sábado, 30 de septiembre de 2017

CONSEJOS DE JERÓNIMO A SACERDOTES Y MONJES


  «Ocupaos siempre en algún trabajo, para que el demonio nunca os halle ocioso, y así no tenga entrada en vuestra alma» 

  «Siempre esté en vuestra mano la Sagrada Escritura»

  «Ningún arte se puede aprender sin maestro»

  «Las mujeres conozcan vuestro nombre, pero ignoren vuestro semblante»

  «Haced oración a menudo e, inclinando el cuerpo a la tierra, enderezad y levantad el corazón al Cielo»

  «Cuando enseñareis o predicareis en la iglesia, sea tal la doctrina que más provoque lágrimas que aplausos y  aclamaciones. Las lágrimas de los oyentes sean vuestras alabanzas»

  «Si deseáis cosas aún más perfectas, salid como Abrahán de vuestra tierra y de vuestra parentela, y caminad a donde no sabéis»

  «Cuerpo y alma se encaminen juntos al Señor»

  «Os aconsejo que viváis en compañía de varones santos y piadosos, que no os conduzcáis por vuestra propias luces, y que no os engolféis sin guía en los senderos en que jamás habéis andado»

  «Las pláticas del sacerdote estén siempre saboreadas con la lectura de las Escrituras»

 «Estad sujeto a vuestro obispo y reverenciadle como a padre de vuestra alma… Pero también los obispos deben considerar que son sacerdotes y no amos; y así deben honrar a los clérigos, para que los clérigos los honren a ellos como obispos…»

  «Más vale confiar en el Señor que en el hombre y mejor es esperar en el Señor que en los príncipes»

jueves, 28 de septiembre de 2017

EL VIEJO MISAL: UNA EXPERIENCIA

Con un sugestivo y entrañable relato, José Pérez Adán, sociólogo, docente de la Universidad de Valencia y gestor de la Secretaría de la Universidad Libre Internacional de las Américas en dicha ciudad, ha querido compartir con amigos y colegas una experiencia suya reciente e inolvidable: su reencuentro con la antigua liturgia. Agradecemos la gentileza de facilitarnos el texto para su publicación, y deseamos que su lectura sea augurio de vivencias similares.

EL VIEJO MISAL         
Por José Pérez Adán

S
iguiendo el consejo de un santo lo guardé cuando dejó de usarse. Le tenía cariño y de hecho lo he venido leyendo y repasando con asiduidad nostálgica muchos años, deseando tener la oportunidad de asistir de nuevo con la devoción de mi juventud a una misa de aquellas. Cuando Benedicto XVI promulgó Summorum Pontificum en 2007 pensé que había llegado el momento y que ya no tendría que esperar más y que encontraría facilidades por doquier para reencontrarme con esa piedad bendita y bella. Pero no. Mi desengaño fue grande al constatar que los clérigos (incluso algunos que habían oído el mismo consejo de labios del mismo santo) ya se habían acostumbrado a mandar un poco más y estaban cómodos decidiendo (¡espejismo de libertad!) la posibilidad litúrgica del día como permitía la reforma, y centrando las miradas de la feligresía en ellos mismos. Por más que busqué, ahora al amparo del derecho, no encontré ni siquiera entre los más veteranos quien detectase su deber en el derecho del laico, como dice el Motu Propio del papa Benedicto.

  He conocido a bastantes sacerdotes pero ahora solo unos pocos auténticamente servidores. Muchos se han tornado mandones y pagados de sí mismos, y últimamente vuelven los trabucaires, esos que ven en la moral una excusa para hablar y pontificar de política y asuntos profanos por doquier. Siempre me he confesado un católico anticlerical pero creo que hoy en día tengo más razones para justificarlo a ojos extraños.

