viernes, 28 de marzo de 2014

SERVIR AL PAPA Y NO SERVIRSE DEL PAPA

En una reciente entrevista a la emisión alemana de radio vaticana, el cardenal Gerhard L. Müller señalaba un aspecto importante y muy actual de su papel como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe: "que nadie se apropie del Papa para determinados fines". Y continuaba: "resulta precisamente interesante que justo en estos momentos tantos grupos se remitan al Papa, habiendo prácticamente rechazado el papado anteriormente. En cualquier caso, por lo que respecta a nosotros, de lo que se trata es de servir al Papa y a la Iglesia, en vez de servirnos del Papa”. http://infocatolica.com/?t=noticia&cod=20340

Tarea urgente y necesaria esta del Prefecto, para que no se repita con nuestro amado Papa Francisco algo semejante a lo sucedido con la figura señera del Beato Juan XXIII, tantas veces instrumentalizada con fines ideológicos.  Hace años, el reconocido escritor católico Tito Casini, en su famosa apología de la antigua liturgia, publicada en forma de carta y bajo el simbólico título de La Túnica Rasgada, escribía al respecto, en un imaginario diálogo con el santo Pontífice: “¡Pobre, bueno y santo Papa Juan! ¡Con cuánta hipocresía los enemigos de la Iglesia han pretendido atribuiros lo que no dijisteis, ni quisisteis decir, para presentaros como paladín de sus ideas y conquistar así a los ingenuos y a los necios!… Pero, no estoy solamente hablando de éstos, de los enemigos abiertamente confabulados contra la Iglesia, cuya diabólica duplicidad bien conocía la manera de aprovecharse de vuestra gran bondad y reconocida caridad, -la bondad y caridad de un santo para el que yerra, a fin de sacarlo del error, no para confirmarlo en él-; estoy hablando también de aquellos otros, de Vuestros amigos “católicos”, cuyas palabras y acciones no colaboran con el misterio de la Iglesia, su Madre y Maestra, de la que Vos erais cabeza visible, sino con sus calumniadores y perseguidores…”

jueves, 27 de marzo de 2014

EXCELENCIA DE LA ORACIÓN CRISTIANA

La Liturgia de las Horas de hoy nos ofrece este hermoso texto de Tertuliano sobre la excelencia de la oración cristiana:

“La oración es el sacrificio espiritual que abrogó los antiguos sacrificios. ¿Qué me importa el número de vuestros sacrificios? —dice el Señor—. Estoy harto de holocaustos de carneros, de grasa de cebones; la sangre de toros, corderos y machos cabríos no me agrada. ¿Quién pide algo de vuestras manos? Lo que Dios desea, nos lo dice el evangelio: Se acerca la hora —dice— en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad. Porque Dios es espíritu, y desea un culto espiritual.
Nosotros somos, pues, verdaderos adoradores y verdaderos sacerdotes cuando oramos en espíritu y ofrecemos a Dios nuestra oración como una víctima espiritual, propia de Dios y acepta a sus ojos.
Esta víctima, ofrecida del fondo de nuestro corazón, nacida de la fe, nutrida con la verdad, intacta y sin defecto, íntegra y pura, coronada por el amor, hemos de presentarla ante el altar de Dios, entre salmos e himnos, acompañada del cortejo de nuestras buenas obras, seguros de que ella nos alcanzará de Dios todos los bienes.
¿Podrá Dios negar algo a la oración hecha en espíritu y verdad, cuando es él mismo quien la exige? ¡Cuántos testimonios de su eficacia no hemos leído, oído y creído!
Ya la oración del antiguo Testamento liberaba del fuego, de las fieras y del hambre, y, sin embargo, no había recibido aún de Cristo toda su eficacia.
¡Cuanto más eficazmente actuará, pues, la oración cristiana! No coloca un ángel para apagar con agua el fuego, ni cierra las bocas de los leones, ni lleva al hambriento la comida de los campesinos, ni aleja, con el don de su gracia, ningún sufrimiento; pero enseña la paciencia y aumenta la fe de los que sufren, para que comprendan lo que Dios prepara a los que padecen por su nombre.
En el pasado, la oración alejaba las plagas, desvanecía los ejércitos de los enemigos, hacía cesar la lluvia. Ahora, la verdadera oración aleja la ira de Dios, implora a favor de los enemigos, suplica por los perseguidores. ¿Y qué tiene de sorprendente que pueda hacer bajar del cielo el agua del bautismo, si pudo también impetrar las lenguas de fuego? Solamente la oración vence a Dios; pero Cristo la quiso incapaz del mal y todopoderosa para el bien.
La oración sacó a las almas de los muertos del mismo seno de la muerte, fortaleció a los débiles, curó a los enfermos, liberó a los endemoniados, abrió las mazmorras, soltó las ataduras de los inocentes. La oración perdona los delitos, aparta las tentaciones, extingue las persecuciones, consuela a los pusilánimes, recrea a los magnánimos, conduce a los peregrinos, mitiga las tormentas, aturde a los ladrones, alimenta a los pobres, rige a los ricos, levanta a los caídos, sostiene a los que van a caer, apoya a los que están en pie.
Los ángeles oran también, oran todas las criaturas, oran los ganados y las fieras, que se arrodillan al salir de sus establos y cuevas y miran al cielo, pues no hacen vibrar en vano el aire con sus voces. Incluso las aves, cuando levantan el vuelo y se elevan hasta el cielo, extienden en forma de cruz sus alas, como si fueran manos, y hacen algo que parece también oración. ¿Qué más decir en honor de la oración? Incluso oró el mismo Señor, a quien corresponde el honor y la fortaleza por los siglos de los siglos”. (Del tratado de Tertuliano, presbítero, sobre la oración Cap. 28-29: CCL 1, 273-274)

