miércoles, 30 de enero de 2013

DECIR LO QUE CRISTO DIJO

No deja de sorprender la dificultad y resistencia que encuentra el Papa Benedicto cada vez que desea introducir alguna modificación –muchas veces se trata de una auténtica corrección- en el ámbito litúrgico. Las dificultades no suelen provenir del pueblo fiel, siempre obediente a la suprema potestad del Romano Pontífice, sino de sacerdotes, religiosos, obispos y teólogos dispuestos, al parecer, a dar lecciones a su propio Maestro. Creo que es lo sucedido en los últimos años con la famosa traducción de las palabras de la consagración del Cáliz en la misa. Como lo explicaba el Santo Padre en carta a los obispos alemanes: “el cambio del «pro multis» a «por todos» no fue una traducción pura, sino una interpretación que fue y sigue siendo muy razonable, pero ya es más que una traducción e interpretación”. No hace mucho un obispo, creo que para mover a su clero a la obediencia, mandó a todos sus sacerdotes por correo electrónico la Carta del Papa a los obispos alemanes; el documento iba acompañado de un breve comentario de este estilo: aunque personalmente me gusta más la traducción «por todos los hombres», lean este interesante texto del Papa. Y aquí radica la cuestión: lo que el Santo Padre pretende es sencillamente que se digan las palabras que, según testimonio unánime de las fuentes de la revelación, dijo Jesús cuando convirtió el vino en su Sangre, no las que creemos que dijo o nos hubiese gustado que dijera. Si en cosa tan elemental cuesta obedecer, me inclino a pensar que en el rechazo a la traducción «por vosotros y por muchos» se esconden motivaciones más ideológicas que pastorales

lunes, 28 de enero de 2013

TOMÁS DE AQUINO: UN GIGANTE DE LA TEOLOGÍA DE TODOS LOS TIEMPOS


SANTO TOMÁS DE AQUINO, Confesor y Doctor de la IglesiaCreo que fue E. Gilson quien dijo de Santo Tomás de Aquino que había sido un gran filósofo porque fue a la vez un gran teólogo, y que había sido un gran teólogo porque fue a la vez un gran santo. El propio Tomás decía que su libro era el Crucifijo; y al final de su vida, junto con someter al juicio de la Iglesia cuanto había escrito y enseñado, comentaba son la sencillez de un niño: por tu amor, Señor, he estudiado, vigilado y trabajado. Cuánto mejoraría la calidad de cierta teología contemporánea  si se hiciera por tu amor, Señor. Pero el juicio de la Iglesia no ha cesado de engrandecer la figura de Santo Tomás y recomendar su estudio como regla segura del buen pensar teológico. Ya Juan XXII, el Papa que lo canonizó en 1324, decía de él: “Iluminó a la Iglesia de Dios más que ningún otro doctor; y saca más provecho el que estudia un año solamente en sus libros, que el que sigue todo el curso de su vida las enseñanzas de los otros”. Y más recientemente el Papa Benedicto XVI: “La historia de la Iglesia también es inseparablemente historia de la cultura y del arte. Obras como la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino, la Divina Comedia, la Catedral de Chartres, la Capilla Sixtina o las Cantatas de Jhoann Sebastian Bach constituyen síntesis extraordinarias entre fe cristiana y expresión humana”.

domingo, 27 de enero de 2013

FERNÁNDEZ DE LA CIGOÑA: BUEN ANTÍDOTO PARA CATÓLICOS ACOMPLEJADOS


C
elebro y recomiendo la entrevista a Francisco José Fernández de la Cigoña que publica ayer Religión en Libertad. Se trata del bloguero religioso más leído de España -cuenta sus entradas por millones- y que en cierto modo se ha convertido en la voz de los que han debido soportar, durante décadas y en estoico silencio, la dictadura del proletariado eclesiástico. Visitar su blog (La cigüeña de la torre) es buena terapia para superar complejos y sentir la comunión de los santos católicos bien pensantes. La armoniosa mezcla de gracia e ironía, simpatía y malicia, le dan a sus columnas un toque ameno y liviano, no obstante lo grave de los temas en cuestión. Sabe perfectamente hasta dónde puede llegar sin herir, convertir la lágrima en carcajada, lo dantesco en broma; y sobre todo sabe reírse de sí mismo, condición indispensable de todo sabio columnista. 






