  Ayer, sin embargo, encontré un cura que me devolvió un hálito de esperanza y alegría. Un amigo me invitó a la misa que según el modo extraordinario se celebra los domingos en Valencia en la ermita de Santa Lucía, uno de los dos únicos templos que no fue profanado en la persecución religiosa del 36 en la ciudad (por cierto la más sangrienta de memoria histórica conocida). Era la primera vez que volvería a usar mi viejo misal después de tantos años en una celebración eucarística. La verdad es que iba con prevención. Temía encontrarme con un grupo de viejos intransigentes haciendo ostentación de tozudo enfrentamiento y también temía no encontrar la visibilidad formal de la sumisión a Dios que añoraba. Mis temores se desvanecieron enseguida. La feligresía era bastante más joven que la habitual en las misas de domingo. A mi lado se sentó un muchacho de unos quince años que contestaba en latín sin necesidad de leer su misal. Todos sabíamos lo que hacíamos ahí. El centro de atención era el sagrario y el protagonista Dios Padre, a quien se ofrecía el sacrificio. El cura no se hizo notar en absoluto, ni siquiera en su breve homilía de menos de cinco minutos. De hecho podía haber sido cualquier otro y la solemnidad y recogimiento quedaron salvados en todo momento. Hizo lo que tenía que hacer muy bien impersonando al oferente y víctima y, por tanto, pasando desapercibido. Todo muy preciso, fluido y digno. Al contrario de lo que ocurre en otros templos, y eso que era mi primera vez después de tanto tiempo, no hubo casi ninguna distracción y todo pasó o se me hizo muy rápido. ¡Qué bien!, ¡qué gusto!, ¡qué paz!

  Al salir saludé a algún conocido con sorpresa mutua y volviendo a casa en el autobús, ciertamente emocionado, contemplé mi viejo misal, lo acaricié y besé con cariño. Y comprendí un poco más y mejor, agradecido, a ese sacerdote santo que me aconsejó conservarlo.

lunes, 25 de septiembre de 2017

MEJOR ADORAR QUE ANIMAR

Siempre he considerado que la figura del animador litúrgico encierra el reconocimiento tácito del gran fracaso litúrgico contemporáneo. Cuando los signos litúrgicos se vuelven incapaces de hablar por sí mismos y necesitan de reanimación, es casi seguro que estamos en presencia de un cadáver. Por esta razón me ha interesado un artículo de Aldo Maria Valli, particularmente luminoso sobre el tema, cuya traducción presento a continuación.

¿Animar la Liturgia? No, gracias. Mejor servirla
Por Aldo Maria Valli
E
ntro en una librería y veo numerosos «subsidios para la animación litúrgica». Frente a este tipo de textos, siempre quedo un poco perplejo. ¿Qué cosa debería ser animada por la liturgia? Para ser sincero, nuestras liturgias me parecen ya demasiado animadas, en el sentido de que veo mucha humana fantasía y poco recogimiento, una cierta confusión y poca adoración.
La cháchara que hay en la iglesia, antes del comienzo de una celebración, es reveladora. ¿Será posible que la gente no sea capaz de estar en silencio ni siquiera en esta circunstancia? ¿Será posible que ya no se esté en condiciones de distinguir entre un espacio y un tiempo ordinario y un espacio y un tiempo sagrado?
Más que subsidios para la animación litúrgica, yo publicaría subsidios para enseñar el silencio.
Según un querido amigo mío, la idea de que la liturgia tenga que ser «animada» nace del hecho de que hay también muchos católicos que ignoran qué cosa sea la liturgia católica. Ya no la viven como el lugar, el contexto en el que es posible acercarse a Dios a través de su Hijo; el lugar en el que se puede tocar a Cristo mediante los sacramentos, sino como una simple reunión social. De aquí que el énfasis recaiga sobre la animación. Si en el centro se encuentra la comunidad, como si la liturgia consistiera en el encontrarse de la comunidad misma, entonces llega a ser importante la animación. Como en las fiestas de niños, dónde la presencia del animador parece cosa obligada.
Nosotros, me dice mi amigo, quizá todavía hablamos de «comunión», pero la imaginamos como una simple reunión social hacia la cual todo se orienta; incluso la Santa Misa se convierte en ocasión de compartir socialmente.
Este modo de ver la liturgia tiene una consecuencia importante: puesto que ya no es culto, es decir, literalmente, cultivo de la relación con Dios, sino simplemente reunión, el objetivo número uno llega a consistir en no excluir a nadie. En el mismo momento en que la asamblea se constituye como protagonista, el fin se convierte en la asamblea misma. Por tanto, mientras más grande sea la asamblea, mejor. De aquí la idea de que en la liturgia puedan participar todos, independientemente del propio estado espiritual o de la propia fe.
En esta visión, dominada por la idea de que la liturgia es una reunión y la asamblea su protagonista, el mal no está en la incapacidad de dar gloria a Dios, sino en la posible exclusión de alguno. Por tanto, puertas abiertas.
Pero así se olvida que la liturgia católica no es un simple reencontrarse, en sentido genérico. Es comunión en el Espíritu Santo, comunión de los bautizados. Se olvida que a la eucaristía se llega proviniendo del bautismo.
Dice mi amigo, que es un teólogo experto: el pensamiento común sostiene que todos somos hijos de Dios y que, por tanto, nadie puede ser excluido de la liturgia. Pero no todos somos bautizados, y la liturgia católica es para los bautizados, para gente que está en comunión en el Espíritu Santo. Decir que todos somos hijos de Dios, dando a entender de este modo que somos todos iguales, significa negar el bautismo. Si para entrar en la Iglesia y participar en la liturgia basta ser hijo de Dios, ¿qué necesidad hay del bautismo? Y si no hay necesidad del bautismo, ¿por qué no admitir a todos a la eucaristía, incluso a los no católicos?

