sábado, 26 de noviembre de 2016

SOBRE LA TRIPLE UTILIDAD DEL ADVIENTO. UN SERMÓN DE SAN BERNARDO

1. «Si celebramos con devoción la venida del Señor, hacemos lo que debemos, pues no solo viene a nosotros, sino para nosotros. Él no necesita de nosotros. La misma grandeza de su dignación pone de manifiesto la enormidad de nuestra indigencia. El riesgo de la enfermedad se conoce por el valor de la medicina, como la gama de los achaques por la variedad de los remedios. ¿Qué sentido tendrían las distintas gracias si no se diese ninguna diferencia en las necesidades?
Es muy difícil expresar en un sermón la gama de indigencias que nos achacan. Pero pueden reducirse a tres raíces comunes y en cierta manera principales. Ninguno de nosotros puede prescindir de consejo, de ayuda y de protección. Es general en toda la raza humana esta triple miseria. Y cuantos vivimos en la región de la sombra de muerte, en la debilidad del cuerpo, en el lugar de la tentación, si nos fijamos con atención, arrastramos miserablemente esta triple molestia. Porque nos dejamos seducir con facilidad; somos débiles en las obras y frágiles para resistir. Nos falta agudeza de discernimiento entre el bien y el mal y nos engañamos. Si procuramos hacer el bien, desfallecemos. Si intentamos resistir al mal, caemos y nos rendimos».

2. «Por esto necesitamos la venida del Salvador. Es imprescindible, para hombres así embargados, la presencia de Cristo. Y, ¡ojalá venga con tan infinita condescendencia, que more en nosotros por la fe e ilumine nuestra ceguera! Permanezca con nosotros y ayude a nuestra debilidad y que su fuerza proteja y defienda nuestra fragilidad.
Si él está en nosotros, ¿quién nos podrá engañar? Si él está con nosotros, ¿qué no será imposible con aquel que nos robustece? Si él está en favor nuestro, ¿quién estará contra nosotros? Es un fiel consejero que no puede engañarse ni engañar. Es el robusto cooperador que nunca se cansa. Es el eficaz protector que pisotea diestramente al mismo Satanás con nuestros propios pies y desbarata todas sus asechanzas. Es la sabiduría de Dios, siempre dispuesto a instruir a los ignorantes. Es la fuerza de Dios, capaz de alimentar siempre a los lánguidos y librar al que zozobra. Corramos con gran decisión, hermanos míos, hacia este único maestro. Llamemos en toda ocasión a este valiente compañero. Encomendemos nuestras almas a este fiel protector en todo combate. Vino a este mundo para vivir entre los hombres, con los hombres y en favor de los hombres; para iluminar nuestras tinieblas, suavizar nuestras penas y evitar los peligros». (San Bernardo, En el Adviento del Señor. Serm. 7, BAC, Vol. III. p. 105)

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