martes, 31 de diciembre de 2013

UN ENCOMIO APASIONADO A LA MADRE DE DIOS

(De San Cirilo de Alejandría)
- Dios te salve, María, Madre de Dios, Virgen Madre, Estrella de la mañana, Vaso virginal.
- Dios te salve, María, Virgen, Madre y Esclava: Virgen, por gracia de Aquél que de ti nació sin menoscabo de tu virginidad; Madre, por razón de Aquél que llevaste en tus brazos y alimentaste con tu pecho; Esclava, por causa de Aquél que tomó forma de siervo. Entró el Rey en tu ciudad, o por decirlo más claramente, en tu seno; y de nuevo salió como quiso, permaneciendo cerradas tus puertas. Has concebido virginalmente, y divinamente has dado a luz.
- Dios te salve, María, Templo en el que Dios es recibido, o más aun, Templo santo, como clama el Profeta David diciendo: santo es tu templo, admirable en la equidad (Sal 64, 6).
- Dios te salve, María, la joya más preciosa de todo el orbe; Dios te salve, María, casta paloma; Dios te salve, María, lámpara que nunca se apaga, pues de ti ha nacido el Sol de justicia.
- Dios te salve, María, lugar de Aquél que en ningún lugar es contenido; en tu seno encerraste al Unigénito Verbo de Dios, y sin semilla y sin arado hiciste germinar una espiga que no se marchita.
- Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien claman los profetas y los pastores cantan a Dios sus alabanzas, repitiendo con los ángeles el himno tremendo: gloria a Dios en lo más alto de los cielos, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad (Lc 2, 14).
- Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien los ángeles forman coro y los arcángeles exultan cantando himnos altísimos.
- Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien los Magos adoran, guiados por una brillante estrella.
- Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien es elegido el ornato de los doce Apóstoles.
- Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien Juan, estando aún en el seno materno, saltó de gozo y adoró a la Luminaria de perenne luz.
- Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien brotó aquella gracia inefable de la que decía el Apóstol: la gracia de Dios, Salvador nuestro, ha iluminado a todos los hombres (Tit 2, 11).
- Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien resplandeció la luz verdadera, Jesucristo Nuestro Señor, que en el Evangelio afirma: Yo soy la Luz del mundo (Jn 8, 12).
- Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien brilló la luz sobre los que yacían en la oscuridad y en la sombra de la muerte: el pueblo que se sentaba en las tinieblas ha visto una gran luz (Is 9, 2). ¿Y qué luz sino Nuestro Señor Jesucristo, luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo 
(Jn 1, 29).
- Dios te salve. María, Madre de Dios, por quien en el Evangelio se predica: bendito el que viene en el nombre del Señor (Mt 21, 9); por quien la Iglesia católica ha sido establecida en ciudades, pueblos y aldeas.
- Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien vino el vencedor de la muerte y exterminador del infierno.
- Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien se ha mostrado el Creador de nuestros primeros padres y Reparador de su caída, el Rey del reino celestial.
- Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien floreció y resplandeció la hermosura de la resurrección.
- Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien las aguas del río Jordán se convirtieron en Bautismo de santidad.
- Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien Juan y el Jordán son santificados, y es rechazado el diablo.
- Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien se salvan los espíritus fieles.
- Dios te salve, María, Madre de Dios: por ti las olas del mar, ya aplacadas y sedadas, llevaron con gozo y suavidad a los que son, como nosotros, siervos y ministros”  

domingo, 29 de diciembre de 2013

LA FAMILIA, RECOBRAR SU VERDAD ESENCIAL

“Como dijo el Papa Pablo VI todos necesitamos volver a Nazaret para contemplar siempre de nuevo el silencio y el amor de la Sagrada Familia, modelo de toda vida familiar cristiana. Aquí, tras el ejemplo de María, José y Jesús, podemos apreciar aún más la santidad de la familia que, en el plan de Dios, se basa en la fidelidad para toda la vida de un hombre y una mujer, consagrada por el pacto conyugal y abierta al don de Dios de nuevas vidas. ¡Cuánta necesidad tienen los hombres y mujeres de nuestro tiempo de volver a apropiarse de esta verdad fundamental, que constituye la base de la sociedad y qué importante es el testimonio de parejas casadas para la formación de conciencias maduras y la construcción de la civilización del amor”! (Benedicto XVI, extracto de la homilía pronunciada en Nazaret el 14 de mayo de 2009). 