Para mi amigo teólogo, en el momento en que la liturgia pierde su connotación divina y se convierte exclusivamente en un hecho social, también la comunidad cristiana pierde la fe en el Dios encarnado. En su sitio, tenemos una genérica fe en un Dios universal. Tenemos un vago deísmo, que gusta mucho al mundo pero no es católico. Desde este punto de vista, la crisis de la fe tiene su presupuesto, quizá el más relevante, precisamente en la crisis de la liturgia.

La liturgia tiene sentido en la medida en que el cielo desciende sobre la tierra, y lo divino entra en lo humano. Si esta dimensión divina se descuida o, peor aún, se niega, estamos frente a una falsificación de la liturgia. Quizá formalmente pueda parecer todavía católica, pero en sustancia es falsa. Ya no transmite más la fe en el hombre Jesucristo que ha venido al mundo, sino que celebra al hombre.
¿El remedio? Hacer renacer el sentido de lo sagrado en los corazones.
Según mi amigo, muchos fieles, por aquí y por allá, se han dado cuenta y buscan refugio, para que la liturgia vuelva a ser un acto de glorificación a Dios, en un espacio y en un tiempo sagrados, y no simple espectáculo social. En una época como la nuestra, marcada por una gran confusión, es necesario volver a lo fundamental: reconocer lo sagrado, distinguiéndolo de lo ordinario; reconocer que la liturgia es el espacio y el tiempo en los que Dios, y no el hombre, tiene sus derechos. Y enseñarlo a los bautizados desde niños.
Más que de animación hay necesidad de estupor ante el misterio de lo sagrado. La liturgia no debe ser animada. Si acaso, debe ser servida.

jueves, 21 de septiembre de 2017

MATEO, SEDUCIDO POR UNA MIRADA

Niccolò Tornioli, Vocación de San Mateo (1635-1637) 
Foto wikipedia.org

  Copio este texto de un hermoso libro sobre Jesús, publicado recientemente, en el que de manera sucinta se refiere la vocación de Mateo, apóstol y evangelista. Con sencillez y maestría, el autor destaca el papel decisivo de la mirada de Cristo a la hora del llamamiento: Cristo llama no solo con su palabra imperiosa, sino también con su mirada misericordiosa.

«H
ay algo muy sobrenatural en estas primeras llamadas, claramente divinas, que movían a seguir a Jesús y a confesar su identidad celestial sin mayores trámites. Le bastaba una simple palabra, acompañada de una mirada singularísima, para arrebatar los corazones de aquellos llamados de la primera hora, no para ser discípulos, sino para llegar a contarse entre los doce apóstoles.
  La llamada de Mateo fue muy diferente, porque Mateo era una persona diferente. No era un pescador o un labriego de Galilea, sino un hombre rico, y con fama de pecador público: un publicano. Su nombre de origen era Leví, y estaba sentado en su oficina de tributos.
  Pasó Jesús por allí, lo miró y le dijo simplemente: ¡Sígueme! Él, dejando todos sus bienes, lo siguió de inmediato. Solo nos cabe pensar, una vez más, en los ojos imperativos y en la mirada ardiente de Jesús, para explicarnos esta renuncia y este seguimiento instantáneo.
  Tal fue el entusiasmo de Mateo, que ofreció a Jesús una comida o cena, a la que invitó a sus amigos, que eran como él, publicanos y pecadores, para nuevo escándalo de los fariseos. La respuesta de Jesús fue este conmovedor enunciado de su misión en la tierra: Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores» (José Miguel Ibáñez Langlois, Jesús, Ed. El Mercurio, Santiago de Chile 2017, p. 61-62).

