sábado, 19 de mayo de 2018

URE IGNE SANCTI SPIRITUS


Copio un bello texto de San Bernardo, extraído de un sermón en la fiesta de Pentecostés, donde nos exhorta a ser solícitos para con Dios, en correspondencia a su amorosa y permanente solicitud para con nosotros, pobres criaturas. Tal solicitud es gracia del Espíritu Santo.

«Y
a veis, pues, con cuanta verdad se expresó aquel que dijo: El señor anda solícito por mí (Ps 39, 18). El Padre, por redimir al siervo, no perdona al Hijo; el Hijo, por él se entrega a la muerte gustosísimo; uno y otro envían al Espíritu Santo; y el mismo Espíritu pide por nosotros con inefables gemidos.
¡Oh duros y endurecidos y rebeldes hijos de Adán, a quienes no ablanda tanta benignidad, tan abrasadora llama, ardor tan grande de amor, amante tan fino que por unos viles andrajos expende mercaderías tan preciosas! Pues no con el oro y la plata, que se corrompen, nos redimió, sino con su preciosa sangre, que derramó abundantemente: porque por cinco partes copiosamente manaron los raudales de sangre del cuerpo de Jesús. ¿Qué más debía hacer y no hizo? Dio vista a los ciegos, encaminó a los errados, reconcilió los reos, justificó los impíos, dejándose ver sobre la tierra treinta y tres años, tratando con los hombres, muriendo por los hombres, siendo El aquel Dios que dijo, y fueron hechos los Querubines, los Serafines y todas las virtudes angélicas; aquel Señor que tiene en su mano la potestad de hacer todo cuanto quiere. ¿Qué busca de ti el que con tanta solicitud te buscó, sino que andes solícito con tu Dios? Esta solicitud nadie la da sino el Espíritu Santo que escudriña lo profundo de nuestros pechos, que discierne los pensamientos e intenciones de nuestro corazón, que ni la más pequeña paja sufre que haya en la habitación del corazón que posee, sino que al punto la consume con el fuego de una sutilísima circunspección; Espíritu suave y dulce, el cual inclina nuestra voluntad, o más bien la endereza y conforma con la suya, a fin de que podamos entenderla verdaderamente, amarla fervorosamente y cumplirla eficazmente» (San Bernardo, Sermón segundo en la Fiesta de Pentecostés, 8).

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