martes, 2 de enero de 2018

«CAMBIO EN LA RELIGIÓN» (2ª PARTE)


CAMBIO EN LA RELIGIÓN* (y II)
Por Mario Góngora

La explosión más fuerte del resentimiento ha sido la ofensiva contra la lengua sagrada de la Iglesia latina (que era también su lengua de unidad) y contra la misa tradicional confirmada por Pío V, pues se trataba del símbolo ritual supremo de la historia anterior a la Iglesia y de la expresión de su universalismo. En el fondo del nuevo lenguaje del culto está la lucha contra lo sagrado (en su afán de «cuotidianizar» todas las palabras, por ejemplo). Pero lo sagrado es una dimensión esencial de la humanidad, que se muestra ya en gestos y formas documentadas históricamente desde el comienzo, procedentes de una tradición primordial. Sin lo sagrado, no hay comunidad humana. Las consignas postconciliares desacralizadoras fueron lanzadas por los asesores sociológicos de la jerarquía, discípulos fieles de la famosa «Entzauberung der Welt» de Max Weber. Los frutos de todo ello se palpan no solamente en el escándalo producido por la supresión de lo antiguo, sino sobre todo en la fealdad de las formas sustitutas de lo sagrado. Se argumenta a menudo que la liturgia anterior también tuvo cambios en el transcurso de los siglos. Pero tales cambios se hicieron generalmente con genio positivo y con veneración, como descubrimientos de nuevos aspectos de lo sagrado y de la tradición, no como repudio iconoclasta. El repudio a los grandes símbolos peculiares es, en cualquier comunidad humana, un síntoma muy decisivo de disolución.
Nada más comprensible que todo este proceso, desde un punto de vista historicista profano. En una época de civilización mundial, de decadencia de la Cultura Occidental, tiende a producirse una uniformidad avasalladora y agresiva, que va arrasando con todos los valores provenientes del linaje o de las iglesias sacerdotales. Algo así ocurrió ya en la civilización mundial helenísticoromana. Lo que en la historia anterior del Catolicismo era cuestión de vida o muerte, era el test mismo de la fidelidad dogmas y ritos, pasan ahora a ser soberanamente indiferentes para el mismo sacerdocio. El Arzobispo Etchegaray, de Marsella, presidente de la Conferencia Episcopal de Francia, propuso hace poco convertir la cripta de una iglesia importante para la devoción mariana marsellesa en una sala de meditación en cuyos muros se reproducirían textos de las religiones llamadas monoteístas. Servicios protestantes (y a veces ceremonias de religiones no cristianas) suelen celebrarse en iglesias católicas europeas: al eclecticismo en el culto corresponderá así el sincretismo e las creencias. Sólo una cosa se prohíbe sañudamente: lo que precisamente se opone al sincretismo, el culto vigente antes del Concilio. La tradición es perseguida en la Iglesia.
Esos rasgos de la Iglesia actual hacen pensar en los estados Unidos, el país configurado por la mezcla de razas, naciones y religiones, y por la típica mentalidad «ilustrada» del siglo XVIII. Ya Benjamín Franklin proyectaba fundar en Filadelfia un templo para todas las religiones. Nos parece que, de una manera muy significativa, Roma procura acercarse al ideal y estilo norteamericano. Desde luego en el predominio de la actividad sobre la doctrina (lo que estigmatizaría León XIII en 1899 bajo el nombre mismo de «americanismo»). Pero sobre todo, repetimos, en el sincretismo, en la tolerancia teórica (no solamente práctica) de todas las ideas. Hay que recordar también que tantos movimientos de reacción antirracionalista, «revivalistas», pentecostalistas, «recarismáticos», etc., que forman el reverso del Aggiornamento liberalclerical, también han tenido su origen o tienen su auge en los Estados Unidos. (Hay que señalar que, en las épocas de civilización mundial, como en la antigüedad tardía, o como en el siglo XX, subterráneamente suelen aparecer, por debajo de la uniformidad de las religiones oficiales sincretistas, innumerables sectas o movimientos irracionalistas, los que procuran, a su manera entusiasta, rehacer la ritualidad abandonada por lo sacerdocios tradicionales; pero también en ellos la tradición está enturbiada: lo sacro no se inventa).
La «Ilustración de Masas», reedición de la Aufklärung a nivel del siglo XX, significa en el orden religioso que todo lo trascendente (dogmas, ritos, símbolos, mitos) queda evacuado en su íntima significación para dejar lugar, en realidad de verdad, a una moral humanitaria, a una política, a asambleas de culto en que la electrización del grupo humano importa más que el culto de glorificación a Dios. Se quiere interpolar en la lectura de los documentos fundacionales de la religión, violando su contexto misterioso, un mero conjunto de normas de comportamiento individual o político, un moralismo pacifista, democrático, socialista, etc. Es verdad que ya la Iglesia del siglo XIX forjó una doctrina política, radicalmente opuesta a la Democracia liberal (¡el Syllabus!), y una doctrina social corporativista, herencia del pensamiento romántico, hostil por lo tanto al capitalismo y al socialismo. Pero las doctrinas y documentos papales del siglo XIX han quedado ahora enteramente sepultadas en la Iglesia postconciliar, sustituidas por una fraseología y unos slogans de izquierda. La posición eclesiástica de hoy, a la inversa de las encíclicas papales de 1891 y 1931, es, cuando no activa colaboración del marxismo, en todo caso disolvente de toda tentativa de contener su avance. Cuando surgen las últimas heroicas resistencias al embate comunista, en seguida, el clero «postconciliar» procura despreciarlas, aislarlas, si pudiera ser destruirlas. Es la manera de ese clero de entregar la Iglesia a sus enemigos.