sábado, 26 de enero de 2013

UNA JUGADA MAESTRA DEL MAESTRO

Cuando las necesidades de la Iglesia lo requieren, su divino Fundador se manifiesta como siempre: majestuoso. Hacia el año 37, estando la Iglesia naciente necesitada de un buen impulso expansivo, acontece la conversión de San Pablo, movida maestra del Maestro, que sale a buscar al que será el más apasionado de sus apóstoles donde menos cabría encontrarlo: entre sus enemigos. Pero la fiereza del perseguidor, señala San Agustín, auspiciaba la fecundidad del suelo en que Cristo sembró. Sirva como sencillo y agradecido homenaje al gran Apóstol, este viejo himno compuesto hacia el siglo XI y que se lee en la liturgia de las horas del 25 de enero:


Que celebre la Iglesia 
la excelsa gloria de Pablo,
a quien el Señor de modo admirable
de su perseguidor hizo su Apóstol.

Pues el mismo que con furor,
 arremetió contra el nombre de Cristo,
con mayor entusiasmo aún, 
predica ahora el amor de Cristo.

Oh qué gran mérito el de Pablo,
arrebatado al tercer cielo, 
escuchó palabras misteriosas,
que nadie osa pronunciar.

Mientras siembra la semilla del Verbo, 
brota una mies generosa,
y así del fruto de sus buenas obras,
está lleno el granero del Cielo.

Como una lámpara encendida, 
que invade el orbe con su rayos,
pone en fuga  las tinieblas del error,
para que sólo reine la verdad.

Oh Cristo sea dada a ti toda la Gloria 
junto con el Padre y el Espíritu Santo,
pues  has dado a los gentiles
un vaso de elección tan luminoso. 
Amén.



miércoles, 23 de enero de 2013

AD ORIENTEM: UN PRECIOSO APORTE LITÚRGICO DE SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ


L
a teología que encontramos en la vida de los santos, más bien fruto de un contacto directo con lo divino que de apacibles horas de erudita investigación, suele llevar la hondura y la fuerza de lo vivido y experimentado, lo que le otorga especial autoridad y valor. Lo he podido experimentar al leer unas palabras de San Josemaría Escrivá en las que da razón de su preferencia por la celebración de la Misa ad Orientem o de espaldas a los fieles. Son palabras recogidas de uno de esos tantos coloquios que tuvo en 1973 con ocasión de la Convivencia anual de Semana Santa, celebrada en Roma con la participación de jóvenes provenientes de todo el mundo. Años de intenso dolor por la situación de crisis en la Iglesia y de abusos sin límites en el campo litúrgico y doctrinal. Ahora bien, respondiendo a una pregunta sobre cómo sacar más provecho espiritual de la santa Misa, señaló: «Primero, oyéndola con mucha veneración, preparándola quizá con un misalito pequeño, aunque sea antiguo, para darte cuenta de que la Santa Misa es la renovación incruenta del Sacrifico divino del Calvario. ¡Nada de cenas ni de comidas! El sacerdote es Cristo. Cuando yo estoy en el altar no soy presidente de nada: soy el mismo Cristo; le presto mi pobre cuerpo y mi voz. Por esto, cogiendo el Pan, digo: esto es mi Cuerpo. Y tomando el Cáliz del vino, digo: esta es mi Sangre. Es muy hermoso que el sacerdote esté de espaldas a los fieles: porque no podemos, con nuestra pobre cara humana, representar la faz divina de Jesucristo».

Advierto en estas palabras un novedoso y sugerente argumento teológico a favor de la celebración ad orientem. En efecto, además de la dimensión cósmica de la liturgia –aspecto tan querido de Benedicto XVI– que hace razonable que todos oren en una misma dirección, precisamente hacia el lugar por donde sale el «Sol de Justicia», Cristo, luz del mundo y del cosmos; además de su dimensión escatológica, por la que toda celebración es obviam Sponso, al encuentro del Esposo, y que invita a que todos oren en dirección a un mismo horizonte desde el cual se espera la venida del Amado, San Josemaría nos presenta una tercera dimensión que me atrevería a llamar «mística»: hay que perderse a uno mismo para poder adentrarse en la ofrenda de Cristo. Cuando el sacerdote consagra el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor, solo puede hacerlo si actúa in persona Christi, y de manera tal, que hasta su misma condición de instrumento queda reducida a su mínima expresión; así lo sugiere Santo Tomás en S. Th., III, q. 78, a.1, c. En ningún otro sacramento se da una identificación tan plena entre Cristo y el sacerdote como en la celebración de la Eucarística, identificación exigida por la naturaleza misma del sacramento. 

