lunes, 5 de mayo de 2014

TODOS VUELTOS HACIA EL SEÑOR. UN ARTÍCULO DE UWE MICHAEL LANG

Presento una traducción al español de un artículo del padre Uwe Michael Lang sobre la conveniencia de una orientación común de sacerdote y pueblo en la celebración litúrgica. El artículo es un valioso aporte que resume las ideas contenidas en su libro Volverse hacia el Señor, (publicado en español por Ediciones Cristiandad, Madrid 2007) y prologado por el entonces Cardenal Joseph Ratzinger. Este artículo apareció publicado en la revista francesa Catholica, n°89 de febrero de 2010 y está disponible su versión digital. El Padre Lang puede ser considerado un fiel intérprete de la teología litúrgica del papa Benedicto XVI. También se ha desempeñado como oficial de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, y como Consultor de la Oficina de las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice.

EL LUGAR DEL SACERDOTE Y DEL ALTAR EN LA LITURGIA
Por el padre Uwe Michael Lang

El hecho de que el sacerdote celebre la mayoría de las veces el sacramento de la eucaristía cara a los fieles constituye uno de los cambios más notables que han afectado a la liturgia católica en las últimas décadas. Esta evolución ha sido acompañada por el uso de altares aislados, que a menudo han supuesto, en iglesias cargadas de historia, trabajos de transformación tan radicales como cuestionables. Se ha instalado la idea  -y no solamente en la opinión pública interna a la Iglesia- de que la posición del celebrante de cara al pueblo en la misa constituye una obligación e incluso que ella había sido ordenada por la reforma de la liturgia propuesta por el concilio Vaticano II. Sin embargo, la lectura de los documentos del Concilio y del post-Concilio muestra que nada es así. En la constitución conciliar sobre la Sagrada Liturgia Sacrosanctum Concilium, no se habla ni de celebración cara al pueblo ni de construcción de nuevos altares. Las normas litúrgicas vigentes consideran como deseable que el altar principal se erija a una cierta distancia de la pared para que sea posible rodearlo y también sea posible una celebración cara al pueblo. En ningún caso se afirma que la orientación del sacerdote de cara al pueblo deba ser considerada, siempre y por todos, como la mejor manera de celebrar la Misa. Muchas personas, desde los años sesenta, han expresado una opinión crítica sobre la extensión de este modo de celebración versus populum. Junto al liturgista de Innsbruck, Josef Andreas Jungmann, s.j., y del oratoriano francés Louis Bouyer, se puede mencionar a Joseph Ratzinger, entonces un joven teólogo que había participado en el Concilio y que más tarde llegó a ser el Papa Benedicto XVI. [1]
La orientación del celebrante de cara al pueblo durante la totalidad de la ceremonia eucarística, de hecho nunca ha sido oficialmente establecida y ni siquiera introducida por la reforma litúrgica. En general, los argumentos extraídos de la historia de la liturgia e invocados en su favor son la referencia a la práctica litúrgica presumible de la Iglesia de los primeros tiempos. En cuanto a los argumentos propiamente teológicos, están tomados de la noción de actuosa participatio, la "participación activa" de los creyentes en la liturgia, tal como la había presentado el Papa San Pío X y que ha sido puesta en el centro de la Constitución litúrgica Sacrosanctum Concilium.  Pero en los últimos años ha visto la luz un nuevo enfoque crítico; ella exige una profundización teológica de este importante concepto cara a la interpretación que se le ha dado en el período del post-concilio. Se discute el hecho de que si el “frente a frente” permanente entre el sacerdote y los fieles sea provechoso para una verdadera  participación de los creyentes, tal como viene exigida por el Concilio Vaticano II. En su importante libro sobre el Espíritu de la liturgia, el cardenal Ratzinger hace de este modo una distinción fundamental entre la liturgia de la Palabra y la Liturgia Eucarística en sentido estricto: "Debe quedar muy claro que las acciones externas son enteramente secundarias. El actuar debe quedar totalmente relegado cuando se acerca lo auténtico: la “oratio”. Y debe ser visible que sólo la “oratio” es lo auténtico y lo verdaderamente importante porque da paso a la “actio” de Dios. Quien ha comprendido esto, entiende fácilmente que no se trata ya de mirar o dejar de mirar al sacerdote, sino que se trata de mirar conjuntamente al Señor y salir a su encuentro”. [2]
