viernes, 27 de diciembre de 2013

JUAN, EL ÁGUILA DE LAS CUMBRES DIVINAS

“Entre los cuatro evangelios, o mejor, entre los cuatro libros del único Evangelio, el apóstol san Juan, no inmerecidamente comparado con el águila en atención a la comprensión espiritual, ha erguido su predicación más altamente y de modo mucho más sublime que los otros tres, y con su erguimiento ha querido también erguir nuestros corazones. De hecho, los otros tres evangelistas caminaban en la tierra, digamos, con el Señor en cuanto hombre, de su divinidad hablaron poco; en cambio, cual si a éste le diera pereza caminar en la tierra, se ha erguido no sólo sobre la tierra, y sobre todo el ámbito del aire y del cielo, sino también sobre todo el ejército de los ángeles y sobre todo el mundo de las potestades invisibles y ha llegado hasta Aquel mediante quien todo se hizo, diciendo, como en el exordio mismo de su escrito ha dejado oír: En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios; Él estaba al principio en Dios. Todas las cosas fueron hechas por El… En efecto, no sin causa se narra de él en este mismo evangelio que durante la cena se recostaba sobre el pecho del Señor. De ese pecho, pues, bebía en secreto; pero eructaba manifiestamente lo que bebía en secreto, para que a todas las gentes llegara no sólo la encarnación, pasión y resurrección del Hijo de Dios, sino también qué era antes de la encarnación el Único del Padre, el Verbo del Padre, coeterno con el que lo engendra, igual a quien lo ha enviado.” (San Agustín, Tratados sobre el evangelio de San Juan, Trac. XXXVI, 1)

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