martes, 25 de marzo de 2014

VERBO Y NO PALABRA

Mientras exégetas y liturgistas se afanan por traducir el término joánico Verbo (Logos) por el de Palabra, el pueblo católico sigue rezando como siempre: el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.  La “Palabra que acampa”, como dicen las nuevas traducciones, al menos en nuestro castellano habitual, parecen restar sustancia al insondable misterio de la Encarnación. A la inconveniencia de verter Verbo por Palabra se refiere esta voz autorizada:

“Es importante ver que Juan, bajo la inspiración del Espíritu Santo, emplea el término logos y no “Hijo”, ni sofía, “sabiduría”. ¿Por qué? ¿Qué significa exactamente el término logos?” Es muy difícil de traducir. En la Universidad de la Sorbona traducen con frecuencia logos por “discurso”. Desde luego es una traducción, pero una traducción muy exterior. En realidad, logos significa mucho más el fruto del pensamiento; ahora bien, el discurso es la expresión del pensamiento, no es el fruto. Expresión y fruto son dos cosas diferentes y los griegos eran muy sensibles a ello…; no hay duda, sin embargo, que hay diferencia entre pensar y hablar, pensar y decir. Por lo tanto no hay que traducir “Verbo” -Logos- por “Palabra”. Ahora, debido a la influencia protestante, lo traducen con frecuencia por “Palabra”; pero es un error desde el punto de vista teológico: Hay que traducir Logos por “Verbo”. Es la traducción de San Jerónimo quien, no lo olvidemos, estaba en contacto directo con los rabinos. Él estaba, por tanto, mucho más cerca de una tradición de lo que estamos ahora en que, la mayor parte del tiempo, tenemos perspectivas bastante alejadas de la tradición joánica. (M.-D. Philippe, Seguir al Cordero. Retiro sobre el Evangelio de San Juan, Tomo I, Madrid 2002, p. 197)

sábado, 22 de marzo de 2014

LA FUERZA DEL SIGNO LITÚRGICO NO HABLADO

“Una nube de incienso vale mil sermones”, escribió Nicolás Gómez Dávila. Y pienso en nuestras actuales exequias, tan empobrecidas, donde rara vez se asiste al sobrecogedor rito de la incensación final del féretro, desplazado por mil testimonios entretejidos de impúdicos sentimientos. El recato de las emociones favorece la comprensión de que todo acto litúrgico no es simple reunión de amigos o parientes sino presencia de la entera Iglesia universal.

miércoles, 19 de marzo de 2014

SAN JOSÉ Y SU SUERTE ADMIRABLE

En el himno litúrgico Te Ioseph celebrent -Que te ensalcen, glorioso José- se habla de la admirable suerte del santo Patriarca. Mientras a los demás santos se les depara la dicha de la bienaventuranza después de la muerte, a San José, ya en vida, se le concedió gozar de una maravillosa cercanía y familiaridad con Dios; sólo su castísima Esposa le aventajó en su suerte. Y tal suerte admirable es la que ha quedado piadosamente expresada en esta oración recomendada para antes de la Misa:

¡Oh feliz varón, bienaventurado José, a quien le fue concedido no solo ver y oír al Dios, a quien muchos reyes quisieron ver y no vieron, oír y no oyeron, sino también abrazarlo, besarlo, vestirlo y custodiarlo!
V/. Ruega por nosotros bienaventurado José.
R/. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo.

lunes, 17 de marzo de 2014

OLER A OVEJA, PERO ANTES OLER A CRISTO

Copio un lúcido texto del Cardenal Ratzinger sobre los motivos que suelen estar a la raíz de una crisis vocacional en la vida de un sacerdote.

“Cuando como obispo –y también antes, simplemente como hermano en el sacerdocio- me he puesto a reflexionar sobre las causas que hacen que poco a poco se vaya desmoronando una vocación tan entusiasta y tan esperanzadora en sus comienzos, siempre he llegado a la misma conclusión: ha habido un momento en que ha dejado de existir la oración callada y silenciosa, desplazada tal vez por el ruidoso celo por tantas cosas que hay que hacer. Pero ahora es un celo vacío, porque ha perdido su empuje interior. En algún momento se ha abandonado la confesión personal y, con ello, el contacto con la exigencia y el perdón, la renovación desde dentro en presencia del Señor, que es irrenunciable. Para que estuvieran con él (Mc 3, 14). Se necesita este “con él” no sólo durante un cierto período inicial, a modo de fondo de reserva al que poder acudir más adelante. Estar con él debe constituir siempre la pieza central del servicio sacerdotal”. (Cardenal Joseph Ratzinger, Servidor de vuestra alegría, Ed. Herder, Barcelona 2005, p. 83.)

sábado, 8 de marzo de 2014

LAS TENTACIONES DE CRISTO: ¡SÉ UN TEÓLOGO DE LA LIBERACIÓN!

Desde antiguo la liturgia de la Iglesia nos recuerda el primer domingo de cuaresma el misterio de las tentaciones de Cristo en el desierto. Y siempre me ha sorprendido la agudeza con que el venerable Fulton Sheen comenta este misterioso episodio en su conocida obra “Vida de Cristo”. A la luz de sus reflexiones creo entrever la finalidad de las tentaciones del demonio: pretendía convertir cuanto antes a Jesús en un eximio teólogo de la liberación. Dejo a continuación estos breves extractos:

“La primera tentación de nuestro Señor fue la de convertirse en una especie de reformador social y dar pan a las multitudes del desierto que no pudieran encontrar en él más que piedras. La visión del mejoramiento social sin una regeneración espiritual ha constituido una tentación a la que han sucumbido por completo muchos hombres  importantes de la historia”.

“El maligno espíritu le estaba diciendo: “¡Empieza con la primacía de lo económico! ¡Olvida todo lo referente al pecado!” Todavía sigue diciendo lo mismo con diferentes palabras...”

“Nuestro Señor no estaba negando que los hombres deban ser alimentados, o que deba predicarse la justicia social, sino que aseguraba que estas cosas no son lo primero de todo. En realidad, estaba diciendo a Satán: “Me estas tentando para que establezca una religión que suprima las necesidades; tú quieres que yo sea un panadero en vez de un salvador; un reformador social en vez de un redentor. Me estás tentando para que me aleje de mi cruz, sugiriéndome que yo sea un caudillo barato del pueblo, llenando sus vientres en vez de llenar sus almas. Quisieras que yo comenzara con la seguridad en vez de terminar con ella; quisieras que yo trajera la abundancia externa en vez de la santidad interior”.

“¡Yo sé que es el hambre humana! Yo mismo he pasado cuarenta días sin comer nada. Pero rehúso convertirme en un mero reformador social que se limita a abastecer el vientre. No puedes decir que me desentienda de la justicia social, porque en este momento estoy sintiendo el hambre del mundo". 

"¡Apártate, Satán! Yo no soy como un obrero social que nunca ha sentido hambre él mismo, sino uno que dice: “¡Yo rechazo cualquier plan que prometa hacer más ricos a los hombres sin hacerlos más santos!” ¡Recuérdalo! Yo, que digo: “¡No sólo de pan!”, ¡no he probado el pan desde hace cuarenta días!”.