En esa misma obra, el Cardenal Ratzinger señalaba igualmente el carácter trinitario de la liturgia: toda celebración de la eucaristía es una oración dirigida al Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo. ¿Cómo expresar lo mejor posible este comportamiento interior en los gestos litúrgicos? Cuando nosotros hablamos con alguien, nos volvemos naturalmente hacia esa persona. Esto también vale para las ceremonias litúrgicas, que implican que la oración del sacerdote y de los fieles sea orientada hacia su divino destinatario. [3] Las expresiones frecuentemente empleadas de “cara al pueblo" o "de espaldas al pueblo", no toman en cuenta por lo demás a quién va dirigida la oración y el sacrificio: al Señor.
En lo concerniente a la dimensión histórica de la cuestión, es preciso señalar en primer lugar que, desde los primeros tiempos, los cristianos se volvían hacia el Este, hacia el sol naciente, para orar. Se consideraba que, tanto para la oración privada como para la celebración litúrgica, no debía seguirse ya la antigua costumbre judía de volverse hacia la Jerusalén terrestre para orar, sino que parecía mejor volverse hacia la nueva Jerusalén, la ciudad celeste, que el Señor resucitado formará para reunir a los redimidos cuando vuelva a juzgar al mundo. El sol naciente fue considerado por los primeros cristianos como una expresión adecuada de la esperanza en la parusía, del retorno de Cristo en su gloria. La orientación hacia el Este se hizo determinante para la liturgia y la construcción de iglesias en los siglos siguientes. Se piensa que hasta la época de la baja Edad Media, los ábsides de las iglesias y los altares debían estar orientados hacia el este, donde naturalmente fuese posible. Así, el simbolismo cósmico de la misa tomó una forma concreta.
Incluso en los lugares donde el cara a cara entre sacerdote y pueblo era presumiblemente la regla –pensemos en ciertas iglesias de los primeros siglos cuya entrada estaba orientada hacia el este, sobre todo en Roma y África del Norte- el contacto visual no existía, al menos durante la Plegaria eucarística, ya que todos oraban levantando los brazos y dirigiendo su mirada hacia el cielo. En la Antigüedad y en la época de la alta edad media, habría resultado extraño asociar una efectiva participación de todos en la acción litúrgica con el hecho de poder observar las acciones del celebrante. En cualquier caso, la celebración versus populum, tal cual se entiende hoy, era desconocida en la antigüedad cristiana. Pretender tomar como ejemplo de esta manera de celebrar la práctica de las basílicas romanas y su orientación -como la de San Pedro en Roma- sería un anacronismo. [4]
La orientación hacia el Este del sacerdote y de la comunidad durante la liturgia eucarística, cuya práctica en la historia está muy tempranamente atestiguada, no es mera casualidad. No se trata solamente de la transmisión de una costumbre, sino de una orientación consciente hacia Dios en la oración, unida de manera estrecha al sacrificio eucarístico. Guiado por el sacerdote, el pueblo de Dios en peregrinación se pone en oración delante el Señor. La indiscutible preferencia otorgada a una orientación común de la oración reside en ese movimiento de ofrenda colectiva, gracias al cual la dimensión sacrificial de la eucaristía viene valorizada. Por medio de Cristo, nosotros presentamos una oración y una ofrenda; a la cabeza de la procesión por la que se expresa este movimiento de ofrenda (prosphora, oblatio) se encuentra el sacerdote, que  se dirige con los fieles hacia el Señor. La tesis de una relación objetiva entre el carácter sacrificial de la Eucaristía y la orientación común de la oración, necesitaría sin duda un análisis detallado, pero es bastante plausible. La experiencia pastoral de las últimos decenios muestra bien que esa relación existe; es difícil poner en duda el hecho de que la celebración versus populum ha ido acompañada de un fuerte debilitamiento de la comprensión de la misa como representación actual y ofrenda del único sacrificio de Cristo. Esto no quiere decir que la orientación de la celebración sea la única causa de esta evolución. Sin embargo, en los pioneros del movimiento litúrgico del siglo XX, el motivo principal de la introducción de la celebración versus populum consistía en hacer cada vez más presente la comprensión, supuestamente olvidada, de la eucaristía como comida sagrada. Es forzoso reconocer que esta dimensión ha sido destacada de manera unilateral, en detrimento de la afirmación de que la eucaristía es "un Sacrificio visible, tal como la naturaleza del hombre lo requería". [5] Bouyer ve en la oposición de la comprensión de la eucaristía como banquete y como sacrificio un dualismo fabricado artificialmente, lo que parece absurdo a los ojos de la tradición litúrgica [6]. La catequesis mistagógica, que es, sin duda, muy importante, no podrá recuperar esta pérdida mientras el carácter sacrificial de la misa no encuentre su expresión correspondiente en la forma litúrgica. En otras palabras, todos los discursos bien intencionados sobre el misterio de la eucaristía, sacrificio de Cristo y de la Iglesia, se pierden en la lejanía si en las celebraciones vemos signos que parecen contradecirlos.
