cortó en vivo los testículos. El obispo palideció, pero no se inmutó. Ahogó un grito de dolor y musitó una oración al Señor de las cinco tremendas llagas.
En el suelo había un ejemplar de «Solidaridad Obrera», donde el ejecutor recogió los despojos, para enseñarlos en los bares abiertos de Barbastro.
Los testigos aseguran que aquel guiñapo de hombre, el santo y mártir obispo de Barbastro, se habría derrumbado, si no lo hubieran atado codo con codo, a otro hombre mucho más alto y recio, que lo mantuvo en pie, aterrado y mudo. Lo cosieron con esparto, como a un caballo destripado.
El «Enterrador» rezongó: «Habéis tenido el capricho de hacer eso, y ahora vamos a tenerlo que llevar a cuestas hasta el camión, a ver si se enfría».
«Le obligaron a ir por su propio pie, chorreando sangre, a primeras horas del día 9 de agosto». Para los asesinos era un perro, una pobre bestia amansada y derruida. Ante los ojos de Dios era la imagen ensangrentada y bellísima de un nuevo mártir, en el trance supremo de su inmolación.
Al salir, el prelado dijo: «¡Qué noche más hermosa ésta para mí: voy a la casa del Señor!»
-Se ve que no sabe a dónde le llevamos...
-Me lleváis a la gloria. Yo os perdono. En el cielo rogaré por vosotros.
-Anda, tocino, date prisa, le respondían.
Un miliciano le golpeó en la boca y le dijo: «¡Toma la comunión!»
«El camino fue horroroso; no podía andar por las mutilaciones». Extenuado, llegó al lugar de la ejecución. Al recibir la descarga, los milicianos le oyeron decir: «Señor, compadécete de mí».
Pero el obispo no murió aún. Consta que le rompieron varias costillas, «a patadas», lo entraron en el cementerio y lo arrojaron sobre un montón de cadáveres hacinados.
«Su agonía duró sobre una hora -dice el escolapio Mompel, que observaba todo desde el último piso-; no le dieron el tiro de gracia al principio, sino que lo dejaron morir para que sufriera más.»
La agonía le arrancaba lamentos: Dios mío, ábreme pronto las puertas del cielo». Uno oyó que «ofrecía su sangre por la salvación de su diócesis».
Volvieron unos escopeteros y lo remataron”.
El papa Juan Pablo II lo beatificó, junto al gitano mártir, «El Pelé». En aquella ocasión, dijo el papa: «El obispo, como maestro y guía en la fe para su pueblo, está llamado a confesarla con las palabras y obras. Monseñor Asensio llevó hasta sus últimas consecuencias su responsabilidad de pastor al morir por la fe que vivía y predicaba. En los últimos momentos de su vida, tras haber sufrido vejatorios y lacerantes tormentos, ante la pregunta de uno de sus verdugos sobre si conocía el destino que le esperaba, contestó con serenidad y firmeza: "Voy al paraíso". Proclamaba así su inquebrantable fe en Cristo, vencedor de la muerte y dador de vida eterna. Al ser elevado hoy a la gloria de los altares, el Beato Florentino Asensio Barroso sigue alentando con su ejemplo la fe de los fieles de esa amada diócesis aragonesa y vela por ella con su intercesión» (Roma, 4 de mayo de 1997).
+ JUAN JOSÉ MELLA
Obispo de Calahorra-La Calzada-Logroño
Fuente:bibliotecacatolicadigital.org/SANTORAL/Vida/08/08-09_beato_florentino_asensio_barroso.htm

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