miércoles, 12 de octubre de 2016

A ESA NOBLE E HIDALGA ESPAÑA

En el día de la Hispanidad, sirva como homenaje agradecido a nuestra Madre Patria, el extracto de un discurso pronunciado en 1906 por el Rev. Don Esteban Muñoz Donoso, eximio representante de la mejor oratoria chilena decimonónica, con ocasión de un Te Deum de acción de gracias por la salvación del Rey de España, tras el atentado sufrido el día de sus bodas.

En esa oportunidad, el orador sagrado, admirado por la entereza de su Majestad Alfonso XIII, el coraje con que muchos nobles señores corren a escudar al joven rey en peligro, y el clamor del pueblo que fulmina al parricida y vitorea frenético a su Rey inerme y ensangrentado, se siente trasladado «a los días más heroicos de la noble, de la hidalga España». Y continúa diciendo: «De esa España, señores, que cual pueblo alguno luchó cerca de ocho siglos por su libertad, por la fe cristiana, por la civilización verdadera; que eclipsó a la Medialuna en Granada, que la hundió en Lepanto; esa España, señores, que sacó de las aguas a esta América salvaje, y la convirtió en el brillante y vasto mundo de Colón; de esa España, señores, que vertió a torrentes sus tesoros y la sangre generosa de sus hijos por defender la fe católica y domeñar la prepotencia de la herejía; de esa España que llenó los cielos de santos y la tierra de héroes, sabios y artistas admirables; de esa España, en fin, que es nuestra Madre España, que nos legó cuanto puede honrar y engrandecer a un pueblo. Sus glorias son nuestras glorias, sus penas son nuestras penas… Sí, une Iglesia Chilena, tu canto de regocijo al de la Madre España; no sean los mares obstáculo al abrazo de filial cariño: llora con su lloro, canta con su canto. Ayúdale a agradecer los favores del Omnipotente, a bendecir sus piedades y a pedir con ella que Dios la aliente en sus pruebas, la serene en sus zozobras, en sus lágrimas la consuele, la colme en sus esperanzas; que su joven Rey sea digno vástago de los Fernandos, Carlos y Felipes; que la proteja y bendiga hasta  hacer brillar de nuevo los días gloriosos de su prístina grandeza. Te Deum laudamus, te Dominum confitemur». (Tomado del volumen 11 de la Biblioteca de Escritores de Chile, dedicado a los Oradores Sagrados Chilenos. Santiago, 1913)

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