viernes, 27 de diciembre de 2013

JUAN, EL ÁGUILA DE LAS CUMBRES DIVINAS

“Entre los cuatro evangelios, o mejor, entre los cuatro libros del único Evangelio, el apóstol san Juan, no inmerecidamente comparado con el águila en atención a la comprensión espiritual, ha erguido su predicación más altamente y de modo mucho más sublime que los otros tres, y con su erguimiento ha querido también erguir nuestros corazones. De hecho, los otros tres evangelistas caminaban en la tierra, digamos, con el Señor en cuanto hombre, de su divinidad hablaron poco; en cambio, cual si a éste le diera pereza caminar en la tierra, se ha erguido no sólo sobre la tierra, y sobre todo el ámbito del aire y del cielo, sino también sobre todo el ejército de los ángeles y sobre todo el mundo de las potestades invisibles y ha llegado hasta Aquel mediante quien todo se hizo, diciendo, como en el exordio mismo de su escrito ha dejado oír: En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios; Él estaba al principio en Dios. Todas las cosas fueron hechas por El… En efecto, no sin causa se narra de él en este mismo evangelio que durante la cena se recostaba sobre el pecho del Señor. De ese pecho, pues, bebía en secreto; pero eructaba manifiestamente lo que bebía en secreto, para que a todas las gentes llegara no sólo la encarnación, pasión y resurrección del Hijo de Dios, sino también qué era antes de la encarnación el Único del Padre, el Verbo del Padre, coeterno con el que lo engendra, igual a quien lo ha enviado.” (San Agustín, Tratados sobre el evangelio de San Juan, Trac. XXXVI, 1)

jueves, 26 de diciembre de 2013

LECCIONES DEL PRIMER MÁRTIR

En la audiencia del 10 de enero de 2007, Benedicto XVI trazó una bella semblanza del primer mártir del cristianismo, San Esteban. Desde antiguo la Iglesia celebra su fiesta justo después de la Natividad de Nuestro Señor. “Ayer celebramos el nacimiento temporal de nuestro Rey eterno, decía San Fulgencio de Ruspe hacia fines del siglo V; hoy celebramos el triunfal martirio de su soldado”.
A continuación algunas de las lecciones del martirio de Esteban recogidas por el Papa Benedicto en la audiencia aludida.

“La historia de Esteban nos dice mucho. Por ejemplo, nos enseña que no hay que disociar nunca el compromiso social de la caridad del anuncio valiente de la fe. Era uno de los siete que estaban encargados sobre todo de la caridad. Pero no era posible disociar caridad de anuncio. De este modo, con la caridad, anuncia a Cristo crucificado, hasta el punto de aceptar incluso el martirio. Esta es la primera lección que podemos aprender de la figura de san Esteban: caridad y anuncio van siempre juntos. 
San Esteban nos habla sobre todo de Cristo, de Cristo crucificado y resucitado como centro de la historia y de nuestra vida. Podemos comprender que la Cruz ocupa siempre un lugar central en la vida de la Iglesia y también en nuestra vida personal. En la historia de la Iglesia no faltará nunca la pasión, la persecución. Y precisamente la persecución se convierte, según la famosa fase de Tertuliano, fuente de misión para los nuevos cristianos. Cito sus palabras: «Nosotros nos multiplicamos cada vez que somos segados por vosotros: la sangre de los cristianos es una semilla» («Apologético» 50,13: «Plures efficimur quoties metimur a vobis: semen est sanguis christianorum»). Pero también en nuestra vida la cruz, que no faltará nunca, se convierte en bendición. Y aceptando la cruz, sabiendo que se convierte y es bendición, aprendemos la alegría del cristiano, incluso en momentos de dificultad. El valor del testimonio es insustituible, pues el Evangelio lleva hacia él y de él se alimenta la Iglesia. San Esteban nos enseña a aprender estas lecciones, nos enseña a amar la Cruz, pues es el camino por el que Cristo se hace siempre presente de nuevo entre nosotros” (Benedicto XVI).

