viernes, 28 de febrero de 2014

MUY BIEN, SIERVO BUENO Y FIEL

Al cumplirse un año del término de su pontificado, saludamos con inmensa gratitud a su santidad el Papa emérito Benedicto XVI. Su extraordinario pontificado ha marcado el rumbo de la Iglesia para el tercer milenio cristiano. A continuación las palabras con que abrió y cerró sus ocho años de ministerio petrino: 

            

“Queridos hermanos y hermanas: después del gran Papa Juan Pablo II, los señores cardenales me han elegido a mí, un simple y humilde trabajador de la viña del Señor.
Me consuela el hecho de que el Señor sabe trabajar y actuar incluso con instrumentos insuficientes, y sobre todo me encomiendo a vuestras oraciones.
En la alegría del Señor resucitado, confiando en su ayuda continua, sigamos adelante. El Señor nos ayudará y María, su santísima Madre, estará a nuestro lado. ¡Gracias!” (Vaticano, 19 de abril de 2005).
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“Gracias, queridos amigos. Me hace feliz estar con vosotros, rodeado por la belleza de la creación y por vuestra simpatía, que me hace mucho bien. ¡Gracias por vuestra amistad, por vuestro afecto!
Sabéis que este día mío es distinto de los anteriores: seré Sumo Pontífice de la Iglesia católica hasta las ocho de la tarde; después, ya no más.
Soy simplemente un peregrino que inicia la última etapa de su peregrinación en esta tierra. Pero quisiera aún, con mi corazón, con mi amor, con mi oración, con mi reflexión, con todas mis fuerzas interiores, trabajar por el bien común y por el bien de la Iglesia y de la Humanidad. Y me siento muy apoyado por vuestra simpatía. Sigamos adelante con el Señor, por el bien de la Iglesia y del mundo. ¡Gracias!” (Castelgandolfo, 28 de febrero de 2013).

miércoles, 26 de febrero de 2014

UNA DOCTRINA DIÁFANA Y CRISTALINA

Copio a continuación el número 84 de la Exhortación Apostólica Familiaris Consortio, donde se contiene la doctrina y praxis secular de la Iglesia sobre las condiciones para admitir a los sacramentos a los divorciados casados de nuevo. Si solo 33 años después esta doctrina llegara a sufrir modificaciones, me parece vislumbrar un único fruto a cosechar: el total descrédito de las asambleas sinodales.