Fulton J. Sheen, Vida de Cristo, Ed. Herder, Barcelona 1996, p .63-64 

jueves, 6 de marzo de 2014

UNA LEY PARA NIÑOS HECHA CON CRUELDAD DE ADULTOS

El prestigioso civilista chileno profesor Hernán Corral desenmascara hoy, en columna del diario el Mercurio, la soterrada crueldad que contiene la ley sobre eutanasia infantil recientemente aprobada en Bélgica. Destacamos los siguientes párrafos:

“Uno podría pensar que, si se aplicaran estrictamente y de buena fe los requisitos de la nueva ley, la eutanasia de un niño no podría practicarse. Pero si esto fuera correcto, la ley resultaría ser aún más peligrosa, porque invitaría a saltarse las exigencias y a relajar los requerimientos, pues el mensaje que ella pretende entregar a la comunidad es que un niño con una enfermedad grave posee una vida menos valiosa y puede ser desechada por inútil. Una muestra de lo que el Papa Francisco ha llamado la "cultura del descarte".
Lo que produce estupor es que se ponga sobre los hombros del mismo niño la decisión de poner fin a su existencia. Si esto ya es terrible cuando se trata de un anciano, es todavía más cruel cuando involucra a un infante. Todo el sistema legal y sanitario susurrará al oído del niño enfermo que quizás está siendo egoísta y obstinado al hacer sufrir a sus padres y familiares, al obligarlos a incurrir en cuantiosos gastos, todo por su persistencia en querer vivir, cuando bastaría con decir que sus dolores le resultan insoportables: "Sé un poco más generoso y ayúdanos a no tener que hacernos cargo de ti...". Si esto no es una tortura, está muy cerca de serlo.
Y no hablemos del peso agobiante que se hace recaer en los padres que deberán aprobar o rechazar la voluntad del hijo de que sus propios médicos le quiten la vida”.

Artículo completo en: 

martes, 4 de marzo de 2014

ACUÉRDATE DE QUE ERES POLVO Y AL POLVO VOLVERÁS. UNA PRECIOSA HOMILÍA DEL PAPA RATZINGER.

Recojo esta homilía del Papa Benedicto, teológica y espiritualmente sabrosa, como una lectio cuya meditación puede ayudar a recorrer con provecho el camino de la cuaresma.