lunes, 23 de diciembre de 2013

UNA CANCIÓN DE CUNA

San Efrén, una de las grandes figuras patrísticas del siglo IV y poeta de finos sentimientos hacia Jesucristo y su Santísima Madre, compuso, a modo de himno, esta preciosa canción de cuna de María; en ella vemos entrelazarse la contemplación del santo, la doctrina del teólogo, con la más sabrosa devoción popular. Sirva este noble texto de nuestra maravillosa tradición patrística, como felicitación de Navidad a cuantos esperan con alegría el nacimiento de nuestro Redentor.

LA CANCIÓN DE CUNA DE MARÍA
(Himno, 18, 1-23)

"He mirado asombrado a María que amamanta a Aquél que nutre a todos los pueblos, pero que se ha hecho niño. Habitó en el seno de una muchacha, Aquél que llena de sí el mundo (...).

Un gran sol se ha recogido y escondido en una nube espléndida. Una adolescente ha llegado a ser la Madre de Aquél que ha creado al hombre y al mundo.

Ella llevaba un niño, lo acariciaba, lo abrazaba, lo mimaba con las más hermosas palabras y lo adoraba diciéndole: Maestro mío, dime que te abrace.

Ya que eres mi Hijo, te acunaré con mis cantinelas; soy tu Madre, pero te honraré. Hijo mío, te he engendrado, pero Tú eres más antiguo que yo; Señor mío, te he llevado en el seno, pero Tú me sostienes en pie.

Mi mente está turbada por el temor, concédeme la fuerza para alabarte. No sé explicar cómo estás callado, cuando sé que en Ti retumban los truenos.

Has nacido de mí como un pequeño, pero eres fuerte como un gigante; eres el Admirable, como te llamó Isaías cuando profetizó sobre Ti.

He aquí que todo Tú estás conmigo, y sin embargo estás enteramente escondido en tu Padre. Las alturas del cielo están llenas de tu majestad, y no obstante mi seno no ha sido demasiado pequeño para Ti.

Tu Casa está en mí y en los cielos. Te alabaré con los cielos. Las criaturas celestes me miran con admiración y me llaman Bendita.

Que me sostenga el cielo con su abrazo, porque yo he sido más honrada que él. El cielo, en efecto, no ha sido tu madre; pero lo hiciste tu trono.

¡Cuánto más venerada es la Madre del Rey que su trono! Te bendeciré, Señor, porque has querido que fuese tu Madre; te celebraré con hermosas canciones.

Oh gigante que sostienes la tierra y has querido que ella te sostenga, Bendito seas. Gloria a Ti, oh Rico, que te has hecho Hijo de una pobre.
Mi magnificat sea para Ti, que eres más antiguo que todos, y sin embargo, hecho niño, descendiste a mí. Siéntate sobre mis rodillas; a pesar de que sobre Ti está suspendido el mundo, las más altas cumbres y los abismos más profundos (...).

Tú estás conmigo, y todos los coros angélicos te adoran. Mientras te estrecho entre mis brazos, eres llevado por los querubines.

Los cielos están llenos de tu gloria, y sin embargo las entrañas de una hija de la tierra te aguantan por entero. Vives en el fuego entre las criaturas celestes, y no quemas a las terrestres.

Los serafines te proclaman tres veces Santo: ¿qué más podré decirte, Señor? Los querubines te bendicen temblando, ¿cómo puedes ser honrado por mis canciones?