martes, 19 de septiembre de 2017

«EN SUS SANTAS Y VENERABLES MANOS» (y III)

L
a mención a las manos «santas y venerables» del Señor en el relato de la institución del Canon Romano, parece recoger una antigua expresión de San Clemente Romano presente ya en su primera carta a los Corintios. En ella, Clemente exhorta a los fieles de aquella Iglesia a no abandonar por desidia las buenas obras, de modo análogo a como Dios, Artífice y Dueño de todas las cosas, se regocija y complace en el cuidado y gobierno de sus criaturas. Así, luego de referirse a la creación del cielo y de la tierra, añade: «Finalmente, con sus santas e inmaculadas manos, plasmó al hombre, la criatura más excelente y grande por su inteligencia, imprimiéndole el cuño de su propia imagen» (San Clemente I Cor 33, 4).
El paso de las manos omnipotentes del Creador a las manos santas del Redentor en la liturgia, tiene profundidad teológica. «Tus manos me hicieron y me plasmaron» (Sal 119, 73), dice el salmista con humildad y gratitud. Esas mismas manos se han hecho ahora carne en las santas y venerables manos de Cristo, convirtiéndolas en instrumento de santificación y redención. En sus santas y venerables manos nos toma Cristo para ofrecernos al Padre junto con él; a su vez, por sus santas y venerables manos se derrama sobre nosotros toda suerte de gracias y bendiciones. Por esas manos volvió la vista a muchos ciegos, la limpieza a muchos leprosos, la maravillosa sinfonía del sonido a muchos sordos, la agilidad a innumerables cojos y tullidos… Pero, sobre todo, por esas manos llega al cielo todo el honor y toda la gloria que el Creador se merece (omnis honor et gloria).
¡Qué evocadoras resultan las santas y venerables manos del Señor!

sábado, 16 de septiembre de 2017

CARTA DE CIPRIANO A CORNELIO

Hoy, fiesta de los santos Cornelio, Papa, y Cipriano, Obispo de Cartago, la liturgia de las horas nos ofrece un impactante testimonio de la unidad y firmeza en la fe que entrelazó la vida de estos dos grandes pastores de la Iglesia primitiva. Solo la unidad en la fe robustece al Cuerpo místico de Cristo, creando en sus miembros la admirable disposición de morir por la Verdad.

Cipriano a su hermano Cornelio:

Hemos tenido noticia, hermano muy amado, del testimonio glorioso que habéis dado de vuestra fe y fortaleza; y hemos recibido con tanta alegría el honor de vuestra confesión, que nos consideramos partícipes y socios de vuestros méritos y alabanzas. En efecto, si formamos todos una misma Iglesia, si tenemos todos una sola alma y un solo corazón, ¿qué sacerdote no se congratulará de las alabanzas tributadas a un colega suyo, como si se tratara de las suyas propias? ¿O qué hermano no se alegrará siempre de las alegrías de sus otros hermanos?
No hay manera de expresar cuán grande ha sido aquí la alegría y el regocijo, al enterarnos de vuestra victoria y vuestra fortaleza: de cómo tú has ido a la cabeza de tus hermanos en la confesión del nombre de Cristo, y de cómo esta confesión tuya, como cabeza de tu Iglesia, se ha visto a su vez robustecida por la confesión de los hermanos; de este modo, precediéndolos en el camino hacia la gloria, has hecho que fueran muchos los que te siguieran, y ha sido un estímulo para que el pueblo confesara su fe el hecho de que te mostraras tú, el primero, dispuesto a confesarla en nombre de todos; y, así, no sabemos qué es lo más digno de alabanza en vosotros, si tu fe generosa y firme o la inseparable caridad de los hermanos. Ha quedado públicamente comprobada la fortaleza del obispo que está al frente de su pueblo y ha quedado de manifiesto la unión entre los hermanos que han seguido sus huellas. Por el hecho de tener todos vosotros un solo espíritu y una sola voz, toda la Iglesia de Roma ha tenido parte en vuestra confesión.
Ha brillado en todo su fulgor, hermano muy amado, aquella fe vuestra, de la que habló el Apóstol. Él preveía, ya en espíritu, esta vuestra fortaleza y valentía, tan digna de alabanza, y pregonaba lo que más tarde había de suceder, atestiguando vuestros merecimientos, ya que, alabando a vuestros antecesores, os incitaba a vosotros a imitarlos. Con vuestra unanimidad y fortaleza, habéis dado a los demás hermanos un magnífico ejemplo de estas virtudes.
Y, teniendo en cuenta que la providencia del Señor nos advierte y pone en guardia y que los saludables avisos de la misericordia divina nos previenen que se acerca ya el día de nuestra lucha y combate, os exhortamos de corazón, en cuanto podemos, hermano muy amado, por la mutua caridad que nos une, a que no dejemos de insistir junto con todo el pueblo, en los ayunos, vigilias y oraciones. Porque éstas son nuestras armas celestiales, que nos harán mantener firmes y perseverar con fortaleza; éstas son las defensas espirituales y los dardos divinos que nos protegen.
Acordémonos siempre unos de otros, con grande concordia y unidad de espíritu, encomendémonos siempre mutuamente en la oración y prestémonos ayuda con mutua caridad cuando llegue el momento de la tribulación y de la angustia. (San Cipriano, Carta 60, 1-2. 5: CSEL 3, 691-692. 694-695).

