miércoles, 4 de junio de 2014

FUNERALES QUE AGOTAN

Comprendo perfectamente la desazón que por estos días han manifestado algunos fieles en relación a las misas de difuntos. “Que la secular sobriedad chilena se esfumó hace tiempo, es un hecho indesmentible”, constata una señora en carta al diario El Mercurio de Santiago de Chile (Edición del 31/05/14). Y continúa: “Pero donde esto ya pasó a mayores es en las actuales misas de difuntos. Una fila interminable de deudos, algunos cercanos y otros no tanto, se plantan frente a un micrófono, y a través de él estiman que es de lo más normal y pertinente imponer a los asistentes no solo de las cualidades del fallecido, sino, y lo peor de todo, de sus gustos culinarios, musicales, recreacionales, y un sinfín de etcéteras. En resumen, la ceremonia se alarga hasta límites insoportable, y ello impide el recogimiento personal, tan importante para que se pueda recordar íntimamente a quien ya nos ha dejado”.

Simplemente señalar que este frenesí testimonial de poco sirve al difunto, que desde la dura soledad de su féretro solo espera una cosa de quienes lo despiden: oración.


1 comentario:

  1. Es lógico que si la Iglesia se está protestantizando, también se exprese eso en los ritos. Y en el de difuntos parece que se olvidaron de que, fundamentalmente, hay que rezar para que se pueda purificar lo más rápido en el purgatorio, en el caso de que haya muerto en gracia santificante. Ahora resulta que todos “vuelven a la Casa del Padre” con boleto directo sin escalas. ¿Y el purgatorio? Bien, gracias. Pero que es lógico. ¿Por qué los protestantes dan testimonio de la vida y gustos del difunto? Porque no interesa en realidad si hizo bien o no. Lo importante es la “sola fe” y las obras no tienen importancia. El justo se salva por la fe, decía el heresiarca Lutero. Luego, no es necesario rezar por su salvación. Además, obviamente, las oraciones por los difuntos no tienen ningún valor. Y también obviamente, no hay purgatorio, porque no hay nada que purificar. La fe fiduciaria hizo que Cristo cubriera con su manto de misericordia nuestras miserias persistentes. “Al mismo tiempo justo que pecador” dicen nuestros “hermanos separados”. Perfecto el final que señala el Buho: lo único que espera el muerto es que recen por él.

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