Con esta realidad teológica parece sintonizar muy bien la exigencia de que la persona humana del celebrante, y en especial su rostro, permanezca en cierto modo velado y oculto, para que aparezca con plena luminosidad a los ojos de la fe el rostro del Sacerdote principal y de la principal Víctima: Jesucristo, Señor y Dios nuestro. El Sacerdote que celebra de espaldas a los fieles, revestido de en una hermosa casulla, susurrando en voz baja las plegarias del Canon, crea una atmósfera mucho más propicia para encontrar y adorar a Cristo que aquel sacerdote que desde la mesa-altar impone su corporeidad, tantas veces descuidada, o dificulta el recogimiento con su vozarrón estridente. Creo que están profundamente equivocados los que sugieren que la celebración de espaldas al pueblo encerraría algún tipo de desapego o indiferencia hacia la asamblea litúrgica. Es exactamente lo contrario; se trata de una manifestación de fina caridad que busca facilitar la unión con Cristo a quienes asisten al Santo Sacrificio. Además, conviene no olvidar que la sobreexposición del celebrante también tiene sus riesgos, entre ellos, la vanidad de un protagonismo indebido.

Concluyo estas consideraciones recordando la respuesta que un joven y promisorio pianista dio a su entrevistador, cuando este le preguntó sobre su futuro musical: «Yo, como intérprete, quiero desaparecer: meterme tanto en la música que termine no siendo yo. Eso es lo ideal para mí. Es lo que busco: casi desaparecer. Desaparecer». Con cuanta mayor razón deberá intentarlo quien tiene la misión de interpretar a Cristo mismo.

lunes, 21 de enero de 2013

GLORIAS DEL CATOLICISMO: LA PASIÓN DE SANTA INÉS


"Celebramos hoy el nacimiento para el cielo de una virgen, imitemos su integridad; se trata también de una mártir, ofrezcamos el sacrificio. Es el día natalicio de santa Inés. Sabemos por tradición que murió mártir a los doce años de edad. Destaca en su martirio, por una parte, la crueldad que no se detuvo ni ante una edad tan tierna; por otra, la fortaleza que infunde la fe, capaz de dar testimonio en la persona de una jovencita.


¿Es que en aquel cuerpo tan pequeño cabía herida alguna? Y, con todo, aunque en ella no encontraba la espada donde descargar su golpe, fue ella capaz de vencer a la espada. Y eso que a esta edad las niñas no pueden soportar ni la severidad del rostro de sus padres, y, si distraidamente se pinchan con una aguja, se ponen a llorar como si se tratara de una herida.
Pero ella, impávida entre las sangrientas manos del verdugo, inalterable al ser arrastrada por pesadas y chirriantes cadenas, ofrece todo su cuerpo a la espada del enfurecido soldado, ignorante aún de lo que es la muerte, pero dispuesta a sufrirla; al ser arrastrada por la fuerza al altar idolátrico, entre las llamas tendía hacia Cristo sus manos, y así, en medio de la sacrílega hoguera, significaba con esta posición el estandarte triunfal de la victoria del Señor; intentaban aherrojar su cuello y sus manos con grilletes de hierro, pero sus miembros resultaban demasiado pequeños para quedar encerrados en ellos.
¿Una nueva clase de martirio? No tenía aún edad de ser condenada, pero estaba ya madura para la victoria; la lucha se presentaba difícil, la corona fácil; lo que parecía imposible por su poca edad lo hizo posible su virtud consumada. Una recién casada no iría al tálamo nupcial con la alegría con que iba esta doncella al lugar del suplicio, con prisa y contenta de su suerte, adornada su cabeza no con rizos, sino con el mismo Cristo, coronada no de flores, sino de virtudes.
Todos lloraban, menos ella. Todos se admiraban de que, con tanta generosidad, entregara una vida de la que aún no había comenzado a gozar, como si ya la hubiese vivido plenamente. Todos se asombraban de que fuera ya testigo de Cristo una niña que, por su edad, no podía aún dar testimonio de sí misma. Resultó así que fue capaz de dar fe de las cosas de Dios una niña que era incapaz legalmente de dar fe de las cosas humanas, porque el Autor de la naturaleza puede hacer que sean superadas las leyes naturales.
El verdugo hizo lo posible para aterrorizarla, para atraerla con halagos, muchos desearon casarse con ella. Pero ella dijo: «Sería una injuria para mi Esposo esperar a ver si me gusta otro; él me ha elegido primero, él me tendrá. ¿A qué esperas, verdugo, para asestar el golpe? Perezca el cuerpo que puede ser amado con unos ojos a los que yo no quiero.»
Se detuvo, oró, doblegó la cerviz. Hubieras visto cómo temblaba el verdugo, como si él fuese el condenado; cómo temblaba su diestra al ir a dar el golpe, cómo palidecían los rostros al ver lo que le iba a suceder a la niña, mientras ella se mantenía serena. En una sola víctima tuvo lugar un doble martirio: el de la castidad y el de la fe. Permaneció virgen y obtuvo la gloria del martirio". (San Ambrosio, Del Tratado sobre las Vírgenes, PL 16, 189-191)