lunes, 11 de septiembre de 2017

«EN SUS SANTAS Y VENERABLES MANOS» (II)

Quizá algún celoso liturgista justificaría la omisión a las manos santas y venerables de Cristo en las nuevas plegarias eucarísticas, alegando que no se encuentra en los relatos del nuevo Testamento. Cierto, pero la liturgia nunca ha sido un «copy-paste» de la Escritura; hace años lo hacía notar G. Chevrot en su hermoso libro sobre la Misa: «Releamos este texto, tan legítimamente querido por todos los cristianos: La víspera de Su Pasión (Jesús) tomo el pan en Sus santas y venerables manos. Nuestros cuatro Evangelios –y este es un hecho sobre el cual jamás se insistirá demasiado- no contienen ninguna palabra de alabanza dirigida a Jesús; sus autores se limitan a resumir unos hechos y unos discursos en un relato rigurosamente objetivo. Pero semejante reserva no se comprendería en el culto cristiano. Así el texto del Canon ha añadido dos adjetivos en homenaje al Salvador. Y más que para evocar el poder de las manos de Jesús, que, por haber devuelto la vista a los ciegos y la vida a los cadáveres, podían mandar a los elementos materiales, lo ha hecho para que admiremos cómo «Sus manos santas y venerables» estuvieron siempre al servicio de Su amor hacia nosotros» (Georges Chevrot, Nuestra Misa, Ed. Rialp, Madrid 1962, p. 233-234).

La fe en el portentoso milagro de la transubstanciación, obrado por primera vez en las mismísimas manos de Jesucristo, vuelve del todo comprensible el deseo de enriquecer el relato de la institución eucarística para su uso cultual. No extraña, por tanto, que desde temprana edad, los primeros cristianos, echando mano de elementos de la tradición, quisieran subrayar la majestuosidad de la persona de Cristo, cuando, en esa hora sublime, se disponía a instituir el Sacrificio de la Nueva Alianza. De este modo, en la mayoría de las anáforas de las grandes familias litúrgicas, encontramos que el relato de la institución viene introducido por una piadosa mención a la humanidad santa de Cristo, específicamente a sus manos sacratísimas y algunas veces a sus ojos. Veamos algunos ejemplos.

La anáfora de la Divina Liturgia de San Juan Crisóstomo, quizá la más extendida en el oriente cristiano, introduce así el relato de la institución:

«…en la noche en que fue entregado –o más bien, se entregó a Sí mismo por la vida del mundo– tomó pan en sus santas, puras e inmaculadas manos, y dando gracias lo bendijo, lo santificó y partió, y lo dio a sus santos discípulos y apóstoles diciendo: Tomad y comed: éste es mi Cuerpo, que por vosotros es partido para la remisión de los pecados».

