domingo, 27 de marzo de 2016

REFLEXIONES DE SEMANA SANTA. LA RESURRECCIÓN

“En la Vigilia Pascual, la noche de la nueva creación, la Iglesia presenta el misterio de la luz con un símbolo del todo particular y muy humilde: el cirio pascual. Esta es una luz que vive en virtud del sacrificio. La luz de la vela ilumina consumiéndose a sí misma. Da luz dándose a sí misma. Así, representa de manera maravillosa el misterio pascual de Cristo que se entrega a sí mismo, y de este modo da mucha luz. Otro aspecto sobre el cual podemos reflexionar es que la luz de la vela es fuego. El fuego es una fuerza que forja el mundo, un poder que transforma. Y el fuego da calor. También en esto se hace nuevamente visible el misterio de Cristo. Cristo, la luz, es fuego, es llama que destruye el mal, transformando así al mundo y a nosotros mismos. Como reza una palabra de Jesús que nos ha llegado a través de Orígenes, «quien está cerca de mí, está cerca del fuego». Y este fuego es al mismo tiempo calor, no una luz fría, sino una luz en la que salen a nuestro encuentro el calor y la bondad de Dios.
El gran himno del Exsultet, que el diácono canta al comienzo de la liturgia de Pascua, nos hace notar, muy calladamente, otro detalle más. Nos recuerda que este objeto, el cirio, se debe principalmente a la labor de las abejas. Así, toda la creación entra en juego. En el cirio, la creación se convierte en portadora de luz. Pero, según los Padres, también hay una referencia implícita a la Iglesia. La cooperación de la comunidad viva de los fieles en la Iglesia es algo parecido al trabajo de las abejas. Construye la comunidad de la luz. Podemos ver así también en el cirio una referencia a nosotros y a nuestra comunión en la comunidad de la Iglesia, que existe para que la luz de Cristo pueda iluminar al mundo”. (BENEDICTO XVI, Homilía durante la Vigilia Pascual, 7 de abril de 2012)

sábado, 26 de marzo de 2016

REFLEXIONES DE SEMANA SANTA. JESÚS MUERTO

“Ha muerto ya el Redentor. Este cadáver que descuelgan Nicodemo y José de Arimatea, lívido, sin una gota de sangre, es la Víctima de nuestra maldad. Fueron nuestros pecados los que le mataron. No bastará, por eso, todo nuestro llanto para embalsamarlo dignamente. Pero los afectos, que suben del corazón ante Jesús muerto, no son para expresarlos en voz alta. Dígaselos cada uno a este Dios que nos escucha y forme, en su presencia, los propósitos que considere oportunos”. (San Josemaría Escrivá, Apuntes de una meditación sobre la Pasión de Cristo, 1937)

viernes, 25 de marzo de 2016

REFLEXIONES DE SEMANA SANTA. LA SANGRE PRECIOSA



"Verdaderamente, oh Señor Jesucristo, jamás hubo dolor semejante al tuyo, pues fue tan grande la efusión de tu sangre, que bañó con ella todo el cuerpo. ¡Oh buen Jesús! ¡Oh dulcísimo Señor! Parece imposible que quede en ti algo de sangre, manando no una gota, sino un río de sangre tan copiosamente por las cinco partes de tu Cuerpo. De las manos y pies en la crucifixión, de la cabeza en la coronación de espinas, de todo el Cuerpo en los azotes, hasta del mismo corazón en la herida del costado. Dime por favor, oh mi amado Jesús, dime, ¿cómo, habiendo podido bastar una sola gota de tu santísima sangre para la redención de todo el mundo, permitiste que se derramara toda la sangre de tu Cuerpo? Lo sé, Señor, y lo sé de cierto: lo hiciste para manifestarme con cuánto amor me amabas". (San Buenaventura, Diez opúsculos místicos, Buenos Aires 1947, p.220)

jueves, 24 de marzo de 2016

REFLEXIONES DE SEMANA SANTA. EL PAN CELESTIAL

“Oh pan vivo
engendrado en el cielo
fecundado en el seno de la Virgen
cocido en el patíbulo de la Cruz
servido sobre el altar
escondido bajo las especies sacramentales”

 (Santo Tomás de Aquino)


miércoles, 23 de marzo de 2016

REFLEXIONES DE SEMANA SANTA. GETSEMANÍ

En un texto notable y digno de meditación, San Alfonso María de Ligorio nos introduce en el porqué de los insondables padecimientos de Cristo en Getsemaní:

“Nuestro amorosísimo Redentor, en las tristezas y agonías del Huerto, exclamaba: ¿Conque es éste, ¡0h mortales!, el pago que vais a dar al amor infinito que estoy demostrando? Ay, si yo advirtiese que para responder a mi cariño aborrecierais el pecado y comenzaseis a amarme, ¡con cuánto gozo y alegría me lanzaría a la muerte por vosotros! Pero considerar que a mis muchas fatigas habéis de responder con pecados, y al advertir que mi entrañable amor ha de tener por recompensa la más negra ingratitud, esto es, lo que me da congojas de muerte, esto es lo que me hace sudar viva sangre. Por esto dice el  Evangelista: Y vínole un sudor como de gotas de sangre, que chorreaba hasta el suelo (Luc 21, 44). Este sudor de sangre, fue tan copioso, que, según San Lucas tiñó primero los vestidos de Jesús y después regó la tierra en abundancia”.

(San Alfonso María de Ligorio, Meditaciones sobre la Pasión de Jesucristo, Madrid 1977, p. 53).

lunes, 21 de marzo de 2016

REFLEXIONES DE SEMANA SANTA. LA ENTRADA EN JESUSALÉN

Considera también las palabras de la profecía con que esta entrada se representa, que son éstas: «Alégrate mucho, hija de Sión, y haz fiesta, hija de Jerusalén, y mira cómo viene para ti tu Rey pobre y manso, asentado sobre una asna y un pollino, hijo suyo» (Zac IX, 9).

Todas estas palabras son palabras de grande consolación. Porque decir «tu Rey y para ti» es decir que este Señor es todo tuyo, y que todos sus pasos y trabajos son para ti.
Para ti viene, para ti nace, para ti trabaja, para ti ayuna, para ti ora, para ti vive, para ti muere, para ti, finalmente, resucita y sube al Cielo”. (Fray Luis de Granada, Vida de Jesucristo, Ed. Rialp, Madrid 1990, p. 98)

lunes, 7 de marzo de 2016

LÆTARE IERUSALEM


 “Y cuando estaba para cumplirse el tiempo de su partida, Jesús decidió firmemente marchar hacia Jerusalén (Lc 9, 51).

Sí, alégrate Jerusalén; alégrate porque nuestro Salvador camina decididamente y con paso firme hacia ti para consumar los misterios de nuestra redención. Y alentados por las palabras de Tomás Apóstol a sus compañeros, «vayamos también nosotros y muramos con Él» (Jn 11, 16), nosotros también nos alegramos de poder caminar junto Jesús y, con su auxilio, acompañarlo hasta el fin.