domingo, 20 de enero de 2013

Y ESTABA ALLÍ LA MADRE DE JESÚS

Cómo gusta al Evangelista Juan destacar siempre la presencia de la Madre: “…y estaba allí la Madre de Jesús”, dirá al introducir el relato la bodas de Caná. Y casi al final de su Evangelio repetirá: “Estaban junto a la cruz de Jesús su Madre…”. La presencia de María, Madre de Dios y Madre nuestra, será siempre insustituible; donde falta ella se produce un vacío que ni su propio Hijo se atreve a llenar: ¡así de grande es su aprecio por ella!
Comentando el milagro de las bodas de Caná, Santo Tomás invita a considerar tres aspectos de la súplica que la Madre dirige a su Hijo para que obre el milagro: 


“En la interpelación de la madre -dice- observa primero la piedad y la misericordia. Pues a la misericordia corresponde que alguien considere como suyo el defecto de otro…Entonces, porque la santa Virgen estaba llena de misericordia, quería aligerar la carencia de los otros; y por eso dice el Evangelista “al faltar el vino, dice a Él la madre de Jesús…
En segundo lugar, observa su reverencia hacia Cristo: pues por la reverencia que tenemos respecto de Dios nos basta solo exponerle nuestras carencias, según aquello que dice el salmo “Señor, ante ti, todo mi deseo” (Salmo 37, 10. Pero cómo nos ayude Dios, no es cosa nuestra inquirirlo...Y por eso su madre expuso simplemente la carencia de los otros, diciendo “no tienen vino”.
En tercer lugar, observa la solicitud y diligencia de la Virgen: porque no esperó hasta la extrema necesidad, sino “al faltar el vino”, es decir, cuando comenzaba a faltar, según aquello que se dice en el Salmo (9,10) sobre Dios: “es auxiliador en los momentos oportunos, en la tribulación”. (Santo Tomás de Aquino, Comentario al Evangelio de San Juan, Cap. 1, lect. 1)

martes, 15 de enero de 2013

TOMÁS DE AQUINO Y LOS BIENES DE LA FE

Un año antes de su muerte y de regreso en su querida Nápoles, Santo Tomás predicó en vernáculo napolitano una serie de sermones que por su amorosa frescura preludian su ya cercano encuentro con Dios. Entre los temas elegidos está el Credo o símbolo de los apóstoles cuya lectura parece recomendable para este año de la Fe. El Prólogo a estos sermones comienza así: La primera cosa necesaria al cristiano es la fe, sin la cual nadie puede llamarse fiel cristiano. Afirmación breve y contundente situada en las antípodas de los delirios modernos de la existencia de cristianos anónimos, es decir, sin fe. A continuación el Angélico sostiene que la fe nos proporciona cuatro grandes bienes: 
Primero: Por la fe, el alma se une a Dios: pues por la fe el alma cristiana celebra como una especie de matrimonio con Dios: "Te desposaré conmigo en la fe" (Os 2, 20).

Segundo: Por la fe se incoa en nosotros la vida eterna: pues la vida eterna no es otra cosa que conocer a Dios. Dice el Señor: " Esto es la vida eterna, que te conozcan a ti único Dios verdadero" (Jn 17,3).

Tercero: La fe dirige la vida presente. Para que el hombre viva bien, ha de tener los conocimientos necesarios para vivir bien...Pero la fe enseña todo lo necesario para vivir bien: que hay un solo Dios, que premia a buenos y castiga a los malos; que existe otra vida, etc., ...por eso dice Isaías"La tierra está llena del conocimiento del Señor" (Is 11,9).

Cuarto: Con la fe venceremos las tentaciones: "Los santos por medio de la fe vencieron reinos" (Heb 11,33).