En la emblemática anáfora de San Basilio, leemos:

«Cuando iba, en efecto, a ir a su voluntaria, celebrada y vivificante muerte, la noche en que se entregó a sí mismo para la vida del mundo, tomó pan en sus santas e inmaculadas manos, mostrándotelo a ti Dios y Padre; dando gracias, bendiciendo, santificando, partiéndolo, lo dio a sus santos discípulos y apóstoles diciendo: "Tomad y comed, esto es mi cuerpo, partido por vosotros para el perdón de los pecados».

La anáfora de San Marcos, posiblemente una de las fuentes del Canon Romano, dice así:

«Porque el mismo Señor, y Dios, y Salvador, y Rey nuestro absoluto Jesucristo, la noche en que se entregaba a sí mismo por nuestros pecados y soportaba la muerte en su carne por todos, mientras estaba recostado con sus santos discípulos y apóstoles, tomando pan en sus santas, puras e irreprensibles manos, elevando los ojos al cielo, hacia ti, Padre suyo, Dios nuestro y Dios de todos los seres, dando gracias, bendiciendo, santificando, partiéndolo, lo dio a sus santos y bienaventurados discípulos y apóstoles, diciendo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo, partido por vosotros y distribuido para el perdón de los pecados».

¡Cuánto respeto en esos adjetivos –auténticos dardos de amor– para referirse a las manos de nuestro Redentor! Bastaría este hermoso detalle de piedad litúrgica para preferir habitualmente el Canon Romano a las otras plegarias eucarísticas.

viernes, 8 de septiembre de 2017

LA MÁS HERMOSA FLOR


«La aparición de la Virgen en el mundo fue como la llegada de la aurora que precede al sol de la salvación, Cristo Jesús, como el florecimiento sobre la tierra, llena del fango del pecado, de la más hermosa flor que haya brotado en el devastado jardín de la humanidad» (Beato Pablo VI, Homilía 8–IX–1964).

«Que todas las cosas creadas canten y dancen de alegría, y  contribuyan adecuadamente a este día gozoso. Que hoy sea una y  común la celebración del cielo y de la tierra, y que cuanto hay en  este mundo y en el otro hagan fiesta de común acuerdo. Porque hoy ha sido creado y erigido el santuario purísimo del Creador de todas las cosas, y la criatura ha preparado a su Autor un  hospedaje nuevo y apropiado». (San Andrés de Creta, Sermón en la Natividad de la Siempre Virgen María)

jueves, 7 de septiembre de 2017

UNA EMOTIVA PRUEBA LITÚRGICA

Un profesor de religión, buen conocedor de la liturgia tradicional y de la música sacra, nos ofrece este emotivo relato testimonial, con toda su frescura de lo realmente vivido, sobre sus experiencias pedagógicas en materia de devoción y liturgia con niños de educación básica. Resulta esperanzador comprobar cómo a base de pequeños gestos se puede superar esa banalidad característica de nuestras liturgias juveniles. La experiencia infantil de lo sagrado, sin afectación ni artificiosidad alguna, expresada con la sencillez propia del alma infantil, se convierte muchas veces en lección madura para adultos y expertos.

 Nada más que un experimento (pero nada menos)

   Hago clases de religión a niños de 11 años en un colegio de hombres con formación católica. El colegio es bastante nuevo, lo que obviamente presenta ventajas y desventajas. Pero si hay algo positivo y desafiante que puedo rescatar, es que “está todo por hacer”, como me dijo la persona que me acercó a la institución. Y una de esas cosas por hacer es la Sagrada Liturgia y el estilo que va a ir adoptando el colegio a ese respecto. Con las riquezas que encierra el Misal Tradicional, consideraría una pena que por lo menos de vez en cuando no se celebrara la Santa Misa de acuerdo a dicho rito. Aunque por ahora no hemos llegado tan lejos, desde que trabajo en ese lugar he podido contribuir modestamente con algunos cambios que han ido siendo aceptados. «¿Por qué no dejamos los reclinatorios del oratorio siempre abajo? Será más evidente para los niños que delante de Jesucristo Sacramentado nuestra primera postura física ha de ser la de estar de rodillas», el director me miró pensativo y, después de unos segundos, me dio la razón. Primer triunfo. Después de esto, pensé, voy por algo más grande. «¿Qué tal si de vez en cuando aprovechamos que los reclinatorios de la primera fila se pueden separar individualmente y los ponemos como comulgatorios, para ayudar a mantener viva la piedad eucarística de los alumnos e intentar mitigar un poco los efectos negativos que producen en ellos los abusos con que es tratada la Eucaristía, a los que seguramente están expuestos?». Yo sabía que para él no era una pregunta fácil. «Lo voy a hablar con el capellán», me dijo el director. Nunca supe qué opinó el capellán del colegio, pero a las dos semanas de mi propuesta se instauró por primera vez esta práctica tan antigua y sencilla: la comunión de rodillas. No se hace diariamente, pero al menos una o dos veces por semana. Algo es algo. Para algunos podría parecer una pérdida de tiempo o una rigidez sin sentido, pero yo prefiero quedarme con la frase que me dijo uno de mis alumnos después de comulgar de esta manera: «Tiene mucho más sentido hacerlo así, profesor. ¡Aparte me acordé de mi Primera Comunión! ¿Va a ser siempre así de ahora en adelante?».