Como argumento a favor de la celebración “cara al pueblo”, se dice con frecuencia que es importante para que el diálogo entre el sacerdote y la asamblea (no se trata ahora de cuestionar el papel de ese diálogo en ciertas partes de la liturgia) pueda tener lugar. Sin embargo el principio que rige este intercambio es el diálogo de todo el pueblo reunido, clero incluido, con Dios. El liturgista francés Marcel Metzger ha llegado a decir que la celebración de la misa versus populum no expresaría la forma verdadera de la Iglesia y del oficio litúrgico. El sacerdote no celebra la Eucaristía hacia el pueblo, sino más bien es toda la comunidad quien celebra permaneciendo vuelta hacia Dios Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo. El diálogo de Dios con su pueblo es valorizado notablemente cuando el celebrante está vuelto hacia el ábside. Puesto que los hombres están relacionados con el espacio y el tiempo, siempre sus oraciones y alabanzas a Dios se realizan en lugares concretos y en momentos determinados, en cierto sentido "se encarnan". Para Metzger, la orientación común en la oración es la máxima expresión de esta representación espacial de Dios. [7] Ahora bien, lo que es importante aquí no es la dirección hacia un lugar determinado del cielo, sino la explicitación sensible de la auténtica forma de la Iglesia a través de una orientación común de sacerdote y fieles hacia aquel a quien dirigen su oración. En respuesta a la banalización y desacralización progresiva de la vida litúrgica, todos los esfuerzos deben llevarse a cabo para que den prioridad a la contemplación y a la adoración del Señor. Los sacerdotes son servidores humildes y discretos de este misterio -ni más, ni menos-.
La orientación común de la oración en la liturgia ha sido el uso casi universal de las iglesias latinas hasta una época muy reciente. Ella sigue siendo la norma en las iglesias de tradición bizantina, siríaca, armenia, copta y etíope. La tradición litúrgica y la práctica actual de todas las iglesias orientales no católicos y de la mayoría de las iglesias católicas orientales, conocen esta orientación común del sacerdote y la asamblea, al menos para la anáfora. El hecho de que en algunas iglesias orientales católicas, sobre todo de la diáspora, se haya introducido la celebración cara al pueblo, se debe a las influencias occidentales del post-concilio. Ello representa para estas iglesias un distanciamiento de su tradición propia, como por ejemplo, entre los maronitas y siro-malabares. Hace algunos años, la congregación romana responsable a este respecto, indicó de manera muy clara que la celebración de la liturgia versus orientem representaba una tradición viva, llena de significado, transmitida desde los tiempos más remotos, y que era importante conservar. [8]
La orientación común hacia Dios, que implica que todos estén vueltos hacia el altar –sea o no efectiva la dirección hacia el Este- es la posición más adecuada para celebrar la Eucaristía en sentido estricto, en particular el Canon. No es más que en las partes litúrgicas en forma de diálogo, o durante la proclamación de la Palabra y la distribución de la comunión, que el sacerdote debe volverse hacia el pueblo. No se trata de ver aquí en detalle cómo esta propuesta podría llevarse a cabo en la práctica de un modo concreto. Sin embargo, la recomendación permanece: el sacerdote debería orar vuelto hacia el altar, sobre todo en las iglesias antiguas donde hay un altar mayor, cuya cualidad estética es con frecuencia importante y representa el rasgo dominante de todo el espacio. Los grandiosos altares que se encuentran en las iglesias occidentales de la Edad Media y de la época barroca, así como las estructuras absidales del primer siglo que aún se conservan en las iglesias bizantinas y orientales, contribuyen a honrar a Dios y hacerlo presente, de modo sacramental, a los ojos de los cristianos reunidos para la oración y el sacrificio de la Misa, la obra de la Redención realizada por Él. Pues “el altar, por así decirlo, es una abertura en el cielo; bien lejos de cerrar el espacio de la iglesia, permite la entrada de aquel que es el Oriente en la comunidad reunida, y la salida de ésta fuera de la prisión de este mundo. [9]