Y para consuelo y gozo de los creyentes copio este párrafo del mismo prólogo: 

Es evidente; ningún filósofo antes de la venida de Cristo, aun con todo su esfuerzo, pudo saber acerca de Dios y de las cosas necesarias para la vida eterna lo que después de su venida sabe cualquier viejecilla por medio de la fe. 

Santo Tomás de Aquino,  (Exposición del Símbolo de los Apóstoles, Prólogo).





sábado, 12 de enero de 2013

EL BAUTISMO DEL SEÑOR


  “Así, pues, un tal día como hoy el Señor Jesús vino a bautizarse y quiso que el agua bañase su santo cuerpo.
  No faltará quien diga: Si era santo, ¿por qué quiso ser bautizado?» Escucha, pues, lo siguiente: Cristo se hace bautizar, no para santificarse él por las aguas, sino para que las aguas sean santificadas por él, y para purificarlas mediante el contacto de su cuerpo. Pues la consagración de Cristo es la consagración completa del agua.
  Y así, cuando se lava el Salvador, se purifica toda el agua necesaria para nuestro bautismo, y queda limpia la fuente, para que pueda luego administrarse a los pueblos que habían de venir a la gracia de aquel baño. Cristo, pues, se adelanta mediante su bautismo, a fin de que los pueblos cristianos vengan luego tras él con confianza”. (San Máximo de Turín, Sermón 100, en la Sagrada Epifanía, 1, 3)


"El bautizado recupera el primitivo estado de gracia perdido por el pecado, porque se hace partícipe de los sufrimientos de la pasión de Cristo, como si él mismo los hubiese soportado al hacerse, por el sacramento, miembro suyo”. (Santo Tomás de Aquino, S. Th. III q.69, a.2, ad 1)




viernes, 11 de enero de 2013

UBI PETRUS, IBI ECCLESIA, IBI LIBERTAS


El Motu Proprio Summorum Pontificum, por el que su Santidad Benedicto XVI liberalizó la celebración del antiguo rito romano, se contará  sin duda entre los hitos más señalados de su Pontificado. Pero este búho no era del todo consciente que omnia bona pariter cum illa, es decir, que muchas otras cosas buenas llegarían a la Iglesia juntamente con esta libertad para el uso del viejo Misal. Hoy me quiero referir solo a uno de esos frutos per accidens o concomitantes que han beneficiado a la Iglesia gracias a esta iniciativa papal. Ya durante el desarrollo del Concilio, y mucho más en los años posteriores, se habló de modo despectivo del centralismo romano, de que los obispos debían tener una mayor responsabilidad en el gobierno de la Iglesia universal, siendo que apenas podían con sus propias diócesis, que la excesiva centralización de poder en la Curia Romana podría volverse una amenaza a la libertad e independencia que era deseable para las iglesias particulares, conferencias episcopales y demás organismos locales. Con el Motu Proprio Summorum Pontificum, se desveló el mito que se escondía en tales opiniones. Quedó en evidencia que el Romano Pontífice, lejos de ejercer un poder despótico, es el garante de la auténtica libertad en la Iglesia universal contra todo posible abuso de poder de las curias diocesanas sobre sus fieles. Durante estos cinco últimos años hemos sido testigos de auténticas persecuciones de Obispos, vicarios, párrocos y organismos paraeclesiásticos que parasitan en torno a las curias, por frenar y hacer la vida imposible a sacerdotes y fieles que deseaban la celebración del rito extraordinario. Gracias a Dios, poco a poco van cediendo rendidos ante el hecho de esa ola hermosa y mansa de piedad litúrgica -que eso es el rito tradicional- que se extiende cada día más por todo mundo. Entonces el búho experimentó en la realidad de los hechos que donde está Pedro, está la Iglesia y también la libertad; y que distanciarse de Pedro es acercarse peligrosamente a la tiranía. Exactamente lo contrario de lo que pretendían inculcarnos.

martes, 8 de enero de 2013

LOS REYES MAGOS: MODELOS DE ADORACION

"Adoremos, adoremos con los magos, la adoración es por excelencia el acto de homenaje que el ser humano debe a Dios, la adoración es por excelencia el acto de homenaje dado por la nada al Todo, por la tierra de la que nos formó a Aquél que la creó, la adoración es por excelencia el acto de amor hacia el Amado". (Beato Charles de Foucauld, Leyendo el Evangelio de Mateo, Ed. Agape libros, Buenos Aires 2007)

lunes, 7 de enero de 2013

BENEDICTO XVI: UNA HOMILIA SIN DESPERDICIO

El genio teológico del Papa Ratzinger a veces se dispara. Fue lo que sucedió ayer, solemnidad de la Epifanía del Señor, con la homilía que pronunció durante la Misa en que confirió el sacramento del orden episcopal a cuatro presbíteros, entre ellos su secretario personal Mons. Georg Gänswein. Ojalá los obispos del mundo entero la mediten sin cansancio y, con el auxilio de la gracia y la oración de todos, traten de hacer vida el programa que allí les propone el Vicario de Cristo. En ello está en juego el futuro próximo de la Iglesia.

