martes, 28 de junio de 2016

IRENEO, UN CAMPEÓN CONTRA LAS HEREJÍAS

Extracto de la catequesis de Benedicto XVI sobre San Ireneo, Obispo y mártir:

«San Ireneo es ante todo un hombre de fe y un pastor. Tiene la prudencia, la riqueza de doctrina y el celo misionero del buen pastor. Como escritor, busca dos finalidades: defender de los asaltos de los herejes la verdadera doctrina y exponer con claridad las verdades de la fe. A estas dos finalidades responden exactamente las dos obras que nos quedan de él: los cinco libros "Contra las herejías" y "La exposición de la predicación apostólica", que se puede considerar también como el más antiguo "catecismo de la doctrina cristiana". En definitiva, san Ireneo es el campeón de la lucha contra las herejías.
La Iglesia del siglo II estaba amenazada por la "gnosis", una doctrina que afirmaba que la fe enseñada por la Iglesia no era más que un simbolismo para los sencillos, que no pueden comprender cosas difíciles; por el contrario, los iniciados, los intelectuales —se llamaban "gnósticos"— comprenderían lo que se ocultaba detrás de esos símbolos y así formarían un cristianismo de élite, intelectualista.
Obviamente, este cristianismo intelectualista se fragmentaba cada vez más en diferentes corrientes con pensamientos a menudo extraños y extravagantes, pero atractivos para muchos. Un elemento común de estas diferentes corrientes era el dualismo, es decir, se negaba la fe en el único Dios, Padre de todos, creador y salvador del hombre y del mundo. Para explicar el mal en el mundo, afirmaban que junto al Dios bueno existía un principio negativo. Este principio negativo habría producido las cosas materiales, la materia.
Cimentándose firmemente en la doctrina bíblica de la creación, san Ireneo refuta el dualismo y el pesimismo gnóstico que devalúan las realidades corporales. Reivindica con decisión la santidad originaria de la materia, del cuerpo, de la carne, al igual que la del espíritu. Pero  su  obra  va  mucho  más  allá de la confutación  de  la herejía; en  efecto,  se  puede decir que se presenta  como el primer gran teólogo de la Iglesia, el que creó la teología sistemática; él mismo habla del sistema de la teología, es decir, de la coherencia interna de toda la fe.
En el centro de su doctrina está la cuestión de la "regla de la fe" y de su transmisión. Para san Ireneo la "regla de la fe" coincide en la práctica con el Credo de los Apóstoles, y nos da la clave para interpretar el Evangelio, para interpretar el Credo a la luz del Evangelio. El símbolo apostólico, que es una especie de síntesis del Evangelio, nos ayuda a comprender qué quiere decir, cómo debemos leer el Evangelio mismo.
De hecho, el Evangelio predicado por san Ireneo es el que recibió de san Policarpo, obispo de Esmirna, y el Evangelio de san Policarpo se remonta al apóstol san Juan, de quien san Policarpo fue discípulo. De este modo, la verdadera enseñanza no es la inventada por los intelectuales, superando la fe sencilla de la Iglesia. El verdadero Evangelio es el transmitido por los obispos, que lo recibieron en una cadena ininterrumpida desde los Apóstoles. Estos no enseñaron más que esta fe sencilla, que es también la verdadera profundidad de la revelación de Dios. Como nos dice san Ireneo, así no hay una doctrina secreta detrás del Credo común de la Iglesia. No hay un cristianismo superior para intelectuales. La fe confesada públicamente por la Iglesia es la fe común de todos. Sólo esta fe es apostólica, pues procede de los Apóstoles, es decir, de Jesús y de Dios». (Benedicto XVI, Audiencia general, miércoles 28 de marzo de 2007)

lunes, 27 de junio de 2016

ABUNDANTE OFERTA DE MISERICORDIA, ESCASA DEMANDA DE PERDÓN

“La Iglesia pudo bautizar a la sociedad medieval porque era una sociedad de pecadores, pero su porvenir no es halagüeño en la sociedad moderna donde todos se creen inocentes.” 
(Nicolás Gómez Dávila, Escolios, Vol. II p. 46)

martes, 14 de junio de 2016

EL MISTERIO ENALTECE

“Todo lo que le haga sentir al hombre que el misterio lo envuelve lo vuelve más inteligente”.
 (Nicolás Gómez Dávila)

sábado, 11 de junio de 2016

BERNABÉ, EL SANTO QUE DEVOLVIÓ A PABLO A LA IGLESIA

Extracto de la catequesis de Benedicto XVI sobre el apóstol Bernabé:

«Bernabé», que significa "hijo de la exhortación" (Hch 4, 36) o "hijo del consuelo", es el sobrenombre de un judío levita oriundo de Chipre. Habiéndose establecido en Jerusalén, fue uno de los primeros en abrazar el cristianismo, tras la resurrección del Señor. Con gran generosidad vendió un campo de su propiedad y entregó el dinero a los Apóstoles para las necesidades de la Iglesia (cf. Hch 4, 37). Se hizo garante de la conversión de Saulo ante la comunidad  cristiana  de Jerusalén, que todavía desconfiaba de su antiguo perseguidor (cf. Hch 9, 27). Enviado a Antioquía de Siria, fue a buscar a Pablo, en Tarso, donde se había retirado, y con él pasó un año entero, dedicándose a la evangelización de esa importante ciudad, en cuya Iglesia Bernabé era conocido como profeta y doctor (cf. Hch 13, 1).

Así, Bernabé, en el momento de las primeras conversiones de los paganos, comprendió que había llegado la hora de Saulo, el cual se había retirado a Tarso, su ciudad. Fue a buscarlo allí. En ese momento importante, en cierta forma, devolvió a Pablo a la Iglesia; en este sentido, le entregó una vez más al Apóstol de las gentes. La Iglesia de Antioquía envió a Bernabé en misión, junto a Pablo, realizando lo que se suele llamar el primer viaje misionero del Apóstol. En realidad, fue un viaje misionero de Bernabé, pues él era el verdadero responsable, al que Pablo se sumó como colaborador, recorriendo las regiones de Chipre y Anatolia centro-sur, en la actual Turquía, con las ciudades de Atalía, Perge, Antioquía de Pisidia, Iconio, Listra y Derbe (cf. Hch 13-14). Junto a Pablo, acudió después al así llamado concilio de Jerusalén, donde, después de un profundo examen de la cuestión, los Apóstoles con los ancianos decidieron separar de la identidad cristiana la práctica de la circuncisión (cf. Hch 15, 1-35). Sólo así, al final, permitieron oficialmente que fuera posible la Iglesia de los paganos, una Iglesia sin circuncisión: somos hijos de Abraham solamente por la fe en Cristo. (Benedicto XVI, Audiencia General, miércoles 31 de enero de 2007)

jueves, 9 de junio de 2016

¿TRADICIÓN O PEREZA? UNA QUEJA DE PABLO VI

En una franca y serena conversación, y a varios años de la promulgación de la Sacrosanctum Concilium, el Papa Pablo VI confidenciaba a su amigo Jean Guitton la defectuosa aplicación de la reforma litúrgica entonces en curso. A este respecto, copio un brevísimo párrafo de un interesante libro de Guitton:

“No se haga ilusiones: la reforma litúrgica no se ha aplicado bien en Italia. En cuanto a los sacerdotes, han adoptado el mal hábito de no leer más que el canon II, que es el más corto, el más expeditivo. Se trata de un efecto fatal de la pereza humana.”  (J. Guitton, Pablo VI secreto, Ed. Encuentro, Madrid 2015,  p.144).

Da pena que entre los motivos del abandono casi generalizado del canon romano en nuestras parroquias, pueda contarse la prisa y desidia del clero. Eso sí, siempre adornada o justificada de bellas expresiones como “mejor adaptación a las necesidades de nuestro tiempo”, “noble sencillez” “vuelta a los orígenes”, etc. También entre los efectos fatales de la pereza humana en el campo litúrgico podrían mencionarse los siguientes: negligencia para vestir todos los ornamentos sacerdotales, en particular el amito, el cíngulo y la casulla, o bien la dalmática en el caso de los diáconos; escasa dignidad en movimientos y posturas durante las celebraciones litúrgicas, desafección en la purificación de los vasos sagrados y de los dedos que han tocado las especies consagradas, falta de limpieza y planchado en albas, manteles y corporales, misales y leccionarios en mal estado, etc. Por último, me pregunto si el poco interés o atractivo que los jóvenes sienten hoy por el estado sacerdotal no será también otro efecto fatal de la dejadez humana que amenaza el porte sacerdotal, no obstante tratarse de una de las realidades más sublimes y necesarias en nuestro mundo.