Notas:
1. J. Ratzinger, «Der Katholizismus nach dem Konzil», Auf dein Wort hin. 81. Deutscher Katholikentag vom 13. Juli bis 17. Juli 1966 in Bamberg, Verlag Bonifacius-Druckerei, Paderborn, 1966, pp. 245-264; J. A. Jungmann, «Der neue Altar», Der Seelsorger, n. 37, 1967, pp. 374-381; L. Bouyer, Liturgy and Architecture, Notre-Dame, Indiana, 1967, trad. française : Architecture et liturgie, Cerf, coll. « foi vivante », 1991.
2. L’Esprit de la liturgie, «Participation active», Ad Solem, Genève, 2001, p. 139. (La traducción de la cita la he tomado de la edición crítica: Joseph Ratzinger, Obras Completas, Vol. XI. Teología de la liturgia, BAC, Madrid 2012, p. 100).
3. J. Ratzinger, Das Fest des Glaubens. Versuche zur Theologie des Gottesdienstes, Johannes Verlag, Einsiedeln, 1993, pp. 121-123.
4. A este respecto se puede hacer referencia a los trabajos del liturgista de Ratisbona Klaus Gamber, incluso si no son siempre exactos en cuanto a los detalles históricos. K. Gamber, Ritus modernus. Gesammelte Aufsätze zur Liturgiereform, Pustet, Ratisbonne, 1972; Liturgie und Kirchenbau. Studien zur Geschichte der Meßfeier und des Gotteshauses in der Frühzeit, Pustet, Ratisbonne, 1976.
5. Concilio de Trento, sesión 22; “exposición de la doctrina en lo que concierne al Sacrificio de la misa”, capítulo 1.
6. L. Bouyer, postface à Klaus Gamber, Zum Herrn hin ! Fragen um Kirchenbau und Gebet nach Osten, Pustet, Ratisbonne, 1994, p. 74.
7. M. Metzger, « La place des liturges à l’autel », Revue des sciences religieuses, n. 45, 1971, p. 140.
8. Congregatio pro Ecclesiis Orientalibus, Istruzione per l’applicazione delle prescrizioni liturgiche del Codice dei Canoni delle Chiese Orientali «Il Padre incomprensibile», Cité du Vatican, 1996, pp. 85-86 (n. 107).
9. L’Esprit de la liturgie, « Le lieu sacré », pp. 59-60.

Versión original en francés:
www.catholica.presse.fr/2010/04/11/la-place-du-pretre-et-de-lautel-dans-la-liturgie

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