“La experiencia diaria enseña, por desgracia, que quien ha recurrido al divorcio tiene normalmente la intención de pasar a una nueva unión, obviamente sin el rito religioso católico. Tratándose de una plaga que, como otras, invade cada vez más ampliamente incluso los ambientes católicos, el problema debe afrontarse con atención improrrogable. Los Padres Sinodales lo han estudiado expresamente. La Iglesia, en efecto, instituida para conducir a la salvación a todos los hombres, sobre todo a los bautizados, no puede abandonar a sí mismos a quienes —unidos ya con el vínculo matrimonial sacramental— han intentado pasar a nuevas nupcias. Por lo tanto procurará infatigablemente poner a su disposición los medios de salvación.
Los pastores, por amor a la verdad, están obligados a discernir bien las situaciones. En efecto, hay diferencia entre los que sinceramente se han esforzado por salvar el primer matrimonio y han sido abandonados del todo injustamente, y los que por culpa grave han destruido un matrimonio canónicamente válido. Finalmente están los que han contraído una segunda unión en vista a la educación de los hijos, y a veces están subjetivamente seguros en conciencia de que el precedente matrimonio, irreparablemente destruido, no había sido nunca válido.
En unión con el Sínodo exhorto vivamente a los pastores y a toda la comunidad de los fieles para que ayuden a los divorciados, procurando con solícita caridad que no se consideren separados de la Iglesia, pudiendo y aun debiendo, en cuanto bautizados, participar en su vida. Se les exhorte a escuchar la Palabra de Dios, a frecuentar el sacrificio de la Misa, a perseverar en la oración, a incrementar las obras de caridad y las iniciativas de la comunidad en favor de la justicia, a educar a los hijos en la fe cristiana, a cultivar el espíritu y las obras de penitencia para implorar de este modo, día a día, la gracia de Dios. La Iglesia rece por ellos, los anime, se presente como madre misericordiosa y así los sostenga en la fe y en la esperanza.
La Iglesia, no obstante, fundándose en la Sagrada Escritura reafirma su praxis de no admitir a la comunión eucarística a los divorciados que se casan otra vez. Son ellos los que no pueden ser admitidos, dado que su estado y situación de vida contradicen objetivamente la unión de amor entre Cristo y la Iglesia, significada y actualizada en la Eucaristía. Hay además otro motivo pastoral: si se admitieran estas personas a la Eucaristía, los fieles serían inducidos a error y confusión acerca de la doctrina de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio.
La reconciliación en el sacramento de la penitencia —que les abriría el camino al sacramento eucarístico— puede darse únicamente a los que, arrepentidos de haber violado el signo de la Alianza y de la fidelidad a Cristo, están sinceramente dispuestos a una forma de vida que no contradiga la indisolubilidad del matrimonio. Esto lleva consigo concretamente que cuando el hombre y la mujer, por motivos serios, —como, por ejemplo, la educación de los hijos— no pueden cumplir la obligación de la separación, «asumen el compromiso de vivir en plena continencia, o sea de abstenerse de los actos propios de los esposos» [Juan Pablo II, Homilía para la clausura del VI Sínodo de los Obispos, (25 de octubre de 1980): AAS 72 (1980), 1082].
Del mismo modo el respeto debido al sacramento del matrimonio, a los mismos esposos y sus familiares, así como a la comunidad de los fieles, prohíbe a todo pastor —por cualquier motivo o pretexto incluso pastoral— efectuar ceremonias de cualquier tipo para los divorciados que vuelven a casarse. En efecto, tales ceremonias podrían dar la impresión de que se celebran nuevas nupcias sacramentalmente válidas y como consecuencia inducirían a error sobre la indisolubilidad del matrimonio válidamente contraído.
Actuando de este modo, la Iglesia profesa la propia fidelidad a Cristo y a su verdad; al mismo tiempo se comporta con espíritu materno hacia estos hijos suyos, especialmente hacia aquellos que inculpablemente han sido abandonados por su cónyuge legítimo.
La Iglesia está firmemente convencida de que también quienes se han alejado del mandato del Señor y viven en tal situación pueden obtener de Dios la gracia de la conversión y de la salvación si perseveran en la oración, en la penitencia y en la caridad.
(Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Familiaris Consortio, n° 84. 22 de noviembre de 1981, Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo).

lunes, 24 de febrero de 2014

KASPER EXASPERA

Las opiniones –quizá presiones- del cardenal Kasper sobre la posibilidad de una apertura a la comunión sacramental por parte de fieles divorciados y vueltos a casar comienzan a exasperar y con razón. Es el caso del periodista y escritor español José María Zavala que en una breve reseña titulada “Kasper y su misericordia” sale al paso del teólogo alemán con valentía y claridad. Motivado en un excelente video del padre Santiago Martín sobre la cuestión, el autor alega:

Permanecer en silencio en este caso es de cobardes, además de una omisión grave. Sumo por eso mi modesta voz, aun a riesgo de ser tildado de hereje o de retrógrado, a la de este valeroso clérigo que discrepa, Evangelio en mano, del cardenal alemán Walter Kasper. El Señor se lo pagará con creces a don Santiago.
  Como si quisiese curarse en salud, Kasper ya advirtió antes del Sínodo: “El Papa me ha dicho que debía hacer preguntas para pensar, no dar soluciones”. Y añadió: “La situación ha cambiado mucho en nuestra sociedad occidental y se presentan nuevas situaciones y ahora el Sínodo debe preguntarles”.
  ¿Y qué ha preguntado el purpurado alemán a los cardenales y obispos? Algo insólito para un gran teólogo, como aseguran que es él: ¿Debe administrarse el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo a los divorciados vueltos a casar sin nulidad matrimonial de por medio? O lo que es lo mismo: ¿Pueden comulgar todos o algunos de los que conviven en pecado mortal con otra persona que no es su marido o esposa ante Dios?
  ¿A cuento de qué cuestiona Kasper ahora la doctrina de la Santa Madre Iglesia? ¿No dijo acaso Jesús a la mujer adúltera: “Vete y no peques más”? ¿Por qué disfrazar de caridad lo que a todas luces es un sacrilegio?
  Jamás hubiese imaginado que un cardenal de la Iglesia Católica fuese capaz de lanzar una carga de profundidad semejante, suscitando de paso una enorme confusión; como tampoco me cabría en la cabeza que preguntase en un sínodo si es lícito para un católico robar, mentir o abortar.
  A propósito de abortar, don Santiago Martín advierte, sagaz, de que el mayor genocidio de la historia empezó cuando se recurrió a casos extremos y lacrimógenos para justificar el asesinato de inocentes: violación, riesgo de muerte para la madre, malformaciones del feto… Hasta llegar al gran coladero que sigue siendo hoy el supuesto daño psíquico para la madre.      ¿Quién hubiese pensado que el aborto, o sea el crimen, llegaría a convertirse en un derecho más importante incluso que el de la vida?
  Es obvio que cuando se abre una rendija, se corre el riesgo de abrir la puerta entera. Recordemos, en este sentido, que el propio Kasper refirió, poco antes del Sínodo, el caso de una divorciada vuelta a casar que se moría de ganas de comulgar el día de la Primera Comunión de su hijo. ¿Cómo iban a negarle a ella la Comunión en su diócesis alemana, apelando a la misericordia?
Como dice el proverbio, “por la caridad entra la peste”. Y de eso quien más sabe es el demonio. Recemos".

