lunes, 11 de julio de 2016

BENEDICTO XVI HABLA DE SU PATRONO

En muchas ocasiones el Papa Benedicto XVI se refirió a la persona y misión de San Benito, su santo patrono. En el pensamiento del Papa Ratzinger San Benito y su orden vienen siempre reconocidos como el alma que vivificó e hizo posible el nacimiento de la cultura europea, hoy, por desgracia, amenazada en sus mismos cimientos por una extraña resistencia a reconocer y abrazar sus raíces profundamente cristianas.

«Mañana –decía a los pocos meses de su ascensión a la Cátedra de Pedro- se celebra la fiesta de san Benito abad, patrono de Europa, un santo al que aprecio de forma especial, como se puede intuir por haber elegido su nombre. Benito, que nació en Nursia alrededor del año 480, hizo los primeros estudios en Roma, pero, defraudado por la vida de la ciudad, se retiró a Subiaco, donde permaneció cerca de tres años en una cueva -el célebre "sacro speco"-, dedicándose totalmente a Dios. En Subiaco, utilizando las ruinas de una ciclópea villa del emperador Nerón, construyó, junto con sus primeros discípulos, algunos monasterios, dando vida a una comunidad fraterna fundada en el primado del amor a Cristo, en la que la oración y el trabajo se alternaban armoniosamente para alabanza de Dios. Algunos años después, en Montecassino, dio forma definitiva a este proyecto, y lo puso por escrito en la "Regla", la única obra suya que ha llegado hasta nosotros.
Entre las cenizas del Imperio romano, Benito, buscando ante todo el reino de Dios, sembró, quizá sin darse cuenta, la semilla de una nueva civilización, que se desarrollaría integrando los valores cristianos con la herencia clásica, por una parte, y con las culturas germánica y eslava, por otra.
Hay un aspecto típico de su espiritualidad, que hoy quisiera destacar en particular. Benito no fundó una institución monástica destinada principalmente a la evangelización de los pueblos bárbaros, como otros grandes monjes misioneros de su época, sino que indicó a sus seguidores como objetivo fundamental de la existencia, más aún, el único, la búsqueda de Dios:  "Quaerere Deum". Pero sabía que, cuando el creyente entra en relación profunda con Dios, no puede contentarse con vivir de modo mediocre según una ética minimalista y una religiosidad superficial. Desde esta perspectiva se comprende mejor la expresión que Benito tomó de san Cipriano y que sintetiza en su Regla (IV, 21) el programa de vida de los monjes: "Nihil amori Christi praeponere", "No anteponer nada al amor de Cristo". En esto consiste la santidad, propuesta que vale para todo cristiano y que es una verdadera urgencia pastoral en nuestra época, en la que se siente la necesidad de arraigar la vida y la historia en sólidas referencias espirituales».  (Benedicto XVI, Angelus, 10 julio 2005).

«Nuestra situación actual -decía en otra ocasión- bajo muchos aspectos, es distinta de la que Pablo encontró en Atenas, pero, pese a la diferencia, sin embargo, en muchas cosas es también bastante análoga. Nuestras ciudades ya no están llenas de altares e imágenes de múltiples divinidades. Para muchos, Dios se ha convertido realmente en el gran Desconocido. Pero como entonces tras las numerosas imágenes de los dioses estaba escondida y presente la pregunta acerca del Dios desconocido, también hoy la actual ausencia de Dios está tácitamente inquieta por la pregunta sobre Él. Quaerere Deum buscar a Dios y dejarse encontrar por Él: esto hoy no es menos necesario que en tiempos pasados. Una cultura meramente positivista que circunscribiera al campo subjetivo como no científica la pregunta sobre Dios, sería la capitulación de la razón, la renuncia a sus posibilidades más elevadas y consiguientemente una ruina del humanismo, cuyas consecuencias no podrían ser más graves. Lo que es la base de la cultura de Europa, la búsqueda de Dios y la disponibilidad para escucharle, sigue siendo aún hoy el fundamento de toda verdadera cultura». (Benedicto XVI, Discurso en el Collège des Bernardins, París 12  de septiembre de 2008) 

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