Queridos hermanos y hermanas:

Para la Iglesia creyente y orante, los Magos de Oriente que, bajo la guía de la estrella, encontraron el camino hacia el pesebre de Belén, son el comienzo de una gran procesión que recorre la historia. Por eso, la liturgia lee el evangelio que habla del camino de los Magos junto con las espléndidas visiones proféticas de Isaías 60 y del Salmo 72, que ilustran con imágenes audaces la peregrinación de los pueblos hacia Jerusalén. Al igual que los pastores que, como primeros huéspedes del Niño recién nacido que yace en el pesebre, son la personificación de los pobres de Israel y, en general, de las almas humildes que viven interiormente muy cerca de Jesús, así también los hombres que vienen de Oriente personifican al mundo de los pueblos, la Iglesia de los gentiles -los hombres que a través de los siglos se dirigen al Niño de Belén, honran en él al Hijo de Dios y se postran ante él. La Iglesia llama a esta fiesta «Epifanía», la aparición del Divino. Si nos fijamos en el hecho de que, desde aquel comienzo, hombres de toda proveniencia, de todos los continentes, de todas las culturas y modos de pensar y de vivir, se han puesto y se ponen en camino hacia Cristo, podemos decir verdaderamente que esta peregrinación y este encuentro con Dios en la figura del Niño es una Epifanía de la bondad de Dios y de su amor por los hombres (cf. Tt 3,4).
Siguiendo una tradición iniciada por el beato Papa Juan Pablo II, celebramos también en el día de la fiesta de la Epifanía la ordenación episcopal de cuatro sacerdotes que, a partir de ahora, colaborarán en diferentes funciones con el ministerio del Papa al servicio de la unidad de la única Iglesia de Cristo en la pluralidad de las Iglesias particulares. El nexo entre esta ordenación episcopal y el tema de la peregrinación de los pueblos hacia Jesucristo es evidente. La misión del Obispo no es solo la de caminar en esta peregrinación junto a los demás, sino la de preceder e indicar el camino. En esta liturgia, quisiera además reflexionar con vosotros sobre una cuestión más concreta. Basándonos en la historia narrada por Mateo podemos hacernos una cierta idea sobre qué clase de hombres eran aquellos que, a consecuencia del signo de la estrella, se pusieron en camino para encontrar aquel rey que iba a fundar, no sólo para Israel, sino para toda la humanidad, una nueva especie de realeza. Así pues, ¿qué clase de hombres eran? Y nos preguntamos también si, a partir de ellos, a pesar de la diferencia de los tiempos y los encargos, se puede entrever algo de lo que significa ser Obispo y de cómo ha de cumplir su misión.
Los hombres que entonces partieron hacia lo desconocido eran, en cualquier caso, hombres de corazón inquieto. Hombres movidos por la búsqueda inquieta de Dios y de la salvación del mundo. Hombres que esperaban, que no se conformaban con sus rentas seguras y quizás una alta posición social. Buscaban la realidad más grande. Tal vez eran hombres doctos que tenían un gran conocimiento de los astros y probablemente disponían también de una formación filosófica. Pero no solo querían saber muchas cosas. Querían saber sobre todo lo que es esencial. Querían saber cómo se puede llegar a ser persona humana. Y por esto querían saber si Dios existía, donde está y cómo es. Si él se preocupa de nosotros y cómo podemos encontrarlo. No querían solamente saber. Querían reconocer la verdad sobre nosotros, y sobre Dios y el mundo. Su peregrinación exterior era expresión de su estar interiormente en camino, de la peregrinación interior de sus corazones. Eran hombres que buscaban a Dios y, en definitiva, estaban en camino hacia él. Eran buscadores de Dios.
Y con eso llegamos a la cuestión: ¿Cómo debe de ser un hombre al que se le imponen las manos por la ordenación episcopal en la Iglesia de Jesucristo? Podemos decir: debe ser sobre todo un hombre cuyo interés esté orientado hacia Dios, porque sólo así se interesará también verdaderamente por los hombres. Podemos decirlo también al revés: un Obispo debe de ser un hombre al que le importan los hombres, que se siente tocado por las vicisitudes de los hombres. Debe de ser un hombre para los demás. Pero solo lo será verdaderamente si es un hombre conquistado por Dios. Si la inquietud por Dios se ha trasformado en él en una inquietud por su criatura, el hombre. Como