“Con este día de penitencia y de ayuno —el miércoles de Ceniza— comenzamos un nuevo camino hacia la Pascua de Resurrección: el camino de la Cuaresma. Quiero detenerme brevemente a reflexionar sobre el signo litúrgico de la ceniza, un signo material, un elemento de la naturaleza, que en la liturgia se transforma en un símbolo sagrado, muy importante en este día con el que se inicia el itinerario cuaresmal. Antiguamente, en la cultura judía, la costumbre de ponerse ceniza sobre la cabeza como signo de penitencia era común, unido con frecuencia a vestirse de saco o de andrajos. Para nosotros, los cristianos, en cambio, este es el único momento, que por lo demás tiene una notable importancia ritual y espiritual. Ante todo, la ceniza es uno de los signos materiales que introducen el cosmos en la liturgia. Los principales son, evidentemente, los de los sacramentos: el agua, el aceite, el pan y el vino, que constituyen verdadera materia sacramental, instrumento a través del cual se comunica la gracia de Cristo que llega hasta nosotros. En el caso de la ceniza se trata, en cambio, de un signo no sacramental, pero unido a la oración y a la santificación del pueblo cristiano. De hecho, antes de la imposición individual sobre la cabeza, se prevé una bendición específica de la ceniza —que realizaremos dentro de poco—, con dos fórmulas posibles. En la primera se la define «símbolo austero»; en la segunda se invoca directamente sobre ella la bendición y se hace referencia al texto del Libro del Génesis, que puede acompañar también el gesto de la imposición: «Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás» (cf. Gn 3,19).
Detengámonos un momento en este pasaje del Génesis. Con él concluye el juicio pronunciado por Dios después del pecado original: Dios maldice a la serpiente, que hizo caer en el pecado al hombre y a la mujer; luego castiga a la mujer anunciándole los dolores del parto y una relación desequilibrada con su marido; por último, castiga al hombre, le anuncia la fatiga al trabajar y maldice el suelo. «¡Maldito el suelo por tu culpa!» (Gn 3,17), a causa de tu pecado. Por consiguiente, el hombre y la mujer no son maldecidos directamente, mientras que la serpiente sí lo es; sin embargo, a causa del pecado de Adán, es maldecido el suelo, del que había sido modelado. Releamos el magnífico relato de la creación del hombre a partir de la tierra: «Entonces el Señor Dios modeló al hombre del polvo del suelo e insufló en su nariz aliento de vida; y el hombre se convirtió en ser vivo. Luego el Señor Dios plantó un jardín en Edén, hacia oriente, y colocó en él al hombre que él había modelado» (Gn 2,7-8). Así dice el Libro del Génesis.
Por lo tanto, el signo de la ceniza nos remite al gran fresco de la creación, en el que se dice que el ser humano es una singular unidad de materia y de aliento divino, a través de la imagen del polvo del suelo modelado por Dios y animado por su aliento insuflado en la nariz de la nueva criatura. Podemos notar cómo en el relato del Génesis el símbolo del polvo sufre una transformación negativa a causa del pecado. Mientras que antes de la caída el suelo es una potencialidad totalmente buena, regada por un manantial de agua (cf. Gn 2,6) y capaz, por obra de Dios, de hacer brotar «toda clase de árboles hermosos para la vista y buenos para comer» (Gn 2,9), después de la caída y la consiguiente maldición divina, producirá «cardos y espinas» y sólo a cambio de «dolor» y «sudor del rostro» concederá al hombre sus frutos (cf. Gn 3,17-18). El polvo de la tierra ya no remite sólo al gesto creador de Dios, totalmente abierto a la vida, sino que se transforma en signo de un inexorable destino de muerte: «Eres polvo y al polvo volverás» (Gn 3,19).
Es evidente en el texto bíblico que la tierra participa del destino del hombre. A este respecto dice san Juan Crisóstomo en una de sus homilías: «Ve cómo después de su desobediencia todo se le impone a él [el hombre] de un modo contrario a su precedente estilo de vida» (Homilías sobre el GN 17,9, pg 53, 146). Esta maldición del suelo tiene una función medicinal para el hombre, a quien la «resistencia» de la tierra debería ayudarle a mantenerse en sus límites y reconocer su propia naturaleza (cf. ib.). Así, con una bella síntesis, se expresa otro comentario antiguo, que dice: «Adán fue creado puro por Dios para su servicio. Todas las criaturas le fueron concedidas para servirlo. Estaba destinado a ser el amo y el rey de todas las criaturas. Pero cuando el mal llegó a él y conversó con él, él lo recibió por medio de una escucha externa. Luego penetró en su corazón y se apoderó de todo su ser. Cuando fue capturado de este modo, la creación, que lo había asistido y servido, fue capturada con él» (Pseudo-Macario, Homilías 11, 5: PG 34,547).
Decíamos hace poco, citando a san Juan Crisóstomo, que la maldición del suelo tiene una función «medicinal». Eso significa que la intención de Dios, que siempre es benéfica, es más profunda que la maldición. Esta, en efecto, no se debe a Dios sino al pecado, pero Dios no puede dejar de infligirla, porque respeta la libertad del hombre y sus consecuencias, incluso las negativas. Así pues, dentro del castigo, y también dentro de la maldición del suelo, permanece una intención buena que viene de Dios. Cuando Dios dice al hombre: «Eres polvo y al polvo volverás», junto con el justo castigo también quiere anunciar un camino de salvación, que pasará precisamente a través de la tierra, a través de aquel «polvo», de aquella «carne» que será asumida por el Verbo. En esta perspectiva salvífica, la liturgia del miércoles de Ceniza retoma las palabras del Génesis: como invitación a la penitencia, a la humildad, a tener presente la propia condición mortal, pero no para acabar en la desesperación, sino para acoger, precisamente en esta mortalidad nuestra, la impensable cercanía de Dios, que, más allá de la muerte, abre el paso a la resurrección, al paraíso finalmente reencontrado. En este sentido nos orienta un texto de Orígenes, que dice: «Lo que inicialmente era carne, procedente de la tierra, un hombre de polvo, (cf. 1 Co 15,47), y fue disuelto por la muerte y de nuevo transformado en polvo y ceniza —de hecho, está escrito: eres polvo y al polvo volverás—, es resucitado de nuevo de la tierra. A continuación, según los méritos del alma que habita el cuerpo, la persona avanza hacia la gloria de un cuerpo espiritual» (Principios 3, 6, 5: sch, 268, 248).
Los «méritos del alma», de los que habla Orígenes, son necesarios; pero son fundamentales los méritos de Cristo, la eficacia de su Misterio pascual. San Pablo nos ha ofrecido una formulación sintética en la Segunda Carta a los Corintios, hoy segunda lectura: «Al que no conocía el pecado, Dios lo hizo pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en él» (2Co 5,21). La posibilidad para nosotros del perdón divino depende esencialmente del hecho de que Dios mismo, en la persona de su Hijo, quiso compartir nuestra condición, pero no la corrupción del pecado. Y el Padre lo resucitó con el poder de su Santo Espíritu; y Jesús, el nuevo Adán, se ha convertido, como dice san Pablo, en «espíritu vivificante» (1Co 15,45), la primicia de la nueva creación. El mismo Espíritu que resucitó a Jesús de entre los muertos puede transformar nuestros corazones de piedra en corazones de carne (cf. Ez 36,26). Lo acabamos de invocar con el Salmo Miserere: «Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme. No me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu» (Ps 50,12-13). El Dios que expulsó a los primeros padres del Edén envió a su propio Hijo a nuestra tierra devastada por el pecado, no lo perdonó, para que nosotros, hijos pródigos, podamos volver, arrepentidos y redimidos por su misericordia, a nuestra verdadera patria. Que así sea para cada uno de nosotros, para todos los creyentes, para cada hombre que humildemente se reconoce necesitado de salvación. Amén”. (Benedicto XVI, Homilía en Santa Sabina. Miércoles de Ceniza, 22 de febrero de 2012)