   A pesar del empeño que intento poner por recuperar estos «detalles», en el estado actual de las cosas, cuando el Rito Tradicional ha pasado a ser una pieza de museo en Chile, a veces me entra una cierta duda o inseguridad sobre si será normal tener una pasión tan personal y tan poco común por la Sagrada Liturgia y en especial por la Santa Misa en su Forma Extraordinaria. Algunos amigos se ríen de mí, diciéndome que ni siquiera los curas tienen una preocupación tan grande por estas cosas. Así fue como pensando en esto el otro día, mientras preparaba una prueba para mi curso, decidí agregar una «pregunta bonus» que no era obligatorio responder, pero que daba 5 décimas al que la respondía correctamente. Mis alumnos no lo sabían, pero mi propósito era descubrir en su inocencia si el sentido común de la Iglesia sigue brillando a pesar de que muchos lo quieren apagar desde hace años. La pregunta era la siguiente: «¿Por qué crees que la Iglesia celebró durante tantos siglos la Misa de espaldas al pueblo, con el sacerdote mirando hacia el Sagrario y la Cruz?». Había un espacio de cuatro líneas para responder. Mientras les repartía las pruebas, pensé que era muy difícil que me dieran respuestas coherentes. Pero yo no soy niño, y mucho menos inocente, así que me equivoqué, y mi sorpresa fue grande al ver que la gran mayoría del curso (unos 25 de un total de 34) respondió la «pregunta bonus». Y dentro de este gran porcentaje, otro altísimo número (unos 20) me dio una respuesta llena de sentido y en consonancia con lo que la Iglesia ha expresado desde tiempos inmemoriales con esta orientación.

   Copio textualmente (incluidos los errores de ortografía, que por esta vez pasé por alto) algunas de las respuestas más notables:

   «porque pensaban que era mala educacion darle la espalda a Dios, porque Dios es mas importante que todo el pueblo».

   «Para no darle la espalda a Jesús»

   «Porque es una ofensa darle la espalda a Jesucristo (…) y además asi el padre tenia menos distracciones».

   «Porque yo creo que creían que la Misa era para Dios y no para el pueblo».

   «Porque lo más importante de la Misa es Dios no las personas»

   «El sacerdote esta mirando a la Cruz y al sagrario, porque ahí es el centro de la Misa y el se está ofreciendo y hay que agradecerlo».

   «Para darle toda su atencion a Dios»

   «porque jesus era mas importante»

   «porque le hablaba a Dios»

   «Porque así miran a Dios».

   «porque el padre miraba a Jesus»

   Alguno pensará sin decírmelo (recordemos que estamos en Chile): «Lavado de cerebro o trampa; ¡seguramente en alguna clase les enseñó esta estupidez pasada de moda!». Mi respuesta es que se equivocan. Ni media palabra. De hecho, los únicos contenidos sobre la Misa que hemos visto hasta ahora se limitan a una clase y vamos avanzando recién en preguntas y respuestas de Catecismo sobre las cosas más fundamentales del Santísimo Sacramento. A quienes destronaron a Cristo de la Santa Misa, a mí mismo y a los amantes de la Tradición que a veces como yo se desaniman en el camino, vayan las palabras del único capaz de guiar a buen puerto a Su Iglesia:
   «Dejad que los niños vengan a mí y no se lo impidáis; porque de los que son como éstos es el Reino de Dios. Os aseguro que el que no acoja el Reino de Dios como un niño no entrará en él» (Lc 18, 16-17).