los Magos de Oriente, un Obispo tampoco ha de ser uno que realiza su trabajo y no quiere nada más. No, ha de estar poseído de la inquietud de Dios por los hombres. Debe, por así decir, pensar y sentir junto con Dios. No es el hombre el único que tiene en sí la inquietud constitutiva por Dios, sino que esa inquietud es una participación en la inquietud de Dios por nosotros. Puesto que Dios está inquieto con relación a nosotros, él nos sigue hasta el pesebre, hasta la cruz. «Buscándome te sentaste cansado, me has redimido con el suplicio de la cruz: que tanto esfuerzo no sea en vano», así reza la Iglesia en el Dies irae. La inquietud del hombre hacia Dios y, a partir de ella, la inquietud de Dios hacia el hombre, no deben dejar tranquilo al Obispo. A esto nos referimos cuando decimos que el Obispo ha de ser sobre todo un hombre de fe. Porque la fe no es más que estar interiormente tocados por Dios, una condición que nos lleva por la vía de la vida. La fe nos introduce en un estado en el que la inquietud de Dios se apodera de nosotros y nos convierte en peregrinos que están interiormente en camino hacia el verdadero rey del mundo y su promesa de justicia, verdad y amor. En esta peregrinación, el Obispo debe de ir delante, debe ser el que indica a los hombres el camino hacia la fe, la esperanza y el amor.
La peregrinación interior de la fe hacia Dios se realiza sobre todo en la oración. San Agustín dijo una vez que la oración, en último término, no sería más que la actualización y la radicalización de nuestro deseo de Dios. En lugar de la palabra «deseo» podríamos poner también la palabra «inquietud» y decir que la oración quiere arrancarnos de nuestra falsa comodidad, del estar encerrados en las realidades materiales, visibles y transmitirnos la inquietud por Dios, haciéndonos precisamente así abiertos e inquietos unos hacia otros. El Obispo, como peregrino de Dios, ha de ser sobre todo un hombre que reza. Ha de estar en un permanente contacto interior con Dios; su alma ha de estar completamente abierta a Dios. Ha de llevar a Dios sus dificultades y las de los demás, así como sus alegrías y las de los otros, y así, a su modo, establecer el contacto entre Dios y el mundo en la comunión con Cristo, para que la luz de Cristo resplandezca en el mundo.
Volvamos a los Magos de Oriente. Ellos eran también y sobre todo hombres que tenían valor, el valor y la humildad de la fe. Se necesitaba tener valentía para recibir el signo de la estrella como una orden de partir, para salir –hacia lo desconocido, lo incierto, por los caminos llenos de multitud de peligros al acecho. Podemos imaginarnos las burlas que suscitó la decisión de estos hombres: la irrisión de los realistas que no podían sino burlarse de las fantasías de estos hombres. El que partía apoyándose en promesas tan inciertas, arriesgándolo todo, solo podía aparecer como alguien ridículo. Pero, para estos hombres tocados interiormente por Dios, el camino acorde con las indicaciones divinas era más importante que la opinión de la gente. La búsqueda de la verdad era para ellos más importante que las burlas del mundo, aparentemente inteligente.
¿Cómo no pensar, ante una situación semejante, en la misión de un Obispo en nuestro tiempo? La humildad de la fe, del creer junto con la fe de la Iglesia de todos los tiempos, se encontrará siempre en conflicto con la inteligencia dominante de los que se atienen a lo que en apariencia es seguro. Quien vive y anuncia la fe de la Iglesia, en muchos puntos no está de acuerdo con las opiniones dominantes precisamente también en nuestro tiempo. El agnosticismo ampliamente imperante hoy tiene sus dogmas y es extremadamente intolerante frente a todo lo que lo pone en tela de juicio y cuestiona sus criterios. Por eso, el valor de contradecir las orientaciones dominantes es hoy especialmente acuciante para un Obispo. Él ha de ser valeroso. Y ese valor o fortaleza no consiste en golpear con violencia, en la agresividad, sino en el dejarse golpear y enfrentarse a los criterios de las opiniones dominantes. A los que el Señor manda como corderos en medio de lobos se les requiere inevitablemente que tengan el valor de permanecer firmes con la verdad. «Quien teme al Señor no tiene miedo de nada», dice el Eclesiástico (34,14). El temor de Dios libera del temor de los hombres. Hace libres.