Un mundo de inconmensurable riqueza espiritual se ha ido dilapidando así por obra de una generación del clero deseosa de avenirse a toda costa con los poderes y prestigios de moda.
Históricamente, repetimos, esta constelación es perfectamente comprensible como sumersión por el Espíritu del Tiempo. Pero una Iglesia que se ha pensado siempre a sí misma como el Cuerpo de la Divinidad Encarnada; que vive, por tanto, según sus nociones más recónditas, en un tiempo que trasciende el tiempo históricomundial, ¿puede realizar esa sumersión sin apostatar?¿Puede la Iglesia concebirse a sí misma como idéntica al Mundo, hegelianamente, o al Movimiento del Mundo? Si se cree en una Iglesia individual, única y trascendente, que como toda individualidad se desarrolla, pero siempre a partir de un principio idéntico a sí mismo y concorde además con la tradición primordial de la humanidad, entonces, si se cree seriamente en eso, todos los slogans postconciliares son un falso camino. Un camino que lleva, cuando no a la apostasía dogmática formal (bien que muchos teólogos nieguen tranquilamente la infalibilidad, el Pecado Original, la Transustanciación, etc.), sí a una suerte de apostasía en espíritu, que recién aparece hoy día. Ella consiste en una obediencia formal a los dogmas y a la jerarquía, pero evacuando de aquellos toda su íntima significación, para poder acomodarse a lo que se diagnostica como «el Espíritu del Tiempo». Tal es la significación de los diversos núcleos tradicionalistas en Europa y América. Aquí reside la eminente ejemplaridad del Arzobispo Lefebvre, quien con coraje, fidelidad y libertad cristiana, podía decirse que repite el «hay que obedecer a Dios más que a los hombres» que dijo una vez el primer Papa. La Dogmática católica, cristalización intelectual tan provechosa de una inconmensurable trascendencia religiosa, contiene ella misma los propios límites de la obediencia; pero los afanes oficialistas tienden a abatir esos mismos límites. En todo caso, por fin ha renacido en la Iglesia actual la pasión por la verdad. Resulta un poco cómico observar que las jerarquías que exculpan retrospectivamente la rebelión de Lutero, manifestando la mayor obsecuencia con sus herederos eclesiásticos actuales, condenen indignados la actual rebelión de Lefebvre, y acudan a todos los viejos y nuevos medios de coacción, amedrentamiento y silenciamiento. Es, desde luego, una demostración de gran inconsistencia y de incapacidad de afrontar religiosamente un hecho religioso. Sobre todo revela que es mucho más fácil ser libre imaginariamente, frente a hechos pasados, que ser libre en el presente, en lo cual consiste, sin embargo, exactamente, la libertad.
La autodestrucción religiosa actual, si se la concibe históricamente resulta ser un proceso ineluctable. Pero para un pensamiento histórico que se rehúsa a ese determinismo, es una crisis de imprevisible salida, un drama histórico espiritual en el cual hay que vivir decidiéndose arriesgada y resueltamente. La crisis provocada en la Iglesia por el último Concilio ha revelado nuevamente el sentido dramático del cristianismo, tan alejado  de toda estabilidad y seguridad, obligando a cada uno a discernir acerca de las obediencias exigidas: discernir cuándo son justas y debidas, y cuándo deben resistirse, por lealtades superiores.
El momento se muestra, pues, como un inmenso «tiempo de confusión». Los fieles a la tradición tienen a veces por fidelidad, que desobedecer; los «postconciliares», que abominan de la legalidad institucional, terminan por acudir a las viejas penas canónicas para triunfar de sus enemigos. Y esto en el trasfondo del embate marxista y del estilo sincretista general. Algo semejante (aunque todavía lejos de este cuadro mundial) debió sentir Pascal en su propia época de tribulaciones, cuando escribe en uno de sus «Pensamientos»: «La verité est si obscurcie en ce temps, et le mensonge si établi, qu'a moins d'aimer la verité, on ne saurait la connaitre». (La verdad está tan oscurecida en este tiempo, y la mentira tan establecida, que a menos que ames la verdad, no podrás conocerla [trad. nuestra]). Pascal lo decía específicamente de la Iglesia de su tiempo: con cuánta mayor razón podría clamarse de la de hoy día.
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*Este ensayo fue publicado originalmente en la Revista «Vigilia», año I, vol. I, n° 3, Santiago de Chile, VII-VIII, 1977; Más tarde apareció, junto a otros artículos del autor, en el volumen póstumo: Mario Góngora, Civilización de masas y esperanza. Y otros ensayos, Ed. Vivaria, Santiago de Chile, 1987, p. 135-141. Este último es el texto que  ahora reproducimos .

1ª Parte: aquí

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