lunes, 4 de septiembre de 2017

«EN SUS SANTAS Y VENERABLES MANOS» (I)


Es sabido que el corazón de la Eucaristía y de toda la Santa Misa está formado por el relato de la institución del Sacramento y las palabras de la consagración. En el Canon Romano  este relato, sin perder para nada su noble sencillez, está adornado por breves incisos que lo envuelven en una atmósfera de piedad y belleza majestuosa. Por lo mismo, es lamentable que estas hermosas paráfrasis, aun siendo brevísimas, hayan desaparecido en los relatos de las nuevas plegarias eucarísticas del misal de Pablo VI. Así, por ejemplo, frente al escueto y casi cortante «tomó pan» o «tomó el cáliz» de las demás plegarias eucarísticas, el relato del Canon Romano nos conmueve con sus expresiones llenas de devoción y valor estético:

«…tomó pan en sus santas y venerables manos
y, elevando los ojos al cielo,
hacia ti, Dios, Padre suyo todopoderoso…»

«Del mismo modo, acabada la cena,
tomó este cáliz glorioso
en sus santas y venerables manos…»

No es de extrañar que algunos liturgistas, al tratar de la componente estética de toda auténtica liturgia, hayan visto en el relato del Canon Romano un paradigma de belleza ritual. He aquí un interesante texto sobre este punto:

«De manera verdaderamente extraordinaria, el Canon romano, en el momento del relato de la institución de la eucaristía, se muestra particularmente pródigo en detalles de carácter gestual; además, incluso en este texto tan austero y tan concentrado sobre la acción, resulta posible entrever una penetración estética fuera de lo común en la liturgia:
¡Qué majestuosidad –reconozcámoslo– en este relato a cámara lenta y qué complacencia inesperada de la mirada sobre una serie de gestos que, por añadidura, se encuentran en el corazón y en la cumbre de toda la gestualidad sacramental, lo cual tiene su importancia! Ciertamente esta prosa litúrgica es un florilegio de textos de la Sagrada Escritura, pero la cantidad de detalles sobre las circunstancias resulta de por sí significativa; la mención de los ojos elevados al cielo, inexistente en el relato de la institución, se ha tomado del relato de la multiplicación de los panes (cf. Mt 14, 19) y del comienzo de la oración sacerdotal del Señor (cf. Jn 17, 1). Por otra parte, nos hallamos ante una especie de síntesis de toda la gestualidad de Jesús. Además, ciertos adjetivos, por completo ausentes en los textos del Nuevo Testamento y que han sido añadidos de modo gratuito, constituyen de manera decisiva a orientar la evocación en el sentido estético; así, amén del praeclarum referido al cáliz, la expresión sanctas ac venerabiles, repetida dos veces, concentra la atención sobre las manos, órganos gestuales por excelencia. En definitiva, se trata de una verdadera celebración del gesto, importante en la medida en que traduce un proceso de elaboración a dos niveles: desde el material escriturístico disperso hacia la liturgia y desde la liturgia hacia la estética. El gesto de Jesús, estilizado de esta forma por el rito litúrgico (y aquí se comprende toda la importancia de la mediación ritual), hace posible una celebración puramente plástica. ¿Habrían podido Rembrandt o Philippe de Champagne representar la última cena con tal alarde y complacencia, si la evocación litúrgica no hubiera acentuado el aspecto estético del gesto de Cristo, implícito y latente en la letra de la Escritura?» (François Cassingena-Trévedy, La belleza de la liturgia, Ed. Sígueme, Salamanca 2008, p. 26-28. Los destacados son nuestros).

sábado, 2 de septiembre de 2017

DE LA EXPERIENCIA ESTÉTICA A LA RELIGIOSA

Interior de la catedral de Burgos

«El acercamiento a la religión por medio del arte no es capricho de esteta: la experiencia estética tiende espontáneamente a prolongarse en premonición de experiencia religiosa. De la experiencia estética se regresa como del atisbo de huellas numinosas». 

(Nicolás Gómez Dávila)