Fuente: http://www.religionenlibertad.com/articulo.asp?idarticulo=34113&mes=&ano=

sábado, 22 de febrero de 2014

CÁTEDRA DE PEDRO, CÁTEDRA SUBLIME

“Pues no fue prometido a los sucesores de Pedro el Espíritu Santo, de manera que ellos pudieran por revelación suya manifestar alguna nueva doctrina, sino para que, por su asistencia, santamente custodiaran y fielmente expusieran la revelación transmitida por los Apóstoles, es decir, el depósito de la fe. Ciertamente su apostólica doctrina fue abrazada por todos los venerables padres y reverenciada y seguida por los santos y ortodoxos doctores, ya que ellos sabían muy bien que esta Sede de San Pedro siempre permanece libre de error alguno, según la divina promesa de nuestro Señor y Salvador al príncipe de sus discípulos: «Yo he rogado por ti para que tu fe no falle; y cuando hayas regresado fortalece a tus hermanos» [Lc. 22, 32].
Este carisma de una verdadera y nunca deficiente fe fue por lo tanto divinamente conferida a Pedro y sus sucesores en esta cátedra, de manera que puedan desplegar su elevado oficio para la salvación de todos, y de manera que todo el rebaño de Cristo pueda ser alejado por ellos del venenoso alimento del error y pueda ser alimentado con el sustento de la doctrina celestial. Así, quitada la tendencia al cisma, toda la Iglesia es preservada en unidad y, descansando en su fundamento, se mantiene firme contra las puertas del infierno. Pero ya que en esta misma época cuando la eficacia salvadora del oficio apostólico es especialmente más necesaria, se encuentran no pocos que desacreditan su autoridad, nosotros juzgamos absolutamente necesario afirmar solemnemente la prerrogativa que el Hijo Unigénito de Dios se dignó dar con el oficio pastoral supremo.
Por esto, adhiriéndonos fielmente a la tradición recibida de los inicios de la fe cristiana, para gloria de Dios nuestro salvador, exaltación de la religión católica y salvación del pueblo cristiano, con la aprobación del Sagrado Concilio, enseñamos y definimos como dogma divinamente revelado que:
El Romano Pontífice, cuando habla ex cáthedra, esto es, cuando en el ejercicio de su oficio de pastor y maestro de todos los cristianos, en virtud de su suprema autoridad apostólica, define una doctrina de fe o costumbres como que debe ser sostenida por toda la Iglesia, posee, por la asistencia divina que le fue prometida en el bienaventurado Pedro, aquella infalibilidad de la que el divino Redentor quiso que gozara su Iglesia en la definición de la doctrina de fe y costumbres. Por esto, dichas definiciones del Romano Pontífice son en sí mismas, y no por el consentimiento de la Iglesia, irreformables”.
[Canon] De esta manera si alguno, no lo permita Dios, tiene la temeridad de contradecir esta nuestra definición: sea anatema.
(Concilio Vaticano I, Extracto de la Constitución Dogmática «PASTOR AETERNUS» sobre la Iglesia de Cristo. 18 de julio de 1870).

viernes, 7 de febrero de 2014

PIDIENDO LAS VIRTUDES DE UN GRAN PASTOR

Oh Dios, que diste a tu siervo el Papa Pio IX espíritu de fortaleza en las adversidades, y le concediste adentrarse más íntimamente en la fe pura de la Iglesia, otórganos, por su intercesión, ser colmados en ese mismo espíritu y vivir con una devoción semejante a la suya. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos. (Oración colecta)