En este contexto, recuerdo un episodio de los comienzos del cristianismo que san Lucas narra en los Hechos de los Apóstoles. Luego del discurso de Gamaliel, que desaconsejaba la violencia contra la comunidad naciente de los creyentes en Jesús, el Sanedrín llamó a los apóstoles y los mandó azotar. Después les prohibió predicar en nombre de Jesús y los pusieron en libertad. San Lucas continúa: «Los apóstoles salieron del Sanedrín contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús. Ningún día dejaban de enseñar… anunciando el Evangelio de Jesucristo» (Hch 5,40ss). También los sucesores de los Apóstoles se han de esperar ser constantemente golpeados, de manera moderna, si no cesan de anunciar de forma audible y comprensible el Evangelio de Jesucristo. Y entonces podrán estar alegres de haber sido juzgados dignos de sufrir ultrajes por él. Naturalmente, como los Apóstoles, queremos convencer a las personas y, en este sentido, alcanzar la aprobación. Lógicamente no provocamos, sino todo lo contrario, invitamos a todos a entrar en el gozo de la verdad que muestra el camino. La aprobación de las opiniones dominantes, no es el criterio al que nos sometemos. El criterio es él mismo: el Señor. Si defendemos su causa, conquistaremos siempre, gracias a Dios, personas para el camino del Evangelio. Pero seremos también inevitablemente golpeados por aquellos que, con su vida, están en contraste con el Evangelio, y entonces daremos gracias por ser juzgados dignos de participar en la Pasión de Cristo.
Los Magos siguieron la estrella, y así llegaron hasta Jesús, a la gran luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo (cf. Jn 1,9). Como peregrinos de la fe, los Magos mismos se han convertido en estrellas que brillan en el cielo de la historia y nos muestran el camino. Los santos son las verdaderas constelaciones de Dios, que iluminan las noches de este mundo y nos guían. San Pablo, en la carta a los Filipenses, dijo a sus fieles que deben brillar como lumbreras del mundo (cf. 2,15).
Queridos amigos, esto tiene que ver también con nosotros. Tiene que ver sobre todo con vosotros que, en este momento, seréis ordenados Obispos de la Iglesia de Jesucristo. Si vivís con Cristo, nuevamente vinculados a él por el sacramento, entonces también vosotros llegaréis a ser sabios. Entonces seréis astros que preceden a los hombres y les indican el camino recto de la vida. En este momento todos aquí oramos por vosotros, para que el Señor os colme con la luz de la fe y del amor. Para que aquella inquietud de Dios por el hombre os toque, para que todos experimenten su cercanía y reciban el don de su alegría. Oramos por vosotros, para que el Señor os done siempre la valentía y la humildad de la fe. Oramos a María que ha mostrado a los Magos el nuevo Rey del mundo (Mt 2,11), para que ella, como Madre amorosa, muestre también a vosotros a Jesucristo y os ayude a ser indicadores del camino que conduce a él. Amén.

domingo, 6 de enero de 2013

EPIFANIA DEL SEÑOR

A la amorosa manifestación (epifanía) del Niño Dios a los pueblos todos del mundo, representados en los Magos de Oriente, éstos corresponden por medio de una fe grande. Fe que se muestra en la perseverancia de no parar hasta encontrar al Rey revelado por la estrella, en la soberana y humilde adoración que le prestan al encontrarlo, y en la espléndida generosidad de los dones que le ofrecen. Buscar, adorar, regalar: he ahí la respuesta de los reyes al Amor del Rey.
 
 

martes, 1 de enero de 2013

LA PRIMERA PETICIÓN DEL AÑO

V/. Oremos por nuestro Santísimo Papa Benedicto.
 

R/. El Señor lo conserve, le dé vida, lo haga feliz en la tierra, y no lo entregue a las maquinaciones de sus enemigos. (Que son muchos).

COMENZAR EL AÑO ADORANDO

Por gracia de Dios se echa andar el año 2013 de nuestra Redención. Este búho escrutador, unido a muchos otros, comienza a recorrerlo adorando al Verbo Encarnado en su trono preferido: el regazo de su Madre Inmaculada.