domingo, 2 de marzo de 2014

EN MISA ENTRAMOS EN EL UNIVERSO DE DIOS

En una de sus homilías matutinas en Santa Marta, el Papa Francisco comentó con hermosísimas palabras la teofanía ocurrida el día de la dedicación del templo de Jerusalén, una vez terminada su construcción por el rey Salomón. Se lee en el texto sagrado que “cuando salieron los sacerdotes del santuario, la nube llenó la casa de Yavé, sin que pudieran permanecer allí los sacerdotes para el servicio por causa de la nube, pues la gloria de Yavé llenaba la casa” (I reyes 8, 10-11). “La celebración litúrgica –señaló el Papa- no es un acto social, un buen acto social; no es una reunión de los creyentes para rezar juntos. Es otra cosa. En la liturgia, Dios está presente… Cuando asistimos a misa, “no hacemos una representación de la Última Cena: no, no es una representación. Es otra cosa: es justamente la Última Cena. Es justamente vivir de nuevo la Pasión y la muerte redentora del Señor. Es una teofanía: el Señor se hace presente sobre el altar para ser ofrecido al Padre para la salvación del mundo”. La misa “es una conmemoración real, o sea es una teofanía: Dios se acerca y está con nosotros, y nosotros participamos del misterio de la Redención”. Lamentando que muchas veces estemos más pendientes de la hora que del misterio que presenciamos, el Papa Francisco señaló: “la liturgia es tiempo de Dios y espacio de Dios, y nosotros debemos entrar allí, en el tiempo de Dios, en el espacio de Dios y no mirar el reloj”; luego concluyó: “hoy nos hará bien pedir al Señor que dé a todos nosotros este ‘sentido de lo sagrado’, este sentido que nos hace entender que una cosa es rezar en casa, rezar en la iglesia, rezar el Rosario, rezar tantas oraciones hermosas, hacer el Vía Crucis, muchas cosas bellas, leer la Biblia… y otra cosa es la celebración eucarística. En la celebración entramos en el misterio de Dios, en aquel camino que nosotros no podemos controlar: solamente Él es el Único, Él la gloria, Él es el poder, Él es todo. Pidamos esta gracia: que el Señor nos enseñe a entrar en el misterio de Dios”.
Esta  luminosa perspectiva de la celebración litúrgica como entrada en el tiempo y espacio de Dios, me parece también muy oportuna para comprender por qué la  santa misa celebrada en su forma extraordinaria nunca es una moda sino una necesidad. En efecto, la riqueza simbólica del rito tradicional favorece enormemente esa entrada en el mundo divino que la celebración litúrgica nos hace presente. En cambio, la rutina e improvisación con que vemos celebrar tantas veces la misa en su forma ordinaria, en no pocas ocasiones pareciera que solo nos introduce en el ambiente estrecho y fugaz del celebrante y su entorno.