Escúcheme ahora y venga a mí la antigua Eva, nuestra antigua madre; levante su cabeza, la cabeza que fue humillada por la vergüenza del huerto.

Descubra su rostro y se alegre contigo, porque has arrojado fuera su vergüenza; oiga la palabra llena de paz, porque una hija suya ha pagado su deuda.

La serpiente, que la sedujo, ha sido aplastada por Ti, brote que has nacido de mi seno. El querubín y su espada por Ti han sido quitados, para que Adán pueda regresar al paraíso, del cual había sido expulsado.

Eva y Adán recurran a Ti y cojan de mí el fruto de la vida; por ti recobrará la dulzura aquella boca suya, que el fruto prohibido había vuelto amarga. 

Los siervos expulsados vuelvan a través de Ti, para que puedan obtener los bienes de los cuales habían sido despojados. Serás para ellos un traje de gloria, para cubrir su desnudez".

miércoles, 11 de diciembre de 2013

POSTRERAS MELODÍAS DEL CARDENAL BARTOLUCCI

In conspectu angelorum psallam tibi. En presencia de los ángeles cantaré para ti, Señor. Este fue siempre el deseo que animó el trabajo y la vida del Cardenal Domenico Bartolucci, eminente músico y fiel amante del decoro litúrgico. Al cumplirse un mes de su fallecimiento, a modo de humilde homenaje, recojo una selección de textos tomados de diversas entrevistas que concedió en sus últimos años, luego de su nombramiento como Cardenal por el Papa Benedicto XVI.

“Los Padres del Concilio no tenían ninguna intención de cambiar la liturgia, y por lo tanto tampoco tuvieron intención de cambiar la música sacra en su relación con ella. El Papa Pío XII había comenzado la reforma de la Semana Santa, pero en la Mediator Dei había expresado también indicaciones claras y se presentaban los principios para una comprensión auténtica de la liturgia, los cuales lamentablemente no fueron tenidos en cuenta más adelante. Además, conociendo a Juan XXIII, estoy seguro de que no habría permitido todos los cambios que han empobrecido extremadamente la vida litúrgica de la Iglesia”.

“Una lectura coherente del documento sobre la liturgia pone de manifiesto que, en la práctica, lo que se hizo no correspondía a los deseos de los Padres. Hubo una gran banalización de nuestra adoración, que fue alentada por una manera pragmática e incompleta de interpretar la Sacrosanctum Concilium”.

“El lugar de la música en la liturgia antigua era muy grande, y nuestro papel no era para divertir a los fieles, sino un verdadero ministerio litúrgico”.

“yo diría que todos los cambios que se produjeron, y que a mi juicio son negativos, se determinaron por el trabajo de aplicación de los documentos conciliares. Esto fue hecho por una comisión (el Consilium ad exsequendam constitutionem de sacra Liturgia), que no cumplieron con papel, y en la que trabajaron personas que querían imponer sus propias ideas, distanciándose de las ideas oficiales de los documentos. La forma en que esta comisión trabajó ha sido analizada en un estudio muy preciso por Nicola Giampietro, OFM Cap., basándose en los diarios del cardenal Ferdinando Antonelli, que analizó la evolución de la reforma litúrgica 1948-1970. Esta contribución académica ha puesto mucha luz sobre las acciones de las comisiones, sobre la pobre formación de sus miembros, y la falta de profesionalidad con que se desmanteló el patrimonio litúrgico que la Iglesia siempre había celosamente guardado en su vida litúrgica. Como observaba el cardenal en sus notas personales: "La ley litúrgica, que hasta que el Concilio era sagrada, para muchos ya no existe. Todo el mundo se considera autorizado a hacer lo que le gusta, y muchos de los jóvenes hacen exactamente eso. [ ... ] En el Consilium hay pocos obispos que tengan una competencia especial en liturgia, muy pocos son teólogos reales. La deficiencia más grave en todo el Consilium es la de los teólogos. [ ... ] Estamos en el reino de la confusión. Lo lamento, porque las consecuencias serán tristes".

Después del Concilio, y después de los diversos experimentos que por desgracia se permitieron (como si la liturgia de la Iglesia fuera algo para experimentar, o hacer en un tablero de dibujo), se produjo una liturgia que era sustancialmente nueva.

Benedicto XVI ama mucho el canto gregoriano y la polifonía y quiere recuperar el uso del latín. Entiende que sin el latín el repertorio del pasado está destinado a ser archivado. Es necesario tornar a una liturgia que de espacio a la música, al gusto de lo bello, y también al verdadero arte sagrado.

“Hay contextos en donde se requiere una Schola Cantorum o en cualquier caso un coro que pueda hacer verdadero arte. Pensemos, por ejemplo, del repertorio del canto Gregoriano que requiere que verdaderos artistas hagan lo que debería ser, o del gran repertorio polifónico.
En estos casos el pueblo participa en todo derecho, siendo alimentado y escuchando, pero son los cantores quienes ponen su profesionalismo y su competencia al servicio de otros. Tristemente, en estos años de innovación, muchos han pensado que participar significa “hacer cualquier cosa”.

“Yo no sé si, ¡ay de mí!, han estado en un funeral: “aleluyas”, aplausos, frases risueñas; uno se pregunta si esta gente leyó alguna vez el Evangelio. Nuestro Señor mismo lloró sobre Lázaro y su muerte. Aquí, con este sentimentalismo insípido, no se respeta ni siquiera el dolor de una madre. Yo les habría mostrado cómo asistía el pueblo a una Misa de difuntos, con qué compunción y devoción se entonaba aquel magnífico y tremendo Dies Irae”.

“Mire, defender el rito antiguo no es ser del pasado sino ser “de siempre”. Vea, se comete un error cuando a la misa tradicional se la llama “Misa de San Pío V” o “Tridentina”, como si fuese la Misa de una época particular: es nuestra Misa, la romana, es universal en los tiempos y en los lugares, una única lengua desde la Oceanía hasta el Ártico”.

“Cuando se hacen desgarros en el tejido litúrgico, esos agujeros son difíciles de cubrir, ¡y se ven! Nuestra liturgia plurisecular debemos contemplarla con veneración y recordar que, en el afán de “mejorarla”, corremos el riesgo de hacerle sólo daños”.

sábado, 7 de diciembre de 2013

UN GEMIDO A LA INMACULADA

A continuación reproduzco la plegaria que el Beato Juan Pablo II dirigió a la Inmaculada Concepción ante su imagen de Plaza de España, en Roma, el 8 de diciembre de 1984. Se trata de un gemido filial a la Madre de Dios por quien se sabe convencido que cualquier victoria sobre el mal debe implorarse y esperarse de aquella que aplasta la cabeza de la serpiente infernal.

1. "Pongo enemistad entre ti y la mujer... ella te aplastará  la cabeza" (Gen 3, 15).

Estas palabras pronunciadas por el Creador en el jardín del Edén, están presentes en la liturgia de la fiesta de hoy. Están presentes en la teología de la Inmaculada Concepción. Con ellas Dios ha abrazado la historia del hombre en la tierra después del pecado original: "enemistad": lucha entre el bien y el mal, entre la gracia y el pecado.
Esta lucha colma la historia del hombre en la tierra, crece en la historia de los pueblos, de las naciones, de los sistemas y, finalmente de toda la humanidad.
Esta lucha alcanza, en nuestra época, un nuevo nivel de tensión.
La Inmaculada Concepción no te ha excluido de ella, sino que te ha enraizado aún más en ella.
Tú, Madre de Dios, estás en medio de nuestra historia. Estás en medio de esta tensión.

2. Venimos hoy, como todos los años, a Ti, Virgen de la Plaza de España, conscientes más que nunca de esa lucha y del combate que se desarrolla en las almas de los hombres, entre la gracia y el pecado, entre la fe y la indiferencia e incluso el rechazo de Dios.
Somos conscientes de estas luchas que perturban el mundo contemporáneo. Conscientes de esta "hostilidad" que desde los orígenes te contrapone al tentador, a aquel que engaña al hombre desde el principio y es el "padre de la mentira", el "príncipe de las tinieblas" y, a la vez, el "príncipe de este mundo" (Jn 12, 31).
Tú, que "aplastas la cabeza de la serpiente", no permitas que cedamos.
No permitas que nos dejemos vencer por el mal, sino que haz que nosotros mismos venzamos al mal con el bien.

3. Oh, Tú, victoriosa en tu Inmaculada Concepción, victoriosa con la fuerza de Dios mismo, con la fuerza de la gracia.
Mira que se inclina ante Ti Dios Padre Eterno.
Mira que se inclina ante Ti el Hijo, de la misma naturaleza que el Padre, tu Hijo crucificado y resucitado.
Mira que te abraza la potencia del Altísimo: el Espíritu Santo, el Autor de la Santidad.
La heredad del pecado es extraña a Ti.
Eres "llena de gracia".
Se abre en Ti el reino de Dios mismo.
Se abre en Ti el nuevo porvenir del hombre, del hombre redimido, liberado del pecado.
Que este porvenir penetre, como la luz del Adviento, las tinieblas que se extienden sobre la tierra, que caen sobre los corazones humanos y sobre las consciencias.
¡Oh Inmaculada!
"Madre que nos conoces, permanece con tus hijos".
Amén.


martes, 3 de diciembre de 2013

SACROSANCTUM CONCILIUM, UN BALANCE DESPUÉS DE MEDIO SIGLO

Al conmemorarse los 50 años de la solemne promulgación de la Constitución Sacrosanctum Concilium del Vaticano II sobre la Sagrada Liturgia, reproducimos un interesante artículo del conocido teólogo y liturgista Dom Alcuin Reid. El artículo, publicado originalmente en The Catholic Herald, fue reproducido en la página New Liturgical Movement; la presente traducción castellana está tomada del excelente blog adelantelafe.

 Una visión del Vaticano II que ha sobrevivido al invierno litúrgico
Dom Alcuin Reid
En 1964, unos pocos meses después de la aparición de la Constitución del Concilio Vaticano II sobre la Sagrada Liturgia, Sacronsanctum Concilium, el liturgista inglés J.D. Crichton comentó: “He pasado unos 30 años en el apostolado litúrgico, y leyendo la Constitución he reconocido en ella todo lo que he estado tratando de propagar hasta este momento”, agregando que “la base subyacente del documento son los resultados y experiencias del movimiento litúrgico de los últimos 60 años” y “se abre una ventana hacia un futuro cuyo final ningún hombre puede ver”.
No hay duda de que la Sacrosanctum Concilium, solemnemente promulgada por Pablo VI el 4 de diciembre 1963 después de recibir 2.147 votos a favor y cuatro en contra de los obispos del mundo, ganó tal apoyo abrumador a la luz de la renovación litúrgica iniciado en las décadas anteriores. Del mismo modo, es evidente que allanó el camino para un futuro que no estaba previsto. Porque mientras que la Constitución articulaba principios teológicos y litúrgicos, en palabras de Aidan Nichols OP, "lleva en su interior, encerradas en el lenguaje inocuo del bienestar pastoral, parte de la semilla de su propia destrucción".
"La liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, es la fuente de donde mana toda su fuerza", se nos enseña. Nada podría ser más cierto. Así, el Concilio declaró que la Iglesia "desea ardientemente que se lleve a todos los fieles a aquella participación plena, consciente y activa (participatio actuosa) en las celebraciones litúrgicas que exige la naturaleza de la Liturgia misma". Para lograr esto, el Concilio pidió a los pastores que se impregnaran "totalmente del espíritu y de la fuerza de la Liturgia", impartiendo este espíritu a su gente a través de la formación litúrgica generalizada.
Seguidamente, la Constitución articula los principios y las políticas que consideran oportuno para la realización de sus objetivos subsidiarios un programa de reforma moderada. Se debía "conservar la sana tradición" sin dejar de estar "abierta a un progreso legítimo”. Por lo tanto, mientras que "se conservará el uso de la lengua latina" en la liturgia, se permitió la extensión del uso de la lengua vernácula. Se admitirán las "variaciones y adaptaciones legítimas a los diversos grupos, regiones, pueblos, especialmente en las misiones", siempre y cuando la unidad sustancial del rito romano se conservara. "El Tesoro" de la música sacra debe ser preservado y fomentado con gran importancia y al canto gregoriano “hay que darle el primer lugar en las acciones litúrgicas”, mientras que pueden tener un lugar adecuado "otros géneros de música sagrada" y “pueblos con tradición musical propia”.
Estas propuestas de reformas son equilibradas e inocuas. Por desgracia, en su aplicación oficial y no oficial fueron ignorados los matices que permitieron a los obispos aprobar el documento en el Concilio con tanto entusiasmo. Se puede decir que la revisión de la Misa y otros ritos litúrgicos -en el papel, en sus diversas traducciones y en su aplicación a nivel local- estaban muy lejos de lo previsto por los obispos en 1963. Tanto es así que en el 25 aniversario de la Constitución Juan Pablo II observó que la Sacrosanctum Concilium "ha conocido los rigores del invierno", habló de "sombras" y "nubes oscuras de inaceptables… practicas" con respecto a la celebración de la Eucaristía. Benedicto XVI consideró necesario escribir sobre "la necesidad de una hermenéutica de la continuidad con respecto a la correcta interpretación de la evolución litúrgica que siguió al Concilio Vaticano II" en 2007.
Esto no es negar que muchos han encontrado en la liturgia reformada la fuente y cumbre de la vida cristiana: los nuevos ritos son válidos. Tampoco se trata de negar que aspectos de estos ritos -tales como la lectura más amplia de la Palabra de Dios- están de acuerdo con los deseos del Concilio y son ventajosos. También es cierto que felizmente la expectativa de participación consciente en la liturgia -vieja o nueva- se ha  extendido.
Sin embargo es preciso afirmar que estos últimos 50 años no han sido la primavera litúrgica y eclesial universal que muchos esperaban. El actual descenso de los números de asistentes a Misa puede tener muchas causas, pero la liturgia moderna no es la vanguardia en la detención de los mismos. Es preciso aprovechar la conmemoración del 50 aniversario de la Constitución para hacer un examen de conciencia en este sentido. ¿Es la formación litúrgica de los clérigos y laicos lo que el Concilio pidió? ¿La participación en la liturgia es lo que de verdad entendía Sacrosanctum Concilium como actuosa participatio? ¿De hecho se ha conservado la sana tradición (para que también nosotros podamos nutrirnos de sus riquezas)? ¿Las políticas contingentes de hace 50 años son útiles hoy en día? ¿Para ser fieles al propio Concilio, no sería el momento de tomar en serio la cuestión de una "reforma de la reforma” como el cardenal Ratzinger sostenía?
Los principios fundamentales de la Sacrosanctum Concilium interpretados con una hermenéutica de la continuidad -y no de acuerdo a un "espíritu del Concilio" indeterminado y subjetivo- nos ofrecen vías auténticas para la renovación litúrgica y eclesial. Están, como observó Crichton, fundamentados en el movimiento litúrgico que surgió en el siglo 20 bajo el impulso de Pío X y con raíces en las décadas y siglos anteriores. Son fundamentales también para el nuevo movimiento litúrgico del siglo 21, un movimiento que debe estar abierto al progreso legítimo y que conserve, manteniéndola, la sana tradición.