sábado, 22 de abril de 2017

LA RESURRECCIÓN DE LA CARNE

Pedro Pablo Rubens, Cristo resucitado, ca. 1615-1616. 
Florencia, Galería Palatina, Palacio Pitti. 
Foto Claudio Giusti, Studio Garosi.

En su comentario al Símbolo de los Apóstoles, Santo Tomás de Aquino nos ofrece cuatro razones sobre la utilidad de la fe y de la esperanza en el misterio de la resurrección de la carne; resurrección que Cristo nos ha hecho posible con su triunfante, gloriosa y personal resurrección del sepulcro.
 
«P
rimero, para sobreponernos a la tristeza que nos produce la muerte de los nuestros. Es imposible que uno no sienta la muerte de un ser querido; pero si esperamos su resurrección, se mitiga considerablemente el dolor. Hermanos no queremos que ignoréis la suerte de los difuntos, para que no os entristezcáis como los hombres sin esperanza (I Thes 4, 12).

Segundo, porque libran del  miedo de la muerte. Si el hombre no espera otra vida mejor después de su fallecimiento, la muerte sería sin duda muy de temer, y se justificaría cualquier cosa con tal de no morir. Pero como creemos que existe esa vida mejor, a la que llegaremos después de la muerte, está claro que nadie debe temerla ni cometer maldad alguna por evitarla. Para aniquilar por medio de su muerte al que detentaba el señorío de la muerte, es decir, al diablo, y libertar a cuantos, por miedo a la muerte, estaban de por vida sometidos a la esclavitud (Heb 2, 14-15).

Tercero, porque nos vuelven alertados y afanosos para obrar bien. Si no contase el hombre con más vida que la actual, tampoco tendría mayor afán por obrar virtuosamente; hiciese lo que hiciese, quedaría insatisfecho, puesto que sus deseos solo tendrían como objeto un bien limitado a un cierto tiempo. Pero como creemos que por lo que hacemos aquí recibiremos bienes eternos en la resurrección, esta fe nos impulsa a practicar el bien. Si solo para esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, somos los más desgraciados de todos los hombres (I Cor 15, 19).

Cuarto, porque nos retraen del mal. Del mismo modo que es un estímulo para obrar bien la esperanza del premio, retrae del mal el miedo al castigo que creemos estar reservado a los malos. Y marcharán los que hayan hecho el bien a una resurrección de vida, y los que hayan hecho el mal a una resurrección de condena (Jn 5, 29)» (Santo Tomás de Aquino, Obras catequéticas, Ed. Eunate, Pamplona